Comentario:
Alfombra de octavas
Una alfombra de octavas y treinta dedos fueron la excusa para recordar al recientemente desaparecido Oscar Peterson en un concierto que no fue tan uniforme como era previsible. La primera parte, a cargo del trío de Oliver Jones, resultó un tanto anodina, en parte porque el piano de la derecha se escuchó con cierta dificultad. Se salió del guión, para bien, un vals de Hubbard que derivó en un brillante dúo con el sensacional contrabajista Eric Legacé. En el enardecimiento de la exposición, y propulsado por las líneas del bajista, Jones abandonó sus clichés de blues para acercarse a Bach y, por el ritmo ternario, a las peripecias de Evans. Su exposición más elocuente y sentida fue, sin embargo, la que realizó en solitario en su segunda aparición -esta vez en el piano de la izquierda- pulsando con mucho gusto la herencia de los oficios religiosos. “Misty”, en cambio, se quedó un tanto pacata en sus manos al recibir la réplica de Clayton a piano solo: el joven ganó por goleada en inventiva y personalidad sin tener que abandonar el clima del standard. En sus otras intervenciones dejó patencia de sus coqueteos con el mundo clásico (las sonatas del romanticismo), las citas (“As Time Goes By”), algún lance más arriesgado y un sentido impecable pero no mimético de las raíces (“Georgia…”). Monty Alexander apabulló con su contundencia y, en términos estrictamente técnicos, fue quien resucitó el despliegue digital de Peterson. A diferencia de Oliver Jones, quien dejó respirar y lucirse a sus acompañantes, el jamaicano ahogó a los suyos, que pasaron por el escenario sin pena ni gloria. Su particular homenaje a Marley resultó ñoño a pesar de la cadencia plagal con la que concluyó el tema y que, en un detalle tan inocente, le confirió una dimensión insospechadamente litúrgica. Cero en conducta para el público coruñés (¿astenia primaveral, furor uterino, priapismo incontrolado…?): no se explica que durante la intervención en solitario de Clayton sonasen cinco teléfonos móviles, que no cesase el trasiego de personas durante todo el espectáculo, el catarro colectivo y la epidemia de culo inquieto…
Texto: © 2009 Quinito L. Mourelle