Comentario:
Concierto conmovedor, inquietante y algo sombrío el que ofreció el cuarteto franco-noruego Dans Les Arbres en la Fundació Miró. Aparentemente cercanos a la estética de la música contemporánea, realizaron una improvisación de más de 50 minutos que se desarrolló con una direccionalidad categórica, sin salidas inopinadas ni extravagancias gratuitas. Uno de los aspectos más remarcables fue la gran compenetración que los músicos demostraron tener. De algún modo, y aunque se estaba ante un set de improvisación libre, parecía prevalecer por encima de todo una idea de unidad, de armonía general. Salvando las distancias musicales y estéticas entre ambas formaciones, y refiriéndome sólo a la buena dinámica interna de la formación, algo parecido transmitieron los austriacos Polwechsel en su actuación de hace unos meses en Barcelona.
Pero, musicalmente hablando, Dans les Arbres van por otro lado. Tienen una idea muy clara del sonido que quieren lograr. De hecho se trata de una formación que se materializó por el deseo expreso de lograr y trabajar con una sonoridad y unas atmósferas determinadas. Y ahí es donde podríamos encontrar un camino propio, alejado tanto de los formalismos contemporáneos como de la fría aridez en la que a veces se cae en este tipo de sesiones. Sólo desde la libertad y desde una percepción muy sutil de la materia sonora puede elaborarse un discurso musical tan sugestivo. No se trata de utilizar ningún arma secreta, bien al contrario, si nos fijamos bien sus premisas y recursos son bien sencillos, y pasan por tener paciencia, confiar en los desarrollos –así como cada músico en sus partenaires–, y trabajar sus instrumentos acústicos de un modo muy peculiar.
Respecto a esto último, el trabajo de cada uno de ellos aportó el matiz, el carácter y el color necesarios para completar el conjunto. El clarinetista francés Xavier Charles con su toque especial, extrayendo multitonos, sonidos continuos, profundos, que tanto podían recordar a un animal como a un instrumento ancestral. Ingar Zach con su percusión poderosa e hipnótica, llena de puntos dramáticos y con una gran imaginación a la hora de inventar sonidos, especialmente con ese enorme timbal que le acompaña, grave y natural. Christian Wallumrød centrado en su piano preparado, al que hizo sonar como una marimba etérea e irreal, y en menor medida con el armonio, con el que dio pinceladas lejanas de aire. Y, finalmente, el guitarrista Ivar Grydeland (con la acústica y el banjo debidamente preparados con objetos dispuestos entre las cuerdas), sorprendió con arpegios que se iban dislocando de los acordes iniciales mediante juegos irregulares y abruptos de los dedos, o bien los tañía como fantásticos instrumentos de cuerda de afinaciones raras. En cierto sentido, todas las interpretaciones y tratamientos de los instrumentos parecían tener como objeto el desposeer a éstos de sus atributos, más como si los hubieran perdido por alguna extraña causa que no con el ánimo de romper sus características (al menos las más usuales). Y ese nuevo escenario al que se les arrojaba era en verdad muy inquietante.
La música discurrió lenta, sin melodías, con significativos silencios y pausas. Un trance, pero, que en lugar de ocluir la música con misticismos daba a la cronología de hechos sonoros una organicidad total. En cierto modo, fueron las mallas que calladamente desplegaban tanto Wallumrød como Grydeland las que en buena medida sostuvieron todo el conjunto, mientras que Charles, y significativamente Zach, se centraban más en buscar sonidos maravillosos y únicos. Viéndolos se sentía tanto que se estaba presenciando una buena improvisación como que se estaba ante un grupo muy compenetrado, en el que no cualquiera podría entrar; precisando que tan importante era un aspecto como el otro tomados por separado.
Para finalizar, mencionar también que el resultado fue tremendamente sugerente. Una música hasta cierto punto sombría y extraña, en la que se penetraba lentamente, y sin el menor rastro de trazas de world music o new age, como cabría pensar por la presencia del armonio y la caja sruti. Más bien un “In a Silent Way” pos apocalíptico, con instrumentos acústicos, dañados y protésicos, sin electricidad, y con una memoria y una técnica que no queda más remedio que replantearse. Lo dicho, una música misteriosa y conmovedora la de Dans les Arbres.
Texto: © 2009 Jack Torrance