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BRÖTZMANN – KONDO – PUPILO – NILSSEN-LOVE
Temporada Arco y Flecha 2008-2009

  • Fecha: Domingo, 14 de septiembre de 2008.
  • Lugar: Sala BeCool (Barcelona).
  • Componentes:
    Peter Brötzmann (saxo, clarinete, tarogato)
    Toshinori Kondo (trompeta, electrónica)
    Massimo Pupilo (bajo eléctrico)
    Paal Nilssen-Love (batería)
  • Comentario:

    Una cuestión se abalanzaba sobre uno antes del concierto. ¿Iban Brötzmann y Kondo a reeditar el Die Like a Dog Quartet que pusieron en marcha a principios de los 90 con el gran Albert Ayler en la cabeza y en el corazón? Era inevitable preguntárselo por más que los estilos de ambas secciones rítmicas, William Parker y Hamid Drake entonces, Pupilo y Nilssen-Love ahora, no tuvieran nada que ver. Pero, obviamente, el toque de los dos solistas es demasiado poderoso, demasiado personal e intransferible para que, reagrupados de nuevo, no hicieran cosas que ya habían hecho entonces o que simplemente las recordaran.

    Y algo hubo, sí, pero no tanto. Son dos combos de free modernos y fuertes, pero con algunas diferencias sensibles entre ambos. Una de ellas, básica tratándose de improvisación, es sin duda la ya mencionada sección rítmica, que tiene en este caso una dureza rockera tremenda.

    Con el tema que abrió el concierto, de 45 minutos de reloj, pensé en el Agharta de Miles Davis, especialmente la primera y larga sección llamada “Prelude”. No por la música, que no tiene nada que ver, pero sí por algunos detalles. Por ejemplo, ese no-planteamiento de la estructura: improvisaciones largas, trabadas por solos de intérpretes de estilos muy distintos, fracturadas por cambios o inflexiones rítmicas no muy bruscos, que dan entrada a nuevos pasajes formulados de modo idéntico y en avance igualmente imparable. Un ciclón en el que sólo parece presidir el caos pero que, de vez en cuando, en este caso en los 10 minutos finales, nos deposita en el ojo de la tormenta, con esos remansos selváticos y densos, algodonosos y fantasmagóricos.

    Esos momentos estuvieron especialmente sembrados para Kondo, por su toque fabuloso y por su habilidad a la hora de extraer sonidos del multiefectos. Sirvió un cojín sonoro del que tan pronto se desgajaban una miríada de microtonos como lo hacía un alarido espectral. Fue el contrapunto del músculo y la determinación de Brötzmann, aportando esa delicadeza, dibujo y el agua típicamente nipones. Lamentablemente el sonido no tuvo la menor compasión con él, y por momentos hubo que aguzar mucho el oído si se quería entender lo que estaba haciendo. Con todo, los solos, especialmente el del final de ese primero de los tres temas que ejecutaron, se apreció a la perfección. Especialmente ahí se pudo ver su talento y, cómo no, un deje davisiano.

    Por su parte, el “abejorro de Wuppertal” ya no tiene nada que demostrar. Como siempre, dio más de lo que se esperaba de él. O mejor dicho, dio algo que no se acababa de esperar de él. Concentrado, bien puesto, y a meter caña. Esos soliloquios que van variando de velocidad, anchura y altura, empleando muchas notas o, por el contrario, quedándose con las estrictamente necesarias. Su sonido está cada vez más enraizado. Quizá no tiene la rugosidad de otros tiempos pero a cambio tiene más brillo amen del mismo vigor. Hay algo en él, y la larga introducción del segundo tema con tarogato sin acompañamiento me lo refrendaba, que parece venido de un pasado lejano, ancestral. De gente que toca en lo alto de la montaña, en el frío, y que lo hace para los pájaros y las nubes. Algo muy profundo se remueve dentro de uno al escuchar su aullido, que no es otra cosa que una vieja letanía.

    También la cosa rítmica recordaba vagamente aquel bombardeo sobre Japón. Si no tienen nada que ver con Parker y Drake, menos con Henderson y Foster, pero como éstos hicieron entonces, el conglomerado rítmico de Pupilo y Nilssen-Love expresaba la misma función con respecto del grupo: una malla con la suficiente elasticidad como para resistir y mecerlo todo. Ese continuo rítmico obstinado hasta lo paroxístico, con el bajo eléctrico enganchado como una lapa al beat de la batería, sin desfallecer. Pupilo hizo una labor muy meritoria por más que el sonido tampoco le acompañó (sonó débil, sin cuerpo, en algunos momentos despareció por completo). Pero, desde su particular visión e historia musical, y con un machacón pulso punk-funk , aportó seriedad y contribuyó a resaltar el toque de Nilssen-Love. Y éste fue el pulmón de acero de la noche. Muñeca sobre muñeca, formando un aspa perfecta que costaba ver cuando se deshacía, hizo gala de una conducción enervante. Sonido rocoso, tensión constante, pero pespunteando todo el rato contratiempos, golpes fuera de órbita o breves figuras rítmicas más libres. Además, Nilssen-Love también se ocupó de esos cismas en los temas, esas “zonas cero”, bajadas o cambios de dirección que siempre estuvieron bien trazados y sin entretenerse más de lo necesario.

    Tras el segundo tema de unos 20 minutos, el grupo volvió a presentarse en el escenario para hacer un breve bis. Fue entonces, en la introducción, cuando el saxo de Brötzmann convocó ante los presentes el espíritu de Ayler. Lo necesitaba uno y lo merecía el otro, pues uno de los saxofonistas que más claramente ha influido y ha estado presente en la carrera de Brötzmann desde Balls o Machine Gun ha sido Ayler.

    En fin, una sesión de free no sé si como mandan los cánones o no, pues sería un contrasentido hablando de lo que hablamos y también porque no me quedó claro que fuera igual a nada, pero sí una sesión de free memorable, en la que hubo la entrega necesaria por parte de los músicos para que esto fuera así. En cualquier caso, yo hablaría de una velada de entartete jazz, o sea, de jazz degenerado. Para el recuerdo.

    © 2008 Jack Torrance