A solas con Kind Of Blue
Posiblemente la fama de Kind Of Blue es por completo desproporcionada. Se trata de una grabación maravillosa, que consigue plasmar de manera emocionante un enfoque teórico hasta entonces muy poco utilizado por músicos de jazz (el uso de los llamados “modos”) y que captura a los músicos en un momento creativo particularmente feliz… Pero es una barbaridad pensar, como la asombrosa celebridad de Kind Of Blue sugiere, que existe una brecha cualitativa, un abismo, entre esta grabación y el resto.
La consecuencia de esta situación es triste: no sólo es la celebridad de Kind Of Blue exageradamente grande, también resulta enormemente perjudicial. Porque es fácil llegar al convencimiento, llevados por esa fama tremenda, de que haciéndose con este disco, y quizá con un par de grabaciones escogidas más, se dispone ya de una “discoteca esencial del jazz”. ¿Para qué picotear con discos menores cuando podemos escuchar el mejor de todos? Cuánto goce malogrado a causa de este pensamiento venenoso.
Pero los manejos y torpezas humanas son sólo eso, y Kind Of Blue nada tiene que ver con todo ello. Cumple ahora 50 años tan lozano, tan sofisticado, tan fascinante como el primer día. Voy a tratar de comentar algunas de las cosas que (me) suceden cuando escucho Kind Of Blue, al fin y al cabo la manera que tenemos de “estar a solas” con un disco es ponerlo y disfrutar de él (tranquilos, será solo durante su primer corte, “So What”). No se trata de señalar los puntos esenciales del tema, no creo que tal cosa exista; el disfrute de una grabación es algo profundamente personal y cada cuál se fija en aspectos y momentos diferentes de la misma.
“So What” es una composición estructuralmente muy sencilla, de esquema AABA, cuyo puente es la misma melodía interpretada en una tonalidad ligeramente más aguda. Tras unos acordes misteriosos del piano, Paul Chambers hace una pequeña diablura con el contrabajo y queda solo para enunciar el archiconocido riff del tema, mientras el resto del grupo le da respuesta con dos notas a coro.
1’35”: Una vez resuelta la exposición entra Miles con su improvisación, mientras la batería hace una figura tremendamente sencilla que, no obstante, cada vez que escucho me provoca una sacudida a lo largo de la columna. Ya estamos inmersos hasta el tuétano en Kind Of Blue. No me siento capaz de transcribir la combinación de serenidad y lógica con que Miles encara su improvisación, ni la emoción misteriosa que transmite como sin querer… En todo caso, me parecen enormes. Evans coloca, como sin darse importancia, acordes de sonido vahído, opaco, con una carga emocional misteriosamente poderosa (será esa especie de peculiar ritmo interno que deja traslucir, sobre todo durante el puente, 2’00”). Qué bien se entienden los dos, y con qué tranquila energía les secundan contrabajo y batería.
3’27: Entra Coltrane al saxo tenor. Algo en su entonación te pone alerta de inmediato: se nota que no aguantaba más, que tenía cosas que decir y prisa por soltarlas. Su improvisación, magníficamente equilibrada, está pletórica de ideas nítidamente expresadas, enunciadas con una concisión rara en él. Es evidente que había captado a la perfección el novedoso tratamiento modal de Miles, su paso de la línea principal al puente y vuelta atrás está perfectamente marcado, y en todo momento vuela con toda la libertad que el concepto modal le permite. Son muy hermosos su primer puente (4’56”) y la vuelta a la línea principal (5’04”, con la complicidad de un Evans tan atento como creativo).
5’18”: Cannonball Adderley toma el relevo al saxo alto, atacando con un estilo mucho menos incisivo pero igualmente pleno de emoción, inundando la música de efectos rítmicos sorprendentes, de difíciles balanceos a ambos lados del delgado hilo tejido por las líneas que desgrana el contrabajo.
7’07”: Evans arranca su improvisación con un puñado de acordes abiertos, muy casuales, que a duras penas enmascaran su intención de hacer con la improvisación lo que ha venido haciendo al acompañar a sus colegas: crear un efecto extraño y fascinante basado en una pulsación rítmica discreta, etérea, que descoloca porque uno no llega a comprender dónde reside ese ritmo sutil que indudablemente percibe. De todos modos, para que nadie se pierda, los demás músicos marcan dos notas en cada línea, como habían hecho durante el arranque del tema. A partir de 7’22”, y hasta el puente, Evans consigue transmitir con unas pocas notas, estirando el tempo de su pulsación muy por detrás del propio tema, una especie de eclosión sonora muy hermosa. El puente (7’34”) supone un nuevo juego rítmico maravillosamente expresivo, pues Evans opone a la respuesta con que Miles y los suyos siguen marcando cada línea, la suya propia, que consiste en tocar un delicado y enérgico racimo de acordes en casa frase, silenciando el piano durante el resto de la misma. En 7’45” hay ya una considerable tensión acumulada a la que Evans da salida con una serie de acordes final admirable, tanto por la coherencia extraña que transmite como por su enigmático ritmo interno. Es difícil hacer tantas cosas, y tan hermosas, en tan pocos segundos.
Chambers se adueña brevemente del tema en 8’05, con rara contención, antes de la exposición final de un tema que sería mítico.
|