A estos dos señeros grupos correspondió el protagonismo musical (con permiso de la siempre interesante Aki Takase, a cuyo concierto no pude asistir), que no mediático (esto correspondió a los mucho menos interesantes Lee Ritenour y Chucho Valdés), y la verdad es que no defraudaron, con los matices que paso a exponer.
Nada más que elogios para Holland y sus chicos. Estos nunca fallan. Entre los años que llevan juntos, el excelente gusto y dirección de su líder y lo musicazos que son, dudo que hayan dado un concierto menos que muy bueno en la última década. Y es que es una gozada, ya desde que aparecen sobre el escenario, ver al viejo Dave con los ojos llenos de ilusión, como si fuera su primer bolo, sonriendo a sus compañeros en cada entrada, disfrutando del placer de hacer música juntos. ¡Y qué bien lo hacen! Todo es orgánico, compacto, lleno de vitalidad y belleza. Desde el fondo, Holland reparte juego y se permite intervenciones de mérito; Eubanks, su cómplice de siempre, recoge el testigo y solea con fiereza controlada; Potter muestra su maestría sin necesidad de alardes pirotécnicos; Nate Smith puntúa y encauza con poderosa precisión; Nelson ancla el conjunto con su sempiterna sabiduría. ¿Qué más podemos pedir?
A Branford en cambio sí que me quedaron ganas de pedirle algunas cosas. Veamos, la cosa empezó realmente bien con Marsalis y Calderazzo a dúo desgranando tres temas de su reciente disco conjunto
Songs Of Mirth And Melancholy. Dando muestras de por dónde iban a ir los tiros durante todo el concierto, Brandford cedió a su pianista el protagonismo y éste lo aprovechó cumplidamente. Se le veía con ganas y con la mano caliente, y a lo largo de la noche ofreció todo un recital de pasión y versatilidad, con momentos de
stride piano, otros con una vena “a lo Jarrett”, una incursión en el repertorio clásico (vertiente impresionista), y hasta toques claramente
free.
El primer tema del cuarteto supuso uno de los momentos álgidos de la velada, mostrándonos una máquina bien engrasada, exultante de fuerza y brío, echando chispas sonoras y creando expectativas que, desgraciadamente, se fueron diluyendo. ¿Por qué? Ciertamente no por el pianista, como hemos apuntado. Y seguramente tampoco por el siempre seguro y fiable Revis. La primera vía de agua asomó por el flanco de la batería. Ese joven y poderosísimo Justin Faulkner que nos había impresionado en su entrada fue evidenciando poco a poco que quería demostrar demasiado y todo a la vez, tapando a compañeros con sus acometidas y evidenciando desconexiones que nos hacían añorar al gran Jeff “Tain” Watts; y es que no es fácil en pocos meses cubrir el hueco de tantos años del eminente
Citizen Tain. Sin embargo, gran parte del problema de que un posible gran bolo se quedase tan sólo en bueno, hay que achacárselo al líder, que anduvo un tanto rácano, dejando en demasiados momentos el cuarteto en trío y consintiendo que el descontrol reinara en más de una ocasión (lo que Holland nunca hubiera permitido). Vamos, que entre un
rookie necesitado de guía y un jefe consentidor, el asunto dejó un regusto agridulce. Sí, en el bis Marsalis tomó el mando de nuevo, acreditó una vez más su magisterio y todo sonó de nuevo brillante y feliz. Pero uno ya estaba un tanto… desconectado.