Que el baterista de We Want Miles, Agharta o Amandla toque en la gira de un pianista patrio ya es de por sí un hito antes de que suene la primera nota. Y aunque no sea la primera vez que Al Foster trabaja con un músico español —conocidas son sus colaboraciones con el contrabajista Miguel Ángel Chastang— siempre es a priori motivo de alegría observarle en el papel de sideman de un músico nacional. Foster ha accedido a colaborar en la grabación del último disco de Sanz, O que será (Contrabaix / Karonte), un trabajo a trío con música de Chico Buarque y Tom Jobim, entre otros, y en el que participa también el aclamado contrabajista Javier Colina. Foster y Colina —o Colina y Foster—. Mejor apoyo logístico para acometer cualquier repertorio, imposible.
Lejos de caer en la escuela del llamado Brasil Jazz, Sanz optó por tratar el material sonoro de los egregios compositores cariocas prescindiendo de la rítmica tropical, o al menos no mostrándola de forma evidente. En ese contexto, el discurso de Sanz, sobrio y de trazos claros, sugiere un toque austero, en las antípodas de cierta pianística latina, más dada a la pirotecnia que al gusto estético. Albert Sanz no actúa de esa manera y lo demuestra con el tono equilibrado con el que dialoga con su base rítmica. Pero una sana interacción con el resto de la formación no tendría quizá mayor importancia si no fuera porque, además, al éxito de la actuación de Albert Sanz contribuyó de forma decisiva el aplomo melodioso del contrabajista Colina —notable en los solos— y, sobre todo, el estilo cadencioso del baterista Foster. Juguetón, visceral y a la vez mesurado, Al Foster estableció un tête-à-tête prodigioso con sus compañeros de escena. El suyo es un swing vetusto, de los que ya no se oyen en los escenarios jazzísticos, firme incluso en los dos solos que ofreció al respetable. Sin duda alguna, Foster fue uno de los grandes triunfadores de la noche.
Salvo en los solos de Foster, el tono del concierto fue más bien uniforme, sin aspavientos y con un mismo enfoque climático. Nada que objetar, pues Sanz, Colina y Foster se metieron en el bolsillo a este cronista —y al público en general— con piezas como “Mil perdões”, “Medo de amar” o la archiconocida “O que será”, canciones latinas de aire romántico convertidas al lenguaje del estándar clásico. El resultado puede sugerirnos una fórmula resultona, pero que en ningún momento pareció concesiva, sino más bien al contrario: Sanz se va con la música latina a su particular universo sonoro.