Si Jonathan Kreisberg hubiera estado activo en los años ochenta, habría ampliado la Santísima Trinidad de guitarristas rompedores oficialmente formada por Pat Metheny, John Scofield y Bill Frisell. Por desgracia para él le ha tocado vivir una época en la que debe trabajarse a fondo los clubes de las ciudades por las que viaja. Por suerte para nosotros podemos ser testigos de uno de los músicos más superlativos del momento en un entorno recogido y cercano, en este caso el madrileño Bogui Jazz, que sigue añadiendo joyas a su cartelera.
También es necesario recalcar la capacidad de convocatoria continuada de Kreisberg. Casi todos los años pisa la Villa y Corte, y siempre llena los locales donde actúa. Muchos todavía recordamos sus conciertos a trío de órgano en Populart, su mítica aparición a cuarteto en el mismo escenario con Ari Hoenig a la batería, su íntima actuación en Le Swing o su presencia en el Festival de Jazz de Móstoles. El neoyorquino sigue abarrotando salas, y anoche su presentación venía avalada por la presencia entre el público de guitarristas míticos de la escena madrileña (Chema Saiz, Israel Sandoval, Ángel Rubio o Juan Camacho, por nombrar unos pocos).
Los cuatro músicos se hicieron de rogar (tras su master class en la ESMUVA –Escuela de Música de Vallecas– habían llegado tarde a una prueba de sonido que se prolongó más de lo habitual), pero embelesaron a la audiencia desde las primeras notas de un reposado “Stella By Starlight” donde Kreisberg demostró su capacidad para enhebrar un discurso homogéneo nada esclavo de los acordes. Los silencios se han convertido en un arma demoledora dentro de su poblado arsenal, y todas sus intervenciones solistas mostraron una madurez adquirida con tesón. Sigue explorando exóticos sonidos con sus pedales de efectos, sigue arpegiando a velocidades endiabladas, sigue abordando esas frases electrizantes con las que tanto se identifica, pero integra todos esos materiales en un mensaje sincero y reposado. Ya no lo hace por demostrar, sino por mostrarse.
A partir de ahí el grupo abordó una mezcla algo heterogénea de nuevos originales (“The Spin”, “Being Human”), standards (“Peace”) y composiciones de Shadowless , último trabajo en estudio del guitarrista (“Stir The Stars”, “The Common Climb”). Quizás la curva de intensidad del repertorio favoreció en exceso los tiempos lentos. En cualquier caso la interpretación fue impecable. Colin Stranahan, batería zurdo de divertido lenguaje corporal, dominaba todo tipo de ritmos de corte moderno, si bien tanto la disposición como el sonido de su kit evocaba a los antiguos bateristas de swing . El jovencísimo Rick Rosato hizo gala de buen tiempo y afinación (¿qué más se puede pedir a un contrabajista?). Lo adecuado de su actuación contrastaba con su presencia, algo fría y desenfadada, en escena. Algo parecido sucedió con Will Vinson, saxofonista de tirón que combinó el alto con el piano, aportando variedad tímbrica a la base armónica del grupo. Sus solos incendiarios levantaron multitud de aplausos, pero su pose era hierática, siempre observando en la distancia al líder del combo en busca de instrucciones que encarrilasen la espontaneidad de la música. Especialmente notable fue su improvisación saxofonística en “Zembékiko” (creado a partir de una melodía tradicional griega), que culminó volando hacia el piano para tocar la siguiente sección.
A modo de bis, el concierto terminó como empezó, con “Stella By Starlight”, pero esta vez de acuerdo al arreglo en siete por cuatro que Jonathan Kreisberg grabara en The South Of Everywhere (Mel Bay, 2007). El público en general apreció una versión distinta e intensa que caminaba como una locomotora; los músicos que había entre el público se deleitaron viendo al cuarteto surcar una métrica tan inusual con la sencillez y el desparpajo con que cualquiera tocaría un simple blues . Kreisberg volvió a llenar, y seguirá haciéndolo mientras mantenga estos niveles de compromiso artístico. Lo suyo es entregarse a los clubes, por desgracia para él. Por suerte para nosotros.