Comentario:
Barcelona, donde sus prebostes presumen de vivir en una ciudad culturalmente activa, cuenta con iniciativas dedicadas a las llamadas músicas alternativas sin casi apoyo público ni privado, ni apenas canales informativos que se hagan eco de su existencia. Es el caso del festival NoNoLogic, dirigido desde hace un lustro por la activista Eli Gras. Con entusiasmo y no sin dificultades, La Olla Exprés, la productora que dirige Gras, propone una veintena de actividades en espacios alternativos de la ciudad condal. No obstante el, digamos, acto central de la edición en curso se celebró en el oficial Auditori, donde la Banda d’Improvisadors de Barcelona presentó su futuro primer disco. Grabado durante el pasado mes de febrero en esa misma sala de conciertos, el por fin trabajo de debut de esta formación plástica contó con una colaboración muy especial: la del pionero Agustí Fernández. Pero es sin duda el magisterio de su director titular, Pablo Rega, el que convierte a la BIB en un rara avis del panorama bigbandístico local. Rega, que también dirige el magnífico combo IED8, ha logrado convertir a este elenco de procedencias de lo más diverso en una de las propuestas más excelsas del underground barcelonés. Porque si bien la fórmula de la conducción gestual con la que trabaja Rega no es nueva —se atribuye a Butch Morris— también es cierto que en la capital catalana no abundan hoy directores compositores de música improvisada de su talla.
Uno de los logros de esta amplia formación es el trabajo por secciones, la disección de las posibilidades sonoras de las diferentes atípicas familias de instrumentos. Un ejemplo de esa dinámica aconteció con la pieza que abrió el fuego, oscura y de tono enigmático, en la que preponderó el empalme por capítulos de las diferentes secciones. En este sentido, destacó desde el primer momento el papel de los metales, con un primer amago de solo crujiente a manos del tenor Tom Chant. No en vano, el grupo de instrumentistas de viento fue uno de los que mostró con mayor soltura el talante contrastante de la formación: de los bocinazos deliciosos del saxo bajo Ferran Besalduch a los jadeos discretos de la saxofonista alto y flautista Olga Àbalos, pasando por el tono lenguaraz de Chant, Alfonso Muñoz y John Williams. La otra gran sorpresa de la noche fue el trabajo minucioso del dúo formado por la violonchelista Frances Barlett y el zanfonista Marc Egea, interpretando glisandos lacerantes. En el otro extremo, cabe destacar el papel circundante de una arrolladora sección rítmica, entre comillas, conformada entre otros por el histórico Eduard Altaba, al bajo y contrabajo, y los bateristas Javier Carmona y Dani Domínguez.
A mitad del evento entró en escena el pianista Agustí Fernández. La improvisación tomó entonces un cariz energético en el que la banda se retroalimentaba de los trinos desbocados y fragmentarios de Fernández, en una suerte, a priori, de cadencia al estilo de pregunta-respuesta que evolucionó hacia un totum revolutum de proporciones majestuosas. Anunciado en calidad de “invitado especial”, el pianista balear acabó empastándose con el resto de la banda, como si se hubiera incorporado una sección nueva al conjunto. Como mandan los cánones de la buena música casi instantánea, la BIB se reinventaba magistralmente cada segundo. En particular, lo hacía bajo la tutela de la disparidad climática, uno de sus grandes méritos. En este sentido, cabe resaltar el papel de Fernández en el arte del piano preparado, con cuyos repiques se apuntó a la tarea de fabricar registros no convencionales de gran belleza. Fernández, cuya intervención fue de lo más oportuna, se reencontró además con su faceta de improvisador en el contexto de la banda dirigida mediante la conducción gestual —recordemos su papel en la añorada IBA, en la década de los 90, junto con Evan Parker y Susie Ibarra, entre otros—.
El concierto acabó con un más que merecido homenaje a uno de los padres de las músicas improvisadas en nuestro país, Joan Saura, que nos dejó hace apenas un mes. El tema, concebido para la ocasión, se titulaba “Una para Joan” y sonó con una intensidad desgarradora. Fue quizás el único momento en que todos los instrumentos de la banda tocaron prácticamente al unísono, proclamando un grito de rabia y de emoción que concluyó con un poema declamado en off a cargo de otro ilustre Juan, el poeta Juan Creck. Fue el mejor final posible para una sesión de gala a cargo de una banda que este cronista desea que prosiga por los siglos de los siglos. Amén.