Comentario:
El colectivo “l’ull cec” reemprendía la actual temporada en este recién inaugurado 2009 con un concierto de una formación, el trío de Friedl-Samartzis-Vorfeld, que había despertado bastantes expectativas, y al que tuvieron a bien asistir una setentena de personas (lo que no está nada mal tratándose de un concierto de estas características y, además, tal y como están las cosas). Dichas expectativas se fundaban sobre todo en la presencia de Reinhold Friedl, el líder de los extraños y peculiares Zeitkratzer. Pero, lo cierto es que dichas expectativas, que yo mismo albergaba, no se vieron colmadas esa noche.
De entrada, decir que el resultado de su actuación en conjunto me pareció plano. Muy plano, incluso. Friedl y Vorfeld, situados en los extremos del escenario, se mostraron muy activos individualmente pero escasamente receptivos el uno con el otro. Era un concierto de libre improvisación, seguro, pero no encontré la más mínima conexión entre lo que uno y otro hacían. Daba la impresión de que estaban predeterminados a hacer cada uno lo suyo sin tener en cuenta ninguna otra consideración, fuera escuchar al otro o proponer caminos para un diálogo. Y nunca mejor dicho lo de “diálogo”, ya que mientras Friedl y Vorfeld sí se aplicaban a lo suyo, Samartzis estuvo prácticamente desaparecido. Aún no acierto a comprender qué es lo que hizo o pretendía hacer. Teóricamente, por su trayectoria y armamento (el laptop, el input board), hubiera cabido esperarse un trabajo de engarce mediante fondos o atmósferas, al tiempo que también el procesamiento de las señales de sus compañeros. Pero, nada. Y cuando digo nada es nada. Apenas algún colchón sonoro, o algún que otro efecto que uno debía forzar el oído si quería percibirlo. En dos momentos, además, bajó del escenario y durante unos minutos se mantuvo sentado en las primeras filas. Quizá él tuviera algún problema de sonido, pero no así me pareció que lo tuvieran Friedl o Vorfeld. Y volviendo a estos, como digo los más activos, traté de buscar una relación musical o plástica entre sus interpretaciones, pero no hallé ninguna. Friedl usó la guitarra como una tabla, percutiendo sobre las cuerdas y modulando el sonido. Logró efectos interesantes al principio, pero al final la cosa aburrió bastante. La monotonía se impuso por lo que respecta a Friedl. Vorfeld, por su parte, me gustó algo más. Trabajó sobre un set percusivo confeccionado ad hoc y del que extrajo sonoridades interesantes. También como percusionista tuvo sus momentos, aunque para mi gusto al final resultó demasiado forzado, demasiado histriónico.
El aislamiento los venció a los tres…
Lo mejor de la noche fue el entrante que nos brindó Marc Egea en apenas media hora. Con la zanfona y sin apoyo está vez ni de loops ni de ningún otro instrumento (salvo sonidos bucales y golpeteos en las mejillas), Egea enlazó una serie de pasajes sin transiciones (en realidad, temas nuevos), trayéndonos esencias de folk, juegos con disonancias, o algunos orientalismos. Pudo apreciarse bien en este concierto uno de sus rasgos principales: que las cuestiones técnicas son para él secundarias. A Egea hay que verlo como alguien que se preocupa del resultado global de la música. Es sobre todo este aspecto, el sentido del conjunto, y no el virtuosismo el que en verdad le interesa, aunque pueda hacer cosas con la zanfona que no están al alcance de cualquiera. Igual ocurre con la improvisación. Improvisó sobre algunas partes pero no con la concepción típica del improvisador, sino planteándola como un juego de leves variaciones. En su trabajo personal, la improvisación es un ingrediente más, una variable preciosa con la que jugar dentro de la idea musical.
La otra noche tuvimos al mejor Egea, al bárdico, alguien de quien por encima de sus innegables dotes como zanfonista destacaría por su capacidad comunicativa, que le permite traspasar géneros y formas invitando al oyente a viajar sobre sus alfombras sonoras. Un storyteller fabuloso que se formó en el difícil mundo de la música folk para luego huir de él en busca de sus propios objetivos, sonidos y senderos, pero que ha sabido conservar aquello que brilla y perdura más del folk, esa penetrante fuerza transmisora, cambiante y directa. Me hago cruces pensando en lo bien que encajaría Marc Egea en una buena banda de neo folk si es que por aquí las hubiera (pienso en cosas como la ISB o la Third Ear Band, porque además siempre he relacionado una parte de su trabajo con el de esas fantásticas formaciones británicas de los 70). En fin, suerte que a Egea siempre lo tenemos a tiro (al menos por Barcelona), y uno al cabo de un año puede decir que lo ha visto tres o cuatro veces y sentirse tan feliz por ello.
Texto: © 2009 Jack Torrance