A solas con Kind Of Blue
Aunque sé que fue uno de los primeros discos (cedés) de jazz que compré, no recuerdo cuándo lo escuché por primera vez. Sé que el primer disco que tuve de Miles Davis fue Bags’ Groove (Prestige, 1954) y Kind of Blue vino poco después, en esa horrenda (de presentación y de sonido) edición de la serie Jazz Masterpieces, con esa foto de Miles Davis vestido como un músico de un grupo de bodas, bautizos y comuniones (ahora disfruto la Legacy de 1997).
El disco entonces me gustó, aunque seguramente lo valoraba más por “el qué decían”, por ser una de las “Obras Fundamentales de la Historia del Jazz y de la Música del Siglo XX”. Con el tiempo ha pasado a ser uno de esos discos fundamentales de la historia de mi vida, uno de esos de los que tarareo solos enteros y mimo redobles de tambor y acordes del piano. Es decir que, aunque tiene multitud de matices y siempre es un placer escucharlo, ya no me produce una sorpresa: pero, como dicen los economistas, es siempre un “valor refugio” al que acudir en tiempo de crisis, musical, económica o sentimental.
Si tuviera que describir a Kind of Blue con un adjetivo escogería “perfecto”. Es un disco “perfecto”, porque permite una escucha distraída o profunda, lo puede disfrutar el principiante o el experto, es música sencilla y exigente a la vez, es revolucionario (para la época) y a la vez absolutamente clásico e intemporal. Por no hablar de las composiciones, de los solos y de un plantel de músicos superlativos, con estilos y caracteres muy diversos pero que se complementan a las mil maravillas.
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