Con la casa abarrotada hasta la bandera (y doy fe de ese
aforo porque desde allí, encaramado en lo más
alto de su mástil, disfruté de la velada)
el quinteto de Roy Hargrove abrió el regalo inaugural
de esta nueva edición del Ciclo 1906. El exquisito
control del volumen fue la primera baza con la que el trompetista
conquistó al respetable. Su soplido suave y muy bajito,
en contraste con el discurso más enérgico
del saxofonista Justin Robinson, le aseguraba una mayor
atención por parte del público –concentrado
en no perderse ni una sola de sus notas–, al tiempo
que le permitía utilizar el recurso de aumentar el
volumen por sorpresa para subrayar los momentos significativos.
En esa dinámica desconcertante pero efectiva también
pulula su lenguaje, que reconcilia el cool y el
bebop en frases elegantes y precisas, contentando
por igual a los seguidores de ambos estilos. El repertorio
podría parecer abigarrado si tenemos en cuenta que
en la coctelera cupieron hard bop, bolero, samba,
baladas, soul… pero resultó muy coherente
y empastado en la estética planteada por el líder,
quien llegó al tuétano del asunto al empuñar
el fiscorno en el tema interpretado a cuarteto. Sin salirse
ni una coma del guión, el pianista Sullivan Fortner
imprimió una importante estela de originalidad durante
todo el concierto. Sus ideas, sus improvisaciones en bloques
de acordes o siguiendo patrones rítmicos, su mano
izquierda huyendo de las apoyaturas armónicas obvias
para dibujar líneas melódicas etc nos descubrieron
al músico más creativo sobre el escenario,
a pesar de haberse sumado a las filas de Hargrove a última
hora. Se echaron en falta, en cambio, más arreglos
en el ensamblaje entre trompeta y saxo, máxime cuando
la disparidad entre ambos hubiese reportado mucho color
y la ilusión de la sonoridad de las big bands.
Evidentemente eran otros los intereses del líder:
un planteamiento sencillo, casi desnudo, con los correspondientes
espacios reservados para los solos y pocas sorpresas en
la estructura. Un clásico.