El jazz es una isla rodeada de silencio. Los músicos
son pacientes (o complacientes) náufragos y nosotros
las olas de un mar hacia el que ellos lanzan botellas con
sus partituras dentro. La vida es un misterio; el jazz,
también. Mientras escucho jazz, la vida pasa; mientras
la vida pasa, escucho jazz. Detrás del escenario
hay un jardín donde los niños juegan; una
chica pasea muy despacio hablando por el móvil; dos
policías locales charlan amigablemente con un joven
matrimonio. No lo puedo creer: estoy aquí. Una noche
más. Observo al público: qué gran jam
de silencios, de oídos afanosos, solícitos
ante el prodigio. De repente tengo esta sensación:
escuchar un buen concierto de jazz en directo, en un auditorio
abarrotado de aficionados atentos, fervientes, respetuosos,
solo tiene parangón con el íntimo placer de
leer un buen libro en la soledad de una silenciosa habitación.
Dicho de otro modo: siento que el concierto que estamos
escuchando es como un hermoso libro que cada cual lee desde
su soledad. Pero todos juntos, todos a la vez. Y siento
también (no sé por qué; me estoy dejando
llevar) que un buen concierto es como una gran palmatoria
en la que todos y cada uno de nosotros, músicos y
aficionados, ponemos una lucecita. Sin querer, pienso en
voz alta: ”¡Qué pedazo de trío!”;
y mi compañero de grada asiente: “¡Un
trío como Dios manda!”.
Todo lo que habéis leído hasta aquí
son notas tomadas a pie de obra. Sí señor,
el Niels Lan Doky Trio ofreció en Jazz San Javier
uno de los conciertos de mayor altura de esta XIV edición,
que supuso un auténtico disfrute para la concurrencia.
Literalmente un conciertazo, durante el cual no pude evitar
mirar en varias ocasiones a las gradas. Cuerpos y almas
conmovidos. Qué sería del jazz sin ellos.
En un concierto en directo, el aficionado sabe que se halla
ante una ocasión única, irrepetible, y pone
todos sus sentidos al servicio de ese encuentro inédito.
Sus oídos quieren siempre ir más allá.
Y doy fe de que, ante el buen hacer de un grupo tan portentoso
como el Niels Lan Doky Trio, los rostros de los aficionados
reflejaban toda esa expectación ya satisfecha, la
celebración de su deleite.
Niclas Bardeleben: 18 años (¿o 18 siglos?);
Jonathan Bremer: 21 años (luz); Niels Lan Doky: 47
años y toda la historia del piano en su cabeza. Un
trío en toda regla; la proporción áurea
del jazz. Salieron al escenario impecablemente trajeados
y se apiñaron en triángulo en apenas dos metros
cuadrados, Lan Doky de perfil al público, dándole
la espalda a Bardeleben, y Bremer en pie, puente entre ambos
y a la izquierda de cada uno de ellos. Una posición
muy similar a la que días atrás adoptara el
Monty Alexander Trío. De este modo, el pianista entrevé
por el rabillo del ojo la figura del contrabajista, pero
a no ser que gire su cabeza 180 grados no puede ver al baterista.
A Bremer y Bardeleben se les notaba serios, muy concentrados;
a simple vista parecían –sobre todo el primero–
dos muchachos de instituto un tanto herméticos. Pero
desde los primeros trazos de “Home Sweet Home”
comprendimos que su formalidad era antes bien disciplinada
contención y seguridad en sí mismos. Qué
empaque, qué esmero, qué escrupulosidad en
las formas. Lan Doky se mostró desde el primer momento
muy cercano y comunicativo; llegó con ganas de tocar,
pero también de hablar, y presentó e introdujo
minuciosamente cada una de las piezas que interpretaron,
casi todas ellas pertenecientes a su flamante último
álbum, Human Behaviour, grabado en la Real
Academia de la Música de Copenhague en abril de este
mismo año. Tras su apariencia pulcra y felina, descubrimos
a un músico afable, sencillo, culto, lúcido,
conversador y tremendamente minucioso. Tal vez esa vena
didáctica y narrativa le viene de su otra profesión,
la de cineasta. Lan Doky es autor de dos documentales sobre
jazz: Between A Smile And A Tear y Dreaming
With Open Eyes, en los que ha contado con la colaboración
de músicos de la talla de Toots Thielemans, Johnny
Griffin, Randy Brecker o Lisa Nilsson.
Me permito hacer aquí una acotación. Jazz
San Javier ha venido haciéndose eco desde sus inicios
del generalizadamente denominado jazz europeo. Lo cierto
es que el jazz no tiene fronteras. Conozco a muchos músicos
españoles (andaluces, murcianos, vascos, gallegos,
valencianos, catalanes o madrileños) que viven en
Nueva York, Ámsterdam, Berlín, Madrid o Barcelona
y tocan en diferentes formaciones junto a músicos
estadounidenses, japoneses, alemanes, cubanos o brasileños.
Pero tras asistir a un concierto de semejante envergadura
estoy más persuadido que nunca de que la vieja Europa
–incluida España, por supuesto–, que
es y ha sido siempre proverbial encrucijada de culturas,
está dando en un altísimo porcentaje lo mejor
del jazz del siglo XXI.
Bien… sigamos. Además del tema ya mencionado,
el Niels Lan Doky Trio interpretó los diez restantes
que conforman Human Behaviour: “Poem For
A Dolphin”, cuyo título habla por sí
solo; “Contemplation From A Mountain Top”, inspirado
en el paisaje canadiense, un tema netamente jazzístico
en su sentido más clásico, en el que Bardeleben
ejecutó un solo de batería con las manos que
dejó boquiabierto al personal; el hondo, grave y
envolvente “Human Behaviour”, una composición
de la popular cantante danesa Björk, que titula inmejorablemente
al álbum y fue uno de los que más me gustó,
con una introducción y una progresión intachables,
repentinos bríos de funk y jazz latino y
un increíble solo de Bremer que casi podríamos
calificar de filosófico; “The Miracle Of You”,
una preciosa balada de inefables armonías que podría
haber firmado el mismísimo Bill Evans; después,
como tributo a George Gershwin, una excelsa y original versión
de “Summertime” interpretada melódicamente
por Bremer y armonizada por Lan Doky con delicadas escalas
descendentes; a continuación empalmaron “Yellow”,
una versión de una romántica canción
pop del grupo Coldplay, y “Love Ocean”, una
suite de evidentes vetas clásicas, que sirvieron
de nexo a una de las piezas más solemnes de la noche,
“Jesu Joy of Man’s Desiring”, recreación
en clave jazzística de una conocida cantata de Bach
que me hizo rememorar al legendario Jacques Loussier Trio.
Finalmente se despidieron con “Rough Edges”,
un tema que alterna el funk y el swing y
en el que Bremer se lució de nuevo con un solo minuciosamente
construido. Pero la propina se palpaba ya en el aire y el
trío no se hizo de rogar. Regresaron tan sosegados
y satisfechos como se despidieron, y Niels Lan Doky, tenaz
comunicador, se dirigió de nuevo a la sobrecogida
audiencia como si el concierto no hubiese hecho más
que comenzar. Narró familiarmente, sin prisas, cómo
de pequeño había mamado la música clásica
a través de la guitarra española de su padre,
y acometió una sucesión de piezas encadenadas
fluidamente: “Where The Ocean Meets The Shore”
(el tema que cierra Human Behaviour) y tres piezas
pertenecientes a su penúltimo álbum, Return
To Denmark (2010), “Piano Interlude”, “The
Woman From London” y “Alhambra”, una impecable
traslación al piano del célebre “Recuerdos
de la Alhambra” de Francisco Tárrega.
La ovación, claro, fue monumental; y no por educación
o generosidad, que también las hay a toneladas, sino
por verdadera justicia. Y es que, lo sé de buena
tinta –y con esto regreso a donde comencé–
la inmensa mayoría de los aficionados que se dan
cita en Jazz San Javier son exigentes, sí, pero también
ecuánimes, y saben reconocer y corresponder a los
buenos músicos que no se conforman con cumplir, sino
que se entregan en cuerpo y alma para dar todo lo que llevan
dentro.
Lo dicho: un gozo para los sentidos.