Inaugurada el último día de marzo la presente edición del ciclo por Al Foster Quartet (actuación a la que no pudimos asistir por coincidir en hora y lugar con la de Gilberto Gil), Filthy Habits Ensemble acercó al día siguiente, hasta el escenario de la segunda sala de Baluarte, el espectáculo musical
Plays Zappa, metiéndose en el bolsillo los dirigidos por
El Pricto a la práctica totalidad de los presentes; los trepidante y espectacularmente dirigidos por un músico de espectacular parecido con Frank Zappa. Llevándose de calle al finalmente rendido público de forma tan eficaz como rompedora, en lo que a formas y actitud esgrimida se refiere.
Erigido el repertorio sobre el legado musical del legendario Zappa, la actuación echó a rodar con una pieza de generosa duración, con el fin de dar pie a que todos los integrantes del octeto exhibieran sus armas desde el principio; de excelso e interesante desarrollo, por otra parte, al igual que casi todas las que fueron ofrecidas, dando la sensación en ocasiones algunas de las composiciones de ser sumas de diferentes pasajes sonoros, más que piezas en sí mismas. Bueno, y volviendo a la primera, siendo como fue la puerta de entrada del concierto, haciendo gala la misma de un inequívoco regusto a sintonía, con los vientos llevando su peso sobre una base musical perfectamente rubricada por las puntadas siempre con hilo dadas por el guitarrista; por un músico que, como si de un superhéroe se tratase, compareció ocultando su rostro tras una máscara. Sonando cual banda sonora de una película basada en la música de Zappa, la propuesta se reveló tan original como rupturista se mire como se mire, encontrando su espacio y brillando con luz propia todos y cada uno de los músicos implicados; llegado el momento, aprovechando el suyo todos totalmente, sin desperdiciar su oportunidad: así las cosas, qué regates; qué quiebros y qué remates los protagonizados por la sección de viento -por ejemplo-, proclamando a los cuatro vientos su maestría, ya cada uno en solitario (protagonizando solos de intenso lucimiento), ya al alimón. Qué duelos los mantenidos a sus diferentes instrumentos, alcanzando cotas de puro desboque de manos de su pasión e intensidad. Generando instantes de arte musical de tan elevada pureza que, elevados a la potencia que se quiera, si bien, a ritmo de jazz (consecuencia de los ritmos entretejidos por baterista y bajista sobre el buen hacer de la teclista) lucieron más allá de intentos de clasificaciones estilísticas, demostrando ser más que aptos para amantes de la música en general. Del arte musical concebido sin prejuicios, más que sólo para puristas. En este contexto, hablando de lo que estamos hablando, brindando la actuación momentos de efusión más que indicados para los seguidores de las vertientes más transgresoras del jazz. Así pues, ¿en qué se tradujo el concierto? En un sorprendente y enérgico espectáculo auditivo y visual. Catártico incluso, principalmente cuando a la acción de los metales se sumó, pese a ser de diferente naturaleza, la asimismo metálica laboriosidad del guitarrista. En un abierto y gran concierto de jazz que, sacado adelante lejos de corsé alguno, por unos u otros motivos a nadie dejó indiferente. Sensacional.