Comentario:
Desde que tocaron en directo por primera vez hace justo un mes en la sala Heliogàbal (concierto que reseñamos entonces en Tomajazz), Albert Giménez, Ramón Solé y Rafael Zaragoza han tocado dos veces más. La segunda fue una breve intervención en una galería de arte en la que tuvieron que combatir el ruido de la calle (no había puertas y se colaba todo: persianas metálicas, bocinas, etc.). Y esta tercera, realizada en un espacio pequeño pero magnífico, la céntrica tienda de discos barcelonesa Kebra, con los guitarristas metidos entre las cubetas de vinilos. Una actuación en petit comité.
Giménez - Zaragoza - Solé
Una diferencia con respecto al concierto en Heliogàbal: esta vez iban de acústico, con tres guitarras españolas. Una cosa que estoy aprendiendo viendo a este trío es que juntar tres guitarras y ponerse a improvisar con ellas no es cosa fácil. Es cierto que tienen estilos bien distintos los tres. Eso por un lado es bueno, pero por otro no tanto. Cuando las cosas fluyen, esos tres modos de hacer dan espacialidad y fantasía a la música. Por el contrario, cuando hay algún embotellamiento, esas cualidades pueden pasar a convertirse en dispersión y capricho. Afortunadamente, la velada en Kebra tuvo muy, muy poco de esto último y bastante de lo primero. Pero, como decía, para mí está siendo muy importante verlos tocar. Estoy entendiendo cosas y pasándolo bien. Desde mi humilde condición de simple aficionado quizá tiendo a ver las cosas simplemente como un resultado, el final de un proceso. Y no es sólo eso –que también, naturalmente– sino que hay una serie de factores que puede que no sean imprescindibles para enjuiciar la música pero que cuando los conoces te enriquecen.
El concierto consistió en dos partes de dos improvisaciones cada una. Con respecto a la actuación en Heliogàbal, aquí se les vio más relajados, más tranquilos. Y eso se tradujo en que el concierto fluyera la mar de bien. No se estancó a pesar de algún embarrancamiento puntual. La música que extraían era suave, con algo juguetón corriendo tras ella. Una cosa que creo que es remarcable es que a pesar de estar improvisando no se acercan a temas y sonoridades graves y abstrusas. Supongo que ahí se nota mucho el gusto y la mano tanto de Zaragoza como de Solé. Ya lo dije en la anterior reseña pero vuelvo a ello: esa luz especial que tiene su sonido. Y eso les da personalidad. Hay que señalar que lo que hacen no es improvisación libre en el sentido estricto (de hecho, de los tres, tan sólo Giménez la ha practicado durante bastante tiempo). Siempre tienen algún motivo, acorde o base sobre la que ir construyendo. Y a mí eso me gusta porque es otra cosa: no es rock, no es jazz, no es improvisación, aunque las tres cosas y tantas otras las encontremos espolvoreadas por aquí y por allí.
Sé que ellos son muy críticos con los resultados, pero hay que decir que desde fuera, como ese aficionado de a pie que he dicho que era, valoro y aprecio más el camino emprendido para conseguir que las cosas estén en su sitio que no el hecho de que lo estén. Me parece que hay una dimensión humana en esa lucha que revierte en la música. Le confiere una emoción especial y eso no tiene precio. Por no hablar de la pasión con la que han estado tocando, tanto en sus ensayos como en estos tres directos. Y de ese apasionamiento tampoco puede presumir cualquiera. De otro modo, una propuesta difícil como esta, y más por estos lares, no la acometerían.
Sé que tienen planes de editar algo con algunas de las improvisaciones y temas que han estado grabando durante el verano y hasta ahora. Y me gustaría que tiraran eso adelante, pero también me gustaría seguir viéndolos como en Kebra, o en Heliogàbal. El directo, para los buenos músicos, aquellos que son capaces de comunicar, es la suerte máxima.
Para acabar, mencionar otro guiño cinéfilo de Zaragoza (un tanto inactivo en la primera parte, totalmente metido ya en la segunda): los primeros acordes del tema principal de Goldfinger, que tocó con amplitud y elegancia, permitiendo así que sus partenaires fueran acomodándose a ese espacio virtual.
Texto y fotografías: © 2008 Jack Torrance