Comentario:
Concierto muy esperado pero accidentado. El maestro Sunny Murray, con 73 tacos a cuestas, no estaba fino. Tuvo una especie de lipotimia al final de la primera improvisación lo que obligó a detener un rato el concierto. Seguro que alguien como él las habrá visto peores, e incluso habrá tocado en peores circunstancias y estados varios, pero la edad es la edad. Es algo biológico contra lo que poco se puede hacer.
Hago esta observación inicial porque aunque después se repuso, tocó otra improvisación para cerrar la primera parte y aún hubo una segunda parte más breve, para mí eso lo condicionó todo. De acuerdo que un concierto no es un partido de rugby, eso huelga decirlo, pero si no se está en forma, sobre todo en este tipo de de estilos que exigen energía y poder extraer algo de tus propias entrañas, el malestar puede acabar por pasar factura. Únicamente Con profesionalidad no consigues levantar una sesión de este tipo. Y mi opinión es que así fue. Y eso se notó en que Murray estuvo muy difuso. Poco había de esa vibración incesante y paroxística de sus discos o del documental Sunny’s Time Now que habíamos podido ver la noche anterior dentro del In-Edit. Quedaba el ejemplo, la determinación y esa voluntad de mantenerse al margen, todo ello aún válido. Pero si nos atenemos estrictamente a lo escuchado esa noche, a mí me parece que las cosas no salieron bien. No me arrepiento de haber ido, simplemente me fastidia porque me hubiera gustado que hubiese estado en mejor forma. Que hubiera podido demostrar sin limitaciones quién es él en esto de la batería.
Obviamente estaban sus partenaires, que esa noche era su último trío, con el saxofonista Tony Bevan y el inconmensurable John Edwards al contrabajo. La verdad es que los dos se entregaron al rescate más allá de lo que el deber les imponía. Por la fuerza que pusieron, por no desfallecer tras el parón, por hacerlo lo mejor que sabían. Y en esto fue Edwards el que se llevó el gato al agua indiscutiblemente. Él aportaba esa “vibración” constante, atómica, con un pizzicato vertiginoso. También en este registro de free volcánico demostró que tal vez es el mejor contrabajista que hay ahora mismo dentro de ese campo. Bevan, por el contrario, no me acabó de convencer. Como manda el protocolo, sus disquisiciones fueron largas y torrenciales, a piñón fijo, pero también en exceso solipsísticas. La verdad es que, curiosamente, me gustó más con ese soprano curvo que sacó en la segunda impro que con el tenor, algo que a priori podría resultar extraño.
En fin, no fue un concierto pésimo, pero tampoco fue el buen concierto que cabía esperar de semejante trío. Tal vez haya otra noche, otro lugar.