Steve Coleman es como la prueba del algodón. No engaña. Su presentación en Madrid como uno de los representantes más destacados del M-Base no ha hecho otra cosa que confirmar esta idea, tal y como ha hecho siempre desde sus ya lejanos años ochenta.
Seguidor impenitente de Parker y de John Coltrane y fundador
del grupo Five Elements desde el cual definió el
concepto de M-Base, en esta ocasión pareció
alejarse aparentemente de su concepción, a tenor
de lo que ofrecía la instrumentación. Sin
embargo, la ausencia del bajo no es más que un pequeño
engaño y no cambia para nada su manera de entender
su música. No está el bajo, de acuerdo, pero
le sustituye el piano que marca más líneas
rítmicas de las que parece con el acompañamiento
inestimable de la dinámica batería de Marcus
Gilmore.
Al comienzo Steve Coleman interactuó con Marcus Gilmore (cencerro y batería respectivamente) fraguándose de esta manera un concierto que duró más de 100 minutos, entusiasmando a sus incondicionales y produciendo un efecto de cierto cansancio evasivo en otros no tan apasionados por su sonido.
El planteamiento es tocar sin pausas, sin silencios entre temas, concatenándolos uno tras otro sin descanso. Largos desarrollos donde prima la improvisación y el sonido vocalizado y obsesivo del saxo de Steve Coleman secundado por el “percusivo” piano de David Virrelles y la inagotable batería de
Marcus Gilmore.
Sin embargo y paradójicamente los cambios parecen no producirse, como si fueran inexistentes, pero esto es solo en apariencia, ya que Steve Coleman y sus Reflex se mueven al son de la música repetitiva y minimalista desde la obsesión neurótica de intensidad flamígera que convierte su M-Base en una batidora de sonidos que en unos casos reblandece cerebros y en otros los endurece.
El trío se mueve por diferentes tonalidades a lo
largo de un tema con facilidad asombrosa desembocando en
solos sin acompañamiento (especialmente de Steve
Coleman) que dan lugar a otro cambio rítmico y otra
improvisación como si de una montaña rusa
se tratase (
crescendo y decrescendo) .
Laberinto de notas mil que atrapa al oyente sin escapatoria, como en un bucle infinito e hipnótico que no deja escapar ni la luz a modo de agujero negro. Música de alto riesgo para aquellos que padecen de algún tipo de problema nervioso y buscan la paz y la quietud.
Después de todo lo argumentado algunos podrán sacar la conclusión que no soy un fan de los proyectos de Steve Coleman y el sonido M-Base y puede que tengan razón. No obstante sería injusto igualmente no reconocer la calidad creativa y técnica de los tres músicos no debiendo entenderse como objetiva mi opinión ya que estoy más cerca de la impresión psicológica que de la intelectual cuando argumento sobre este tipo de propuestas. Por un lado van las apreciaciones artísticas y por otro las psicológicas, algo que sucede con frecuencia cuando escuchamos propuestas minimalistas como las de Philip Glass o Michael Nyman, por ejemplo.
Como último apunte y a modo de conclusión no quiero que se entienda que fue un concierto mediocre, ni mucho menos, ya que cumplió las expectativas con creces en lo creativo y artístico, que al fin y al cabo es lo que da valor a la Música.