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LA PLANETE QUARTET/LIONEL LOUEKE TRIO
“La universalidad del jazz fuente de renovación
y futuro”
19º Ciclo Jazz es Primavera-II Festival Eurojazz 2011. Ellas
crean
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Comentario:
Entre las muchas virtudes que caracterizan la programación del San Juan Evangelista desde hace años está su capacidad de sorpresa. A lo largo de 40 años multitud de proyectos y momentos irrepetibles han ido engrandeciendo su historia. Aunque ahora ha llegado el momento de lanzar la voz de alarma y llamar la atención por la circunstancia de que este año tan sólo haya habido un patrocinador, algo que sin duda no se merece. Pero a pesar de la tempestad, el Johnny ha sido fiel un año más con el mejor jazz que se puede disfrutar en la actualidad. Hay que seguir agradeciendo a la organización el esfuerzo que hace para conseguir que músicos de tanta calidad sigan recalando en este templo del jazz. “La Planète Quartet” y Lionel Loueke Trío, que protagonizaron la segunda jornada de esta nueva temporada, fueron un eslabón más de esta brillante cadena.
Si después de un concierto de “La Planète Quartet”, grupo de cuerdas, vientos y piano, y tras unos días con la mente reposada, aún uno se pregunta de dónde ha podido salir una música tan bella e inclasificable, es que todavía está vivo y siente que conserva algo de lo mejor que puede tener el ser humano: la capacidad de asombro.
Realmente “La Planète Quartet” hace, de manera gráfica, música ubicada en un planeta imaginario. No le busquen etiquetas. Es un grupo donde lo clásico contemporáneo se rodea de muchos elementos de jazz, minimalismo, pincelas de oriental… En su engranaje sus cuatro piezas se superponen y forman cuartetos, tercetos y dúos con la clara intencionalidad de diseñar espacios sonoros muy sugerentes. En este sentido, las combinaciones que pueden llegar a formar son infinitas. Estamos ante un conjunto de músicos que, poco a poco, construye la arquitectura del tema hasta alcanzar momentos vertiginosos.
Si los instrumentos de cuerda marcan la línea más clasicista, Louis Sclavis, al clarinete bajo o al soprano, y Aki Takase, al piano, se encargan de que el grupo se introduzca por los derroteros de la música no escrita. Aki Takase da la pauta a sus acompañantes y, como en un manantial, los sonidos, bellos y complejos, van fluyendo imparables hacia el abismo.
Al ritmo de las cuerdas del violonchelo planea la sombra del clarinete. De nuevo la maquinaria de sonidos eleva la tensión al máximo y vuelve la inquietante tranquilidad. En el clarinete bajo Sclavis es capaz de alcanzar los sonidos más inverosímiles. Cuando toca, los temas adquieren otra dimensión.
En esa sucesión de duetos de la noche, hay que remarcar una interpretación entre Takase y Sclavis (quien quiera puede escuchar su recomendable disco a dúo “Yokohama”), donde la pianista golpea las cuerdas mientras Sclavis sigue su melodía encaminándose hacia momentos de pura improvisación sin freno, en los que Eric Dolphy parece haber subido al escenario.
Otro de los mejores momentos de la noche lo protagonizó Vincent Courtois, que realizó un memorable solo al que se unió Sclavis. Un comienzo muy suave del violonchelo interpretado a medio tono, pero que poco a poco se va desviando hacia derroteros improvisados, en los que mediante el recurso de distorsionar las cuerdas extrae los mejores sonidos que atrapan y emocionan. Fue un extraordinario solo, en el que Sclavis supo poner el complemento perfecto para elevar el listón con sus perfectos fraseos al clarinete.
Aki Takase realizó un trabajo incansable y muy efectivo. En la primera parte del concierto cedió un poco el protagonismo al resto, pero en el tramo final supo imprimir intensidad a sus interpretaciones. En un dúo de piano y violonchelo regresaron los sonidos de vértigo, apoyándose y superponiéndose. Parecía que la música no se iba a acabar nunca. Takase le imprime agresividad al tema, y tras la tempestad desatada vuelve la calma. El vendaval de sonidos llegó a su fin y el cuarteto volvió a tocar a ritmo pausado con Takase llena de maestría y sutilidad.
Enseguida la calma se descompone y el dúo de piano y violín de Carlos Zíngaro, muy preciso en sus aportaciones, se adentra en un laberinto enredado como una madeja y del que no hay escapatoria. En ese sentido a veces la música es como la vida, que no puede escapar de la muerte.
Takase se vale de dos bandejas en las que percute sobre el teclado y le sigue todo el grupo con máxima tensión. La actuación terminó con una pequeña pieza a modo de divertimento, que sirvió para poner el broche final a esta aventura que a nadie debió dejar indiferente. Como si de un caleidoscopio sonoro se tratara, cada músico de “La Planète Quartet” aporta su grano de arena hasta crear un conjunto de figuras de donde salen multitud de preguntas. Como en el Arte, se trata de que cada cual extraiga su propia respuesta.
Tras un pequeño descanso, subió por primera vez a este escenario el guitarrista Lionel Loueke, un músico que está adquiriendo una gran dimensión en el panorama internacional. Sus colaboraciones con Herbie Hancock, Wayne Shorter, John Patitucci, o Mark Turner le han granjeado una buena reputación a este guitarrista de Benin. Con varios discos en circulación, un par de ellos a trío, ha sabido preservar hasta el momento sus señas de identidad, que no le han hecho caer en la vena más comercial, algo que sí ha sucedido con otros músicos que se mueven en la órbita del llamado jazz étnico. Junto a sus dos habituales acompañantes, Massimo Biolcati al contrabajo y Ferenc Nemeth a la batería, Loueke realizó un repaso a los temas de su último disco Mwaliko.
Tras una larga introducción de Máximo Biolcati, los acordes del contrabajo se funden con los ritmos suaves de la guitarra Godin de Loueke, con la que a lo largo de la noche mostró su versatilidad. A veces la utilizaba como bajo y en otras conseguía ritmos sincopados apoyándose en la voz. Desde una cadencia lenta, poco a poco iba desgranando su variedad estilística, subiendo la intensidad e introduciendo los ritmos más característicos de África, apoyándose para ello en unas sólidas composiciones y sonidos agradables al oído.
En un tema interpretado a solo, Loueke pudo demostrar las cualidades que se le suponen a todo cantante africano para modular su voz y para componer. Tras un momento lento se produce la entrada del resto del trío. En general los temas están muy bien construidos.
Loueke ha asimilado la mayor parte del lenguaje de la guitarra de jazz y se pudieron vislumbrar influencias que van desde Wes Montgomery o George Benson hasta Pat Metheny. No obstante, ha conseguido tener su propia voz artística, la mayor parte de la cual está centrada en su manera de tocar con métricas impares. Su música es sofisticada, lo que hace que sea capaz de contagiar de manera visceral.
De vez en cuando pudimos asistir a algún dúo de guitarra y contrabajo improvisados, así como a una buena actuación del batería Ferenc Nemeth. Apelando al origen del líder del grupo, los tres músicos mostraron una clara tendencia hacia los ritmos percusivos.
El concierto transcurrió por algunos pasajes que fueron más efectistas que efectivos. Aunque la voz con efecto nos hiciera recordar por momentos los sonidos que utilizaba Joe Zawinul en sus grupos con sintetizador, Loueke demostró sus buenas dotes y la suficiente autenticidad como para que confiemos en que seguirá realizando cosas interesantes.
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