Comentario:
A Tony Buck su reputación le precedía y el público asistente –tan sólo una veintena de personas, desalentador panorama nuevamente en Barcelona– vino en su mayoría, curioso, a descubrir su otra cara, la del hombre juguetón, el que obsesivo golpea la infinidad de objetos que se ha traído en una maleta indagando en el campo de la aleatoriedad, la suya, largamente estudiada. En su faceta algo más convencional, Buck es el batería de una de las formaciones australianas de jazz más internacionales, The Necks. A su lado, Magda Mayas, finísima pianista de dedos largos y mirada incisiva, sentada enfrente de un Clavinet Piano de Hohner, teclado eléctrico provisto de cuerdas muy usado por músicos como Brian Eno durante los 70, de gran versatilidad y con un sonido parecido al de una guitarra eléctrica. Ambos, que llevan algunos años tocando juntos, hacían parada en Barcelona dentro de su minigira española.
Ella, luz anaranjada; él, luz azulada. Todo lo demás en penumbra y así entraron en juego. Mostraron sus cartas y materiales poco a poco: objetos golpeados y arañados, cuerdas pinzadas, armónicos. Ritmos aleatorios que iban constituyendo una masa bien trabajada, cediéndose tiempo mutuamente. Entonces, ¡bingo! La pegada de Buck se descubrió concisa y poderosa, roquera, cuando se pasó a las baquetas dejando atrás por momentos las percusiones tribales. Así, de lo abstracto pasó a sugerir pautas rítmicas incompletas que daban concreción al discurso sonoro y lo empujaban hacia momentos de clímax en los que Mayas se acogía con gusto mediante loops y punteados cercanos a la no wave. Cuando Back se encendía, haciendo gala de una inteligente visión de juego, dirigía los pasos de su compañera a terrenos no tan seguros. Lástima que Mayas nunca se dejó embaucar del todo y no abandonara su zona de seguridad. A pesar de ello, el diálogo improvisado fluyó en consonancia en las dos primera piezas que interpretaron. La sensación de armonía general se rompió en la innecesaria pausa central del concierto –propuesta espontáneamente por ambos músicos. La vuelta a escena fue algo atropellada y demasiado concentrada. Comenzaron más incisivos, con prisa. Buck se puso a fuego vivo en pocos minutos redoblando sobre la caja, Mayas se quedó un paso atrás y el clímax se resolvió de forma previsible, simplemente bajando el pitch. A pesar que esta tercera y última intervención no fluyó como el resto del concierto, hay que aplaudir nuevamente la fascinante irregularidad a la que se enfrentan músicos que esconden un profundo trabajo personal con la música.