Comentario:
Músicas populares de la Guerra Civil (Producciones efímeras,
2008) llegó sin hacer ruido y sin otra pretensión por parte de Antonio Bravo y
Germán Díaz que la de jugar con unas melodías que forman parte de nuestra
historia más o menos reciente, una historia que se empecina en quedarse a pesar
de los intentos de muchos de enterrarla definitivamente. Con sencillez y
discreción, el disco ha pasado a convertirse en una de las producciones más
bonitas que se han publicado en nuestro país en los últimos años. Quedaba por
ver qué harían los de la Brigada con estos temas en directo.
La verdad es que no me llevé mucha sorpresa. Es decir, los había visto
a cada uno por separado con anterioridad, me habían gustado las maneras de
ambos, y era fácil predecir que el concierto iba a ser mejor aún, más
entrañable y sentido, que la grabación. Y así fue.
Primero de todo, me gustó su actitud. Muy comunicativa. Contando
anécdotas, relajando el ambiente con buen humor, y acercando al público aún más
a ellos. Esas historias, que no tenían que ver necesaria o directamente con el
contenido del concierto, esas canciones de nuestra guerra, sí tenían, no
obstante, la virtud de situarnos aún más en este país donde ocurrió esa guerra,
con fina ironía y algo de sorna.
Musicalmente, el concierto tuvo el mismo planteamiento que el disco.
Esa construcción en base a anillos,
loops que se repiten creando formas,
y dentro de esas formas, otras y otras, hasta llegar a las intervenciones
individuales de cada uno o de ambos. Esta figura, como de muñeca rusa, les
permite varias cosas. Una, crea una especie de diálogo desde el presente con
ese mundo pretérito y mecánico de los instrumentos de manivela que tanto gusta
a Díaz (de hecho en la introducción de la
Canción del Frente Unido empleó una caja de música con un rollo perforado por él mismo). Y, dos, les
permite llegar muy bien al corazón de lo que para ellos es cada tema, aquello
esencial que es lo que les ha llevado a arreglarlo de tal o cual modo. Como un
zoom que va fijando el detalle que se quiere.
A Díaz y Bravo es un placer escucharles tocar sus solos. Díaz con ese
acento
blues que con tanta convicción practica, dando a su sonido un
punto de tristeza conmovedor, un lamento que además conecta bien con la música
tradicional que a él le gusta y a la que se acerca del mismo modo. Bravo, muy
distinto, con ese toque nítido, transparente,
cool, distinguido, de
guitarrista de jazz. Pero, a veces, haciendo cosas que se escapan, como esa
“fuga” que hace tras la melodía de “Los cuatro generales” y que, no sé por qué
razón, siempre me recuerda al primer disco de un viejo grupo sevillano de
finales de los 70, Imán (
Califato Independiente)… No tengo ni idea, pero
hay unas notas ahí que es oírlas y recordarlo de inmediato, y que quizá pueda
explicarse sencillamente por el hecho de que a Bravo le ha gustado también ese
tipo de rock progresivo tan interesante que se hacía antes.
Los temas del disco se desarrollaron en líneas generales de igual
forma. Unos, la mayoría, dejando el motivo central al principio y al final,
otros, como “La Internacional” o “Los cuatro generales”, situándolo en el
centro, llegando a él y abandonándolo desde y hacia otro lugar. En algunos
temas sí que se ejercieron cambios sensibles, como en “Au devant de la vie”, la
tonada que Shostakovich escribió para el film soviético de Nikolai Ekk
El
camino de la vida (1931) y que con posterioridad sería adoptada por el
Frente Popular; o la surrealista improvisación que hicieron con flashes de
cámara y ventiladores de Todo a 100 en “Si me quieren escribir”, que además
contó con una coda del todo distinta. En fin, la Brigada tocó e inventó. Nos
hicieron vibrar y nos hicieron sentir esa música con muy buen rollo. La función
terminó, cómo no, con el “Himno de Riego”.
Por cierto, Díaz contó una anécdota graciosa que tenía que ver con un
teléfono y con el 7º de Caballería. ¿Sería un homenaje a Miguel Gila?
“Quisiera introducir un concepto nuevo en esta coyuntura” (Danny Rose,
un colega)
Me parece inexplicable que, connotaciones de la Guerra Civil aparte, un
espectáculo musical bueno haya tardado tanto en verse en Barcelona. Y eso que se
trata de algo hecho a caballo entre Madrid y Santiago, o sea, no estoy hablando
de Reikiavik ni de Pasadena. Encima, ha tenido que ser dentro de una
programación puntual y limitada a un mes. ¿Qué ocurre durante el resto del año?
Y aún añadiré otra cosa. Todo y ser un proyecto como se ha dicho estupendo,
cada uno de ellos, Bravo y Díaz, tienen proyectos personales aún mejores. Del
primero, sus conciertos
Al fin solo, en los que teje con su guitarra,
anillos y pedales, unas magníficas telas musicales en las que se concita a
Miles, a Steve Reich, y tantas otras cosas interesantes. El segundo, con su
delicado proyecto
π (o sea,
Pi) de música para instrumentos de manivela y alguna que otra cosa más, uno de
esos trabajos que te hace viajar desde el sillón de orejas. Claro que, se trata
de unos proyectos aún más difíciles de adscribir a tal o cual tendencia y
encima sin el reclamo del que hoy nos ocupa. Una pena, pues por el camino los
aficionados nos quedamos siempre con las ganas de ver y tener contacto con
cosas buenas que se dan dentro de España. Mucha gente se está rasgando las
vestiduras porque los festivales de jazz ya programan cualquier cosa menos
jazz. Bien, pues propongo una cuestión más lacerante, ¿por qué nos cuesta tanto
ver la música buena e inclasificable que se hace por estos lares?