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VICTOR BAILEY GROUP
XII Festival Internacional de Jazz de San Javier

  • Fecha: 18 de julio de 2009.
  • Lugar: Auditorio Parque Almansa (San Javier, Murcia).
  • Componentes:
    Victor Bailey: bajo eléctrico y voz.
    Poogie Bell: batería.
    David Gilmore: guitarras.
    Peter Horvath: piano eléctrico y teclados.
  • Comentario:
     
    No sé si fue acertado programar a Soledad Jiménez y a Victor Bailey en una misma jornada. La yeclana casi abarrotó de público el Auditorio Parque Almansa; un público incondicional que, después de un concierto de hora y media larga y un bis de tres temas seguidos, se puso en pie para despedirla. Así que, cuando le llegó el turno a Victor Bailey, conforme éste pisaba a fondo el acelerador para abordar el intrincado trazado de su repertorio, un chorreo incesante de ese mismo público comenzó a abandonar el auditorio, hasta quedarnos menos del cincuenta por ciento del público inicial. Un hecho que es lícito y admisible, faltaría más; pero para mí, e imagino que también para el Victor Bailey Group, la situación fue bastante tensa, por expresarlo con suavidad. Aquella noche se mezclaron en el Auditorio Parque Almansa dos tipos de público con gustos e intereses musicales sustancialmente distintos, aunque quienes vimos el espectáculo de principio a fin tal vez demostramos tener mayor amplitud de miras que quienes lo abandonaron en el transcurso de la actuación del Victor Bailey Group. En fin, ellos se lo perdieron.

    Una actuación, por cierto, tan meticulosamente premeditada como extremadamente enérgica. Sin duda, el estilo lo requería: bases sólidas y fulminantes para fraseos y slaps vertiginosos. A Victor Bailey lo habíamos visto anteriormente en el Festival de Jazz de San Javier acompañando a grupos como Steps Ahead y a músicos como Michael Brecker o Bill Evans, pero nunca liderando un proyecto propio. Bailey es un purista, fiel a las fórmulas de los músicos y grupos de funk y de jazz fusion más grandes de la historia (algunas de sus composiciones me recordaron mucho, claro está, a Weather Report; y a ratos incluso me vino a la memoria la voraz incandescencia de John McLaughlin y su Mahavishnu Orchestra), a la vez que un músico arriesgado y comprometido con su oficio y su talento; y, sobre todo, con su estatus. Se dejó literalmente la piel (y algún que otro tendón) entre las cuerdas de su bajo Fender. Y es que hay que saber cómo, cuándo y por qué se toman ciertos riesgos. Un músico no tiene por qué estar demostrando permanentemente sobre el escenario todo aquello de lo que es capaz. La gimnasia debe hacerla en el gimnasio o en su casa. Por otra parte, estoy desde hace mucho tiempo persuadido de que el liderazgo, el virtuosismo y la técnica se demuestran la mayor parte de las veces haciendo precisamente lo más elemental y del modo más discreto posible. Filigranas, las justas. A Victor Bailey su exhibicionismo acabó por pasarle factura (por no decir fractura), probablemente debido a una tendinitis mal curada, y tuvo que terminar su actuación con el dedo meñique entablillado.

    Dicho lo cual, considero que la omnipresencia de Victor Bailey con el bajo y Poogie Bell con la batería (de hecho, éste figuraba en los créditos en segundo lugar, por encima de David Gilmore y Peter Horvarth) lastró y enmudeció en no pocas ocasiones la labor de la guitarra y los teclados. El mayor peligro de que un bajista insista en llevar la voz cantante en un grupo es que, de repente y con excesiva frecuencia, el grupo se queda sin bajo y el sonido general, la molla, la dinámica, se resienten; con lo que la responsabilidad de que el edificio no se caiga recae sobre el baterista (descomunal trabajo el de Bell), obligado a acometer machaconas figuras de bajo con el bombo que, por muy virtuosas y espectaculares que resulten, adquieren también una excesiva presencia y pueden llegar a cansar. Y una objeción más: parece un poco absurdo hacer sonar un bajo distorsionado para que parezca una guitarra, sobre todo si se cuenta con una guitarra y un excelente guitarrista en el propio grupo. En algún momento tuve la sensación de que Gilmore y Horvarth se sentían de más, por mucho que se limitaran a cumplir dócilmente su cometido con destreza e incluso con genialidad. Pero indiscutiblemente son dos músicos que en otras circunstancias habrían dado mucho más de sí. Quedó, pues, bien claro desde el principio que nos encontrábamos ante una propuesta netamente personal.

    Por descontado, salvo esos pequeños reparos que he creído necesario subrayar, la actuación del Victor Bailey Group superó con mucho el listón de mis expectativas; y hubo también momentos en los que Bailey se lució sin más alardes que los necesarios, como cuando interpretó el hipnótico “Kid Logic” o el potente “Slippin’n’Trippin”, un tema de un nuevo álbum aún en proceso de elaboración, con los que demostró poseer también innegables cualidades como cantante. Aparte de eso, rindió tributo a músicos de la talla de George Clinton (“Knee Deep”), Stevie Wonder (“I Wonder”) y su admirado Larry Graham (“Graham Cracker”); aunque, ineludiblemente, por encima de ellos y del propio Bailey, flotando entre bambalinas pulularon todo el rato los espíritus inmortales de Joe Zawinul y Jaco Pastorius.


    Texto y Fotos © 2009 Sebastián Mondéjar