Comentario: Hay cosas que, de puro paradójicas, se vuelven incomprensibles. Entre las quejas más habituales de los aficionados al jazz se encuentran el exceso de revisionismo, la escasa búsqueda de un lenguaje de raíz por el que expresarse, la poca originalidad y la falta de riesgo. Todos esos elementos son enemigos del Proyecto Miño, compleja y espectacular formación que parte del folklore de Galicia y norte de Portugal para, desde un prisma jazzístico donde la improvisación juega el papel más importante, investigar por extraños territorios a lomos de los perfectos arreglos de Baldo Martínez. Bueno, pues el pasado miércoles se registró una de las entradas más bajas del Festival de Jazz de Madrid. Es posible que el partido de fútbol de la selección española, que se jugaba de forma simultánea, tuviera algo que ver, pero en ningún caso se hace justicia a un trabajo ímprobo, una música tan curiosa y espectacular que cuesta definir, mejor escucharla. Y cada día es más difícil dada la escasa demanda. Incomprensible.
Para la ocasión el Proyecto Miño contó con la presencia del francés Valentín Clastrier a la zanfona, instrumento tradicional muy habitual en agrupaciones folk, que Baldo ya había incorporado anteriormente a sus propuestas de la mano del genial Germán Díaz, y que en este concierto tomó dimensiones poco habituales, debido a los efectos de sonido que Clastrier utilizó, haciendo sonar a su instrumento como un whistle, como un teclado o incluso como una guitarra eléctrica. Quizá este fuera un dato negativo para los que escuchaban el artefacto por vez primera, no pudiendo percibir de forma clara los sonidos acústicos de la zanfona (o zanfoña), pero permitió descubrir la amplitud de rango estilístico que se puede conseguir con algo de imaginación.
El tradicional A Ribeira donde Maite Dono se centró en el registro más agudo de su voz dio paso a la Marcha de Guimaraes, donde el sobrio David Herrington mantuvo un interesante diálogo con el invitado de la noche sobre redoble de caja. El tema permitía una buena dosis de libertad a Pedro López y a un Nirankar Khalsa, no habitual de la formación, que demostró un oído y una capacidad de reacción envidiables, aportando algunos de los mejores momentos de la noche. En Aire de Tuba la conjunción de metales tomó un cierto aire épico, al cambiar Alejandro Pérez el tenor por el soprano. En este caso el diálogo lo mantuvieron Pérez y un Chiaki Mawatari que asombró al respetable al utilizar el septentrón, instrumento de viento de forma ondulada muy poco conocido. En De Onte Pra Mañan (basada en la Cantiga de Santa María número 22) Maite Dono forzó su voz hasta límites inimaginables, jugando con agudos, devaneos rítmicos y una especie de scat a lo hindú que fue la impresión de la noche. Antonio Bravo aprovechó la movida métrica de 6x8 para dejarnos un buen solo de guitarra, mientras Baldo disfrutaba viendo las evoluciones de sus músicos, alternando el pizzicato con el arco y con esas pequeñas baquetas con que le gusta golpear las cuerdas de su contrabajo.
Et la Roue de la Vie fue la composición aportada al evento por Valentin Clastrier, y quizás se tratara del tema más caótico y desestructurado, si bien fue la excusa perfecta para que batería y percusionista se lucieran en solitario. Y lo más curioso fue que el momento de mayor calidad expresiva no vino de la mano de los complejos arreglos de metales, ni de las rítmicas extrañas (se usaron compases ternarios, e incluso de 5x4 en algunos temas), sino de la sencillez de una voz y un contrabajo cantando juntos (¡y cómo cantaba el contrabajo de Baldo!), en Canta a Rula, basado en un alalá gallego. Mawatari ejercía a veces como bajista, de modo que el líder podía concentrarse en sus propias diabluras sin afectar a la cohesión rítmica del conjunto. En De Norte a Sur, Baldo dirigía a sus compañeros como si de una big band se tratara, dividiéndolos en dos secciones y decidiendo en cada momento quién debía o no tocar. El final con la Suite del Miño y el bis con Zona Rústica (tema que Baldo grabara en su Juego de Niños) sacaron lo mejor del escaso pero buen público que se dio cita en este Centro Cultural de la Villa.
Y así están las cosas. En Baldo tenemos a nuestro Dave Holland nacional, en el Proyecto Miño a una agrupación musical de elevadísimo nivel cuya propuesta reúne todas las características que un aficionado al jazz y a la música en general puede desear. Pero no se le graba. Pero no se le va a ver. Como diría el humorista Forges, "País...".