Yuri Honing es el principal exponente del jazz holandés
(según The Penguin Guide To Jazz On CD y
The Oxford Introduction To Jazz). Ha trabajado
con Pat Metheny, Charlie Haden y Paul Bley. El año
2001 recibió el Edison Jazz Award (Grammy
holandés) por su disco Seven con Paul
Bley, Gary Peacock y Paul Motian.
A pesar de todo esto y de haber grabado más de 30
discos es un músico totalmente desconocido en España
incluso para el que suscribe. Una frase le define y no sin
razón: "El jazz no es un estilo sino un idioma".
Y este idioma al que se refiere fue lo ofrecido esta noche.
No exagero si digo que ya desde los primeros compases sentó
claramente las bases de lo que es su música, es decir:
naturalidad, espontaneidad, espiritualidad, libertad y,
sobre todo, una apuesta excepcional y maestra en la medición
de los tiempos.
A mi modo de ver Yuri Honing parte del be-bop
para construir un edificio sonoro muy cercano al cool,
y es en esto donde se podría acercar al sello alemán
ECM. El elemento poético siempre está presente
y su valor más firme lo firma el pianista Wolfert
Brederode, cuyo carisma nos hace pensar más en ese
sentido que en su faceta rítmica. Joost Lijbaart
y Frans Van Der Hoeven son los verdaderos protagonistas
del ritmo en este cuarteto.
Cuarteto que funciona como un todo granítico, sin
fisuras ni concesiones a la galería, donde los arreglos
priman sobre las improvisaciones y todo está pensado
y bien pensado. Nada es azar. No hubo ningún solo
para el lucimiento personal; la brillantez y la elegancia
vino de la mano de los cuatro músicos que forman
este cuadrado mágico donde nadie parece querer el
liderazgo, ya que todos lo comparten. No hay señales
de complicidad entre ellos. La máquina funciona con
el piloto automático con perfección y sin
fallo alguno destilando belleza con letras mayúsculas.
Antes comentaba la importancia que el cuarteto otorga a
la medición del tiempo, a sus cambios rítmicos
y matemáticos y al sentido poético. Bien,
pues todo ello se pudo saborear a lo largo del concierto.
Wolfert Brederode puso el toque intimista y lírico
sin obviar la vanguardia ni la disonancia que practicó
desde las cuerdas internas de su Yamaha frente
al sonido nacarado y limpio del saxo alto de Yuri Honing,
que por momentos llegó a recordarme al saxofonista
finlandés Kari Heinilä y en menor medida al
noruego Jan Garbarek. Su manera de modular, de ascender
y descender puso el pulso y el corazón del cuarteto,
su sencillez aportó colorido, imaginación,
intensidad, dramatismo y equilibrio, y por ende belleza,
una vez más belleza.
Joost Lijbaart demostró y aportó su sabiduría
técnica al servicio de sí mismo y del grupo
golpeando los parches con contundencia pero sin estridencia,
encontrando el sentido y leyendo a la perfección
todas las páginas del libro que fue este concierto.
Difícil de olvidar sus encuentros a dúo con
Yuri Honing, el primero con las percusiones flotantes y
el segundo con arrebato y pasión dramática
de gran creatividad.
De Frans Van Der Hoeven alguien comentó en el descanso
del primer pase que iba por libre. De esta apreciación
sólo diré que no hay nada más injusto,
ya justifiqué arriba lo que este cuarteto acústico
significó en la noche del pasado viernes, que no
fue otra cosa que la primacía del grupo sobre lo
individual, y este magnífico bajista no fue la excepción.
Individualmente es un fino estilista que no deja atrás
la melodía hasta el punto de ser tarareadas algunas
de sus intervenciones.
Un saxofonista a descubrir por estas tierras o mejor un
cuarteto digno de ser retenido en la memoria. Una sola actuación
en Madrid ha bastado para que el Yuri Honing Acoustic Quartet
haya demostrado todo de lo que es capaz de hacer, es decir:
placer para los oídos, alimento para el espíritu
y riqueza para el cerebro.