Comentario:
A estas alturas de la película se
hace difícil la sorpresa ante un trío de tantos quilates como el que visitó la
sala Clamores en un nuevo concierto auspiciado por Dick Angstadt, al que nunca
dejaremos de agradecer su empeño por mantener encendida la llama del añorado y esperado
Bogui Jazz. Su lucidez a la hora de programar se volvió a poner de manifiesto
con este trío de Boston, en plena gira mundial, y al que Dick consiguió robar
un hueco para disfrute de los aficionados madrileños - pocos en verano, ya se
sabe -, pero no por ello exentos de exigencia cuando se trata de disfrutar de
un jazz de primer nivel.
The Fringe es un grupo de
múltiples aristas, no tiene un patrón definido y sus conciertos suelen ser
imprevisibles. La base del trío se estructura en torno a un entramado de ejercicios
de improvisación. Si hubiera que buscar algo semejante en la historia del jazz
se encontraría en la vena más free de John Coltrane, al que
constantemente rinden tributo estos tres maestros.
El concierto supuso una auténtica
lección de jazz improvisado. No hay interrupción en los temas, las notas surgen
y se encadenan de tal manera que cuando menos se espera trasladan al oyente
hacia cumbres inexploradas.
Durante cerca de dos horas el
trío ofreció una experiencia única de música energética, expresiva y muy
intensa. En cada uno de los solos de George Garzone nunca se tiene la sensación
de poder adivinar en qué momento terminarán. Derrocha imaginación por los
cuatro costados. Ya se trate con una balada o con aportaciones más enérgicas,
Garzone siempre pone los pelos de punta. Pero Garzone no se queda solo en sus
gestas, ya que tiene la réplica perfecta en los otros dos componentes. John
Lockwood es un contrabajista espectacular. Es capaz de alcanzar las más altas
cotas improvisando y creando los ambientes apropiados para sus dos compañeros.
Músico sobrio donde los haya, su manejo de las cuerdas produce una tensión que
se palpa en el ambiente. En cuanto a Bob Gullotti, su maestría es capaz de
incrementar los niveles de adrenalina al más exigente. Sus recursos tanto con
las baquetas como con las escobillas se introducen por territorios inexplorados
con un incrementado nivel de exigencia.
Cada instante del concierto es
distinto. Por momentos se vislumbran determinados guiños y ecos de Coltrane, y en
otros retazos de algún standard, pero siempre se impone un juego de
contrastes, ambientes sonoros y discursos acentuados por bellos chispazos de
creatividad.
The Fringe ofrece jazz en estado
puro, siempre abriendo vías de investigación, en las que cada músico expone su
discurso, dialoga con el otro y como resultado surge una simbiosis perfecta. Su
actuación fue como un lienzo en blanco que poco a poco va tomando forma y en el
que cada uno va aportando sus pinceladas, su toque personal, hasta crear un
cuadro perfecto lleno de vida y de música, que es capaz de traspasar y llegar
hasta lo más profundo. Garzone, Lockwood y Gullotti son tres superdotados. Sus
actuaciones son lecciones magistrales en las constantemente se aprende algo
nuevo. Entre otras cosas que no basta con tener una técnica extraordinaria
para contagiar. Tiene que haber además una perfecta empatía entre los músicos, como
la que había en los mejores grupos de Coltrane. The Fringe recoge ese espíritu
y esa magia para bien de la historia del jazz. Para ello hay que implicarse en
la experiencia sin prejuicios, dispuesto a embarcarse en una aventura que
transita por confines donde la luz y la oscuridad se entrecruzan en un camino
sinuoso y sobre todo lleno de libertad.