Son ya algunos años asistiendo a conciertos de jazz y no dejo de sorprenderme ante la facilidad y naturalidad con que encaran los músicos su labor al frente de grupos formados ocasionalmente. Este es el caso que nos asiste. Darren Sigesmund llama a filas a dos monstruos del jazz actual como son Mark Feldman y Gary Versace, y el quinteto funciona como si llevaran tocando toda la vida, cuando en realidad este es su segundo concierto de la gira.
El gran mérito del quinteto de Darren Sigesmund consistió en mantener el silencio y la escucha sobre su música, consiguiendo la perfecta comunión entre músicos y público aficionado, algo no muy habitual en un club de jazz.
Dos pases formaron la totalidad del concierto, en el primero de ellos fueron suficientes cinco composiciones para demostrar que la calidad y el virtuosismo eran la tónica general. La complejidad de la música de Darren Sigesmund se palpa en nuestros oídos y en nuestros cerebros; sus arreglos son igualmente difíciles y elaborados.
Con “Groove Tune” se abre la sesión con la impecable ejecución del quinteto y el encaje de bolillos se hace realidad en las interacciones de Darren Sigesmund y Mark Feldman. Virtuosismo de vértigo y potencia flamígera. El combo va más allá del bep-bop acercándose al tango, a la música de los Balcanes e insinuándose al jazz latino desde el prisma de un grupo de cámara, aderezándolo con pasión y lírica.
Gary Versace nos trae frescura con un swing capaz de lanzar las teclas de su piano al viento. Ethan Ardelli pone el arrebato, el vigor y la pegada desde sus platos. Jim Vivian es el bajista introspectivo que encaja a la perfección en el engranaje de una máquina que funciona con piloto automático. Darren Sigesmund es el líder que interpreta su rol con democrática actitud ciñéndose al atril con devoción y entrega, y Mark Feldman es un caso aparte. Su categoría como violinista está en lo más alto e hizo recordar al Jean Luc Ponty acústico de los años 60 y, por qué no decirlo, incluso al maestro Stephane Grappelli en la balada “Crossing”. Pero fue en el segundo pase donde alcanzó su máxima plenitud en un tema titulado “Brahms Ballad” donde dejó literalmente boquiabierto y sin aliento al público asistente. Su sólo de violín supuso una demostración de las dotes que como instrumentista atesora. Su técnica es de músico culto, sinfónico, de cámara y muy difícil de olvidar. ¡Una maravilla!
La conclusión a tenor de todo lo expuesto parece obvia: complejidad en los arreglos y composiciones, frescura, virtuosismo y más lectura de música que improvisación. Sin embargo, un concierto con letras mayúsculas.