Comentario:
ORGANICIDAD
Me gusta descubrir las cosas un poco tarde. Es una buena manera de mantener la cabeza fría y de ahorrarse las opiniones de los pelmazos que andan siempre tratando de estar a la última. Y, por el mismo precio, ese retardo le pone a uno en una situación temporal óptima para valorar el objeto en cuestión. Respecto a lo que nos ocupa aquí, esto quiere decir que aunque había oído alguna pieza del disco Historicity (2010), he de admitir que nunca lo había oído entero. Así que todas esas cosas tan maravillosas que he leído y se han dicho, quedaban pendientes de confirmación por lo que a mí respecta. La actuación del trío, que era la presentación en directo de Historicity en Barcelona (una ciudad con la que Iyer parece tener un buen feeling), era la ocasión perfecta para la puesta en común.
Grosso modo, a pesar de lo que pueda indicar el nombre, la «historicidad» es un concepto más de la filosofía que de esa ciencia social que es la historia. Es uno de los engranajes con los que se mueve la filosofía de la historia. No trata de estudiar el pasado y los hechos en él acontecido, sino que se ocupa de estudiar la temporalidad de todo aquello que tiene historia. Mediante ella nos acercamos a la conciencia de la propia temporalidad.
¿Por qué este pequeño rollo? Porque escuchando la otra noche el generoso concierto que ofreció el trío de Iyer, viendo como durante esas dos largas horas iba creando una gran masa musical llena de sentido y organicidad a partir de un montón de referencias dispersas (Julius Hemphill, Robert Hood, Herbie Nichols, Thelonious Monk, Michael Jackson o Stevie Wonder), además de temas propios, no pude evitar pensar en el título del disco que estaba presentando su trío, y del que provenía parte de lo que estaban interpretando, y asombrarme por la madurez y la plena consciencia de Iyer. El arte de Iyer no se refiere tanto al pasado como a los límites (no entendidos como algo restrictivo) del presente. Sus demarcaciones. Es cierto que su música ovilla un montón de información histórica, que incluiría además de a los citados (que representarían el jazz, rock, pop, electrónica), todo su bagaje y conocimiento de la música hindú (la de sus antepasados familiares), y también, y como feliz solución a la ecuación de unirlo todo, la música repetitiva (Reich y Riley son insoslayables en su quehacer); pero hay que pensar más en hacia dónde la está dirigiendo que en el pasado de cada una de esas piezas. Por decirlo de otro modo, las miradas que Iyer lanzaría hacia determinadas figuras de la historia no se pueden entender más que como puro presente, pues la finalidad que se manifiesta en su música es la apropiarse de aquello que le convenga. Y sólo de ello.
Y dirán, pero ¿y la música? La música fue maravillosa. Vibrante. Llena de emoción, de entrega, de sabiduría. No se tiene siempre la oportunidad de asistir en vivo a la creación de unos tapices musicales tan delicados y fascinantes. Con figuras que, como en los mantras, van variando según la posición y el tiempo de fijación en ellas. Expandiéndose casi imperceptiblemente. Retrayéndose inadvertidamente. Generando nuevas situaciones musicales sin que aparentemente nada cambie. En este sentido, cabría hablar de los tríos de Nichols (al que versionó con "Wildflower") y su particular asimetría interna, que parecen haber sido esenciales en la concepción que Iyer tiene de este formato. También de Monk, pero, y eso es algo que me gusto muchísimo, no tomando su letra sino su espíritu, que no es otro que el de la libertad. Versionó a Monk retomándolo desde el standard "Darn that dream", que Monk reinventó de un sentido tan especial que casi se la podríamos atribuir a él. Una vez disuelto el tema tras su presentación, Iyer fue recomponiendo pedazos de la línea de la mano izquierda como si tuviera un imán, mientras su mano derecha trazaba un torbellino centrípeto de notas.
Y hablando de libertad, me viene a la cabeza una parte de la versión de "Human Nature" que hicieron, con la batería de Gilmore entrando en un ciclo desacompasado que poco a poco se iba quedando enganchado en una secuencia arrítmica (la batería parecía un disco rayado). O como me dijo un amigo percusionista con el que presencié el concierto, “con un ritmo que no acierto a comprender”.
También podríamos hablar de lo que en su música representa la «repetición», otro concepto de mucha enjundia. Hay en su planteamiento un débito claro pero limitado con el minimalismo. Se trata de una instrumentación del mismo al que va a añadir una impronta muy dinámica. Repetición en su caso es: sedimentación, superposición, adición, modificación… Francamente, muchos músicos provenientes de diferentes ámbitos han echado mano de ese “minimalismo” en los últimos tiempos, pero pocos encontraremos que lo hayan entendido a fondo, no como algo ornamental, y mucho menos que hayan sido capaces de recrearlo en función de su mundo e intereses musicales. Una vez más, no es el pasado en sí lo que cuenta sino es como herramienta con la que construir un ahora (o un después, si lo prefieren).
Así que el concierto fue maravilloso. Lo disfruté como pocos. Pero, es tan ejemplar, tan orgánica la forma en la que Vijay Iyer está elaborando su concepción musical (y tan inusual, añadiría), que no hemos podido resistirnos a empezar hablando de ello, aunque sea de un modo tan pálido, y dejando habiendo dejado bien sentado que su música es para escucharla y luego, si se quiere, hablar un poco de ella.