Comentario: La cosa no podía empezar peor. Pocos días antes, unos operarios que trabajaban en la insonorización de L’Antic Teatre derribaban accidentalmente un tabique imposibilitando el concierto programado. Por suerte, Sam Roig, el promotor de L’Ull Cec, encontraba a 50 metros de distancia del anterior un local en el que realizar la actuación de Paul Metzger, el de la asociación teatral La Clau. Un local que a primera vista no parecía el más indicado pero que al final acogió bien a la cincuentena de personas que asistimos. Sentados por el suelo, de pie, pero, a fin de cuentas, bien. Y, además, en un ambiente que casó bien con la música. Esto es fortuito pero si lo menciono es para dar un ejemplo más de la absurda situación en que se encuentran los músicos que quieren tocar y el público que queremos acudir a verlos. El Ayuntamiento de Barcelona dice que es sensible a este problema. Llevan unos años diciendo que lo van a solucionar. Pero nada. Este tema sigue empantanado. Y uno al final acaba por pensar que esa es la situación que más les conviene a las autoridades municipales. Ya puestos, podrían promover un bando en el que declararan a los músicos personas no gratas, y así nadie nos llevaríamos a engaño.
Hecha la previa, decir que el concierto tuvo un entremés imprevisto. Elaine Evans hizo una breve introducción con un cornetín y un looper. El resultado recordaba un poco a Riley y en general a cosas de la escuela minimalista norteamericana. Hubo sobre todo al inicio algunos momentos muy logrados, con bellas combinaciones entre los distintos anillos y retardos y el cornetín. Sin embargo, hacia el final la cosa parecía que fuera a colapsarse, que el procedimiento empleado estaba entrando en un cul-de-sac. Afortunadamente, antes de que esto ocurriera el concierto concluyó.
Llegados a la actuación de Paul Metzger, decir que fue una larga improvisación muy del estilo de las que figuran en su último disco, Canticle of Ignat/All Glass (Archive, 2008), o de alguna de las de Three Improvisations on Modified Banjo (Chairkikcers, 2005). Como todo lo que sean guitarras, sus progenitores, descendientes y primos, me gustan más que a un tonto una gorra a cuadros, el banjo modificado de Metzger me fascinó. Tiene 21 cuerdas (aunque conserva las cinco tradicionales del banjo), ha cambiado el clavijero por uno de guitarra de 12 cuerdas, y ha añadido en uno de los lados de la caja armónica una serie de cuerdas a la manera de una cítara que actúan por simpatía y que dan a la mano derecha gran libertad. No cambió nunca la afinación y el resultado fue un set totalmente modal. Lo más importante del artilugio es la hibridación de técnicas que permite, algo que la otra noche obviamente no pudimos comprobar en toda su amplitud. Comenzó tocando con el arco, a la manera de un sarangi, dando una coloración hindú que no abandonaría durante el resto del concierto. Después pasó a centrarse en la púa. Entonces pudimos ver algo del andamiaje bluegrass que naturalmente también tiene el de Minnesota. Ahí fue cuando tuvo los momentos más robustos, dando zapatazos en el suelo, galopando sobre el mástil y confiriendo mucha dinámica a la música. Hubo un pasaje sorprendente, en el que percutía sobre la caja armónica y sobre las cuerdas añadidas mientras con la izquierda trabajaba como si se tratará de un punteo. El resultado era una melodía rítmica muy a la manera del raga. En los rasgueos se mostró muy fuerte y ceñido a veces a la técnica ortodoxa del banjo, algo de lo que no obstante se sirvió para poner el foco en otros estilos (algo de las guitarras del folk andino más enérgico quedaba cerca). Resumiendo, fue una cabalgada ondulante, a ratos reflexiva a ratos impulsiva, que en algún momento puntual me recordó las improvisaciones para la Love Scene que Jerry Garcia grabó para el film Zabriskie Point (últimamente está reapareciendo mucho este hombre en mi vida auditiva… ¿Habrá que desempolvar a la muerte agradecida?).
© 2008 Jack Torrance
