Comentario: Una joven aficionada me advertía ya durante el segundo tema del concierto que más me valía hacer un comentario positivo del mismo. Lo cierto es que ya entonces había buenas razones para justificar su entusiasmo ante lo que estaba sucediendo en el escenario. Saber que el gozo de que estamos disfrutando es compartido por otros aficionados resulta doblemente gozoso, sobre todo cuando se trata de la plasmación de una idea musical tan hermosa que, además, funciona con la perfección con que funciona ésta y se tiene la fortuna de vivirla en directo.
El grupo presentaba los temas contenidos en su reciente y excelente grabación
Trío, ya comentada en la sección “Discos” de Tomajazz. Quien haya disfrutado de la grabación ya sabe que este trío de ases se ha volcado en la creación de un jazz impregnado rítmica y sentimentalmente de esencias latinas y flamencas, que planean a lo largo de unos arreglos de irresistible frescura, originalidad y talento, todo ello surcado a menudo por un infeccioso ramalazo de
hard bop y
funk vacilón. Quizá para demostrar la viabilidad y solvencia de su propuesta, se permiten el lujo de hacer versiones de autores tan difíciles de traducir, y tan dispares, como Coltrane, Monk, Kurt Weill, Cole Porter o Marcelino Guerra, además de interpretar alguna composición original.
Si bien cada uno de los músicos del trío ha participado anteriormente en multitud de proyectos donde el jazz se fusionaba con esos aires latinos y flamencos (por lo cual la temática del mismo no resulta, en principio, del todo novedosa), en esta ocasión la desnudez del formato ha permitido una cristalización especialmente hermosa de sus ideas comunes. La gran compenetración existente entre ellos no parece surgir de la atención con que se escuchan (que es mucha) sino que parece previa, natural entre los tres.
Todo el armazón musical creado por el trío se sustenta sobre el contrabajo de Javier Colina, una máquina de crear líneas sonoras llenas de lógica y alma. Su labor durante toda la noche fue extraordinaria, su pulso incontenible empapó cada tema de solidez rítmica y armónica y, simultáneamente, de una sensual y profunda elasticidad sonora. A menudo introdujo él los temas en solitario, y ni uno solo de los que interpretó el trío quedó sin su participación solista (en todas ellas se mostró como un maravilloso creador de melodías llenas de sentido dramático y ritmo, como en “Youkali”, de Kurt Weill, o “Hugo”, firmada por los tres músicos al alimón). Javier Colina no tocó una nota de más, ni tampoco una de menos, en toda la noche.
Sobre el insoslayable caudal sonoro de Javier Colina, Marc Miralta desarrolló su particular concepción de la percusión, un luminoso arco iris que arrancaba los pastosos ritmos del contrabajo del suelo para llevarlos a la altura de nuestro corazón. Igual con las baquetas que con las escobillas, con las mazas o con las manos, su sentido musical basculó entre esa especie de aérea polirritmia y el placer de marcar con contundencia y sencillez los tiempos que así lo piden; todo ello impregnado, cómo no, de un aire aflamencado que, cuando tomaba el primer plano, invitaba a las palmas discretas de algunos aficionados.
Perico Sambeat opuso, a la exuberancia de sus compañeros, un estilo lleno de contenida emoción. Su exposición de los temas era sobria, severa, su saxofón se mostraba deliciosamente perezoso sobre el vuelo de Miralta y el rocoso trabajo de Colina, aunque en cualquier momento podía dejar la melodía para enredarse con los ritmos creados por aquellos, coloreando alegremente los temas. Sus improvisaciones fueron de una dificilísima sencillez, en busca de una esquiva pureza de sonido y melodía; siempre fueron hermosas e interesantes y en algunos momentos consiguieron bañarse en esa ansiada pureza, llenando la sala de magia y dejando a un servidor sin algún latido (la ya mencionada “Youkali”, “A Mi Manera” de Marcelino Guerra). También hubo momentos, no obstante, para que Sambeat mostrase su vertiente más veloz e incisiva, como durante “Syeeda’s Song Flute” de John Coltrane o “Pringators”, original suyo. Y el caso es que en ocasiones pareció que el saxofonista no estaba del todo cómodo (durante su “Sábanas Negras”), aunque nunca esas ocasiones llegaron a enturbiar una actuación por lo demás realmente brillante.
Así las cosas, esta XII edición de las Jornadas de Jazz en la Politécnica, dedicadas a la figura de Tete Montoliú en el décimo aniversario de su fallecimiento, se cerró de manera inmejorable, con un concierto que perdurará en el recuerdo durante mucho tiempo.
Ignoro si esta reseña habrá satisfecho las expectativas de la aficionada que mencionaba al principio (espero que sí), en todo caso escribir unas palabras amables acerca de este concierto era tarea fácil.