Comentario:
chamarilería de Burkhard Beins (Polwechsel)
© 2008, César Merino
chamarilería de Ingar Zach
© 2008, César Merino
La idea del Festivalet de Música Improvisada siempre me ha gustado. Me
parece bonita, abarcable, humilde, y que cumple adecuadamente con lo que se
propone. Justo antes de las Navidades y de todo ese jaleo, es una buena ocasión
para encontrarse con propuestas musicales distintas, arriesgadas, experimentales.
Un último esfuerzo que exige mucho pero que también ofrece mucho, justo antes
de acabar el año como siempre, entre vahídos alcohólicos, comidas
interminables, gastos execrables y diálogos de besugos. Y este año no ha sido
una excepción. Al finalizar, uno queda satisfecho de haber estado ahí,
presenciando unas propuestas que aparte de los normales altibajos que puedan
acaecer puntualmente deja un balance global muy positivo.
El planteamiento en líneas generales es siempre el mismo. Dura tres días.
Los dos primeros se ocupan con dos sesiones cada uno que pueden ser dúos, tríos
o pequeños ensembles. El tercero consiste en una reunión final con todos o
buena parte de los músicos que han participado en las respectivas ediciones, adoptando
cada año formatos distintos. Por ejemplo, el primer año consistió en una
versión colectiva de "Cobra" de Zorn; el año pasado se agruparon en tres
sextetos distintos; y este tercer año se ha optado por formar 4 cuartetos
mezclando a 8 de los músicos de la presente edición.
Katharina Klement y Christopher Williams
© 2008, César Merino
La primera jornada estuvo compuesta por dos dúos. Abrieron la teclista
austriaca Katharina Klement y el contrabajista norteamericano afincado en
Barcelona Christopher Williams. Fue una sesión un tanto fría. Era la primera y
dio la impresión de que no acababan de comprenderse entre ellos. Klement
trabajó en las tripas del piano con un amplio despliegue de artilugios (cuerdas,
trozos de madera, macillas, desafinadores.) y todo ello pasándolo en ocasiones
por un laptop. Hubo un pasaje en el que tocó sobre los graves del
teclado extrayendo unos arcos constantes y oscuros de efectos hipnóticos. Pero
no se explayó ahí y me supo a poco. Por su parte, Williams hizo con el
contrabajo una actuación muy interiorizada, con explosiones impulsivas (aunque
menos que en otras ocasiones), un poco en la línea que es habitual en él. No
obstante las buenas maneras de ambos, sus contrastadas personalidades no
acabaron de encontrarse, de trazar esa línea imprescindible, esa sucesión de
hechos sonoros. Hubo fragmentos interesantes pero en conjunto creo que resulto
fallida.
Tras ellos apareció el dúo formado por la norteamericana afincada en
Amsterdam Mary Oliver (que aquí se centró en la viola) y la holandesa Rozemarie
Heggen. Hicieron 5 temas: tres breves improvisaciones en medio de las cuales
interpretaron dos piezas ajenas, "Apples Are Basic", de Christopher Williams, y
"Vishnu Stockings", de Hilary Jeffery. Esto ya fue otra cosa. De hecho Oliver
& Heggen llevan ya tiempo trabajando juntas, y bajo este nombre han editado
recientemente en el sello ICP el disco Oh, Ho!. El concierto presentó
una forma parecida a la del disco, es decir, interpretaciones de temas de otros
compositores entre interludios improvisados. Así que todo ese trabajo y ese
conocimiento mutuo se notaron. Por ejemplo, ya en la improvisación con la que
abrieron, con algunos elementos de jazz y blues que se colaban por ahí,
de lo primero más por el pulsado de Heggen y de lo segundo más por el arco de Oliver.
Pudo verse ahí, como en general en las otras dos improvisaciones que hicieron, lo
bien que se complementan. Improvisan, sí, pero parecen hacerlo barajando una
serie de opciones determinadas. Eso les da fuerza y enganche. Igualmente, las
dos piezas que interpretaron supieron conducirlas con brillantez. Ambas son
composiciones que dejan un gran juego en su interior a la improvisación. La de
Williams resultó enigmática en la idea y divertida en la realización, con algo
de performance en su puesta en escena. Unos amplios atriles que en lugar
de albergar largas y enrevesadas partituras sostenían una serie de motivos
gráficos muy básicos (había en el programa de mano una alusión a "Playtime" de
Jacques Tati que quizá podría provenir de este aspecto). Por su parte, la pieza
del inglés Jeffery fue sencillamente alucinante, como también lo es la versión
que realizan en el disco. Fue uno de los grandes momentos de Festivalet de este
año, nos encaramó a una cresta de juegos armónicos bellísimos y sensiblemente creados.
Como "mapas que describen posibles rutas entre y a través de los armónicos
naturales de los instrumentos", como hermosamente la define el propio Jeffery.
Agustí Fernández e Ingar Zach
© 2008, César Merino
La segunda noche comenzó con otro dúo, el que forman Agustí Fernández y
el percusionista noruego, pero hace tiempo instalado en Madrid, Ingar Zach. Ninguno
de los dos necesita presentación, y este mismo año ha aparecido Germinal,
un CD que ambos grabaron en 2006. Como Klement y Williams, su set consistió en
una única improvisación. En este caso se pudo apreciar un dibujo y una
evolución claros. Sin embargo, me parece que tardaron en engancharse. Hubo una
primera parte muy larga, con sonidos muy sutiles, a veces casi imperceptibles.
Fernández trabajó mucho con las cuerdas, empleando objetos, arpegiándolas o
golpeándolas, y situándose a ambos lados de la caja. Zach busco efectos sobre
el inmenso parche con paciencia oriental: buscando reverberaciones producidas
por campanas, triángulos, platos, baquetas o cuencos percutidos directamente
sobre él. Pero el despegue fue largo, caracoleó demasiado, parecía que iba a
enredarse. Llegado un momento en esa dinámica cambió por completo. No fue un
cambio brusco, ni un crescendo claro, era más bien como si hubieran encontrado
la puerta de salida. A partir de ahí aumentó el ritmo y la intensidad generales.
El sonido se volvió más tormentoso, áspero. Fernández golpeó con más ahínco,
mientras Zach empezó a usar elementos de mayor tamaño, arrojándolos contra el
parche desde mayor altura. Un clima cercano a una pesadilla que tuvo aún una
línea plana antes del descenso final. Un paréntesis muy tenso promovido por la
maza de Zach y que recordaba el latido cardiaco. De agradecer que no hubiera un
previsible grand finale. Después de eso, el sonido descendió con más
premura hasta desaparecer.
Martin Brandlmayr y Burkhard Beins (Polwechsel)
© 2008, César Merino
La segunda parte de esa jornada tuvo al cuarteto austriaco Polwechsel
como protagonista, que nos ofreció un concierto a la altura de lo que se
esperaba de ellos. Polwechsel es hoy día una tremenda célula improvisadora. Han
elaborado su idea de improvisación tomando cosas de aquí y de allá. Su
ascendente musical austriaco no es baladí. Se preocupan por ese examen
constante del sonido (que ya desde Schönberg está presente en esa tradición), por
los formatos pequeños (como los kammerspiel), y por una expresividad contemporánea
de su tiempo (a la manera de la "nueva objetividad"). También la
electroacústica y la electrónica más reciente han hecho mella en ellos. Pero, todo
eso son sólo elementos, cosas con las que juegan y que han integrado en su
idiosincrasia. Que nadie espere encontrar música popular en sus piezas. Su
planteamiento va por otros derroteros. En cierto modo, si hay una formación
europea esa es Polwechsel, y no sólo por cuestiones estilísticas. La segunda
razón que los hace característicos, que no originales, es la de practicar la improvisación
sobre la idea del conjunto que son. Por lo visto la otra noche me atrevería a decir
hasta que la practican de un modo acompasado, en el sentido de que parecen
considerar siempre sus improvisaciones, o partes improvisadas de composiciones,
no individualmente sino en función de los otros. También pudimos ver la otra
noche esa energía que han aplicado a todo lo dicho y que les ha caracterizado
tanto desde sus inicios. Una especie de fiebre punk que les confiere un
saludable y refrescante desparpajo. Y en este sentido no es poco el trabajo de
los percusionistas Brandlmayr y Beins, tanto con las baquetas, escobillas, el
arco o las manos, aunque ya volveremos a ellos en la tercera noche. La
combinación de partes escritas con partes que no lo están también se convierte
en ellos en un elemento productor de sorpresa. Por momentos su música resultaba
dura, árida, pero después podían convertirse en una especie de formación de
café-teatro de vanguardia, esgrimiendo elementos que en seguida captaban la
atención. Todas estas peculiaridades, este bascular entre distintas fuerzas que
en su caso siempre se complementan, están bien reflejados en el mismo nombre de
la formación, que vendría a significar algo así como "polaridades alternas". En
fin, que Polwechsel hizo una actuación estupenda.
Christopher Williams
© 2008, César Merino
La última jornada reunió a todos los participantes con la excepción de
Mary Oliver e Ingar Zach. Agrupados en cuatro cuartetos distintos, en los dos
primeros hicieron una tanda por grupos de instrumentos, mientras que los dos segundos
se mezclaron. El primer cuarteto presentó a los cuatro instrumentos de cuerda
que quedaban, el cellista Michael Moser y los contrabajistas Dafeldecker,
Williams y Heggen. Hicieron una primera pieza un tanto plana, trabajando
esencialmente con los arcos, y en la que todo quedó algo empastado, sin
profundidad. La segunda pieza fue otra cosa. Una improvisación muy viva, con
cambios de registro, cada uno de los músicos muy activos y, a diferencia de en
la primera, ocupando espacios distintos. La Heggen marcó unos patrones
golpeando una macilla contra las cuerdas, y todo el grupo fue siguiéndolos, abandonándolos
y retomándolos periódicamente. Un ritmo que incluso en los momentos en que no era
ejecutado lo tenías presente. Como una idea o una imagen. A partir de ahí, la
pieza se desarrollaba alejándose de ese tronco central para puntualmente volver
a él.
Katharina Klement
© 2008, César Merino
El segundo cuarteto agrupado por instrumentos contó con los teclistas,
Fernández al piano preparado y Klement con el portátil, más los dos
percusionistas de Polwechsel. La única impro visación que hicieron estuvo para
mí entre lo mejor de los tres días. Y dentro de ello, destacar especialmente el
trabajo combinado de Brandlmayr y Beins. Lo cierto es que parecen dos cerebros
tocando una misma batería; o bien un solo cerebro tocando dos baterías; sea lo
que sea, con cuatro brazos. Se combinan a la perfección. Cada uno de ellos
trabaja en una zona de intersección común, pero a la vez tienen su propio
círculo particular. Brandlmayr trabaja mucho con las baquetas y platos, además
de contar con el apoyo de un laptop; Beins posee una pequeña
chamarilería integrada por piedras, cuencos, tubos metálicos, cláxones y un
surtido de cachivaches varios, algunos de los cuales amplifica mínimamente para
modificar su señal (aunque no siempre). Todo pasó por ellos. Generaron pasajes,
los taimaron, agitaron e hicieron desaparecer, para volver a producir otra
cosa. Su planteamiento en dúo es muy orgánico, nunca se estorban, todo es
necesario y contribuye. Dentro de ello, existen distintos clusters que
se mantienen vivos, vamos viéndolos en progresión y a partir de ahí cómo se enganchan
los unos a los otros. Por su parte, Fernández hizo cosas de gran belleza con
las cuerdas o con el teclado sobre partes que había preparado previamente con
bloques de madera y demás. De ahí surgían los detalles, las partes más altas de
los distintos relieves. Klement, centrada en el portátil, hizo un set
muy en la línea de la electrónica vienesa de los últimos tiempos, entre lo
descriptivo, lo abstracto y el ruido, pero fusionándose siempre bien con el
resto del ensemble, atenta y ocupada sobre todo en crear fondos muy
plásticos.
Agustí Fernández
© 2008, César Merino
Los dos últimos cuartetos, el primero con Heggen, Moser, Klement (esta
vez al piano preparado) y Brandlmayr; el segundo con Dafeldecker, Williams,
Fernández y Beins, fueron nuevas vueltas de tuerca a distintos aspectos que
habíamos ido viendo durante las sesiones y días anteriores. Desde un
inconfundible aire a Polwechsel en algunos momentos (sobre todo por las
percusiones), hasta a música contemporánea muy directa y libre, de sonidos
fuertes y leves, de agitaciones y calmas diversas. Las dos estuvieron bien pero
especialmente la cuarta sesión. Dafeldecker y Williams hicieron unas
interpretaciones muy físicas, desbocadas a veces, Beins en su línea, y
Fernández aún más metido en su piano preparado que en la segunda sesión. Esta
vez gravitó todo entre Beins y Fernández (con un momento especialmente logrado
entre los sonidos del piano y la aplicación constante de un arco sobre el filo
de un plato, lo que produjo un sonido indescifrable), mientras los contrabajos
derivaban por distintos senderos. Hubo de nuevo aquí espacio para cada uno
debido en parte a que en lugar de concentrarse demasiado el conjunto se abrió.
(Durante los tres días se estuvo colando circunstancialmente el ruido de la
calle, pasos voces, gritos, y lo cierto es que resultaba bastante molesto. Pero
en esta última sesión hubo un momento de quietud que el azar adornó -casi con
criterio shakespeareano- con el misterioso repiqueteo de un par de zapatos de
tacón que tal y como llegaron, desaparecieron.)
Michael Moser (Polwechsel) y Rozemarie Heggen
© 2008, César Merino
Bien, pues esta ha sido la última crónica de 2008. Deseo lo mejor para
todos en el 2009 y aquí va un consejo para que lo tengáis en consideración: "no
por mucho madrugar amanece más temprano".