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D.S.: Para
terminar, me gustaría que me comentases un poco el hecho de que eres músico
pero también realizas una labor como periodista, saber primero cómo la
contemplas pero sobre todo cómo puedes compaginarla a la hora de
enjuiciar el trabajo de compañeros tuyos con los que luego puedes
llegar a colaborar. O te pones en su lugar y dices no le voy a echar por
tierra un trabajo porque sé lo que cuesta realizar un disco...
G.B.: Yo
a veces he leído cosas tales como “tal disco de Brad Mehldau es una
porquería”. Quien eso dice no tiene ni idea. Puede parecerle horrible
pero no se puede decir que es una porquería. Que a mí me parezca
horrible un disco de quien fuera no me autoriza a decir que es horrible.
Porque no es manera de hablar del trabajo de otro, me parece que es
indecoroso.
Segundo,
no me gusta comentar música que no me gusta, que no me parezca digna de
ser comentada. Hay gente que me dice “¡Eh! Te gusta todo”. Pero es
que por lo general trato de comentar música, no tanto que me guste,
sino que me parezca que merece ser escuchada. Creo también que la
persona que acepta el trabajo de reseñador de discos tiene que tener la
responsabilidad de saber que lo que importa es el disco hecho por fulano
o mengano y no lo que yo digo. Si a mí me gusta o no me gusta, a usted
qué le importa. En todo caso, algo dejaré traslucir, pero no es
importante. Si a mí me dan a comentar un disco de Hemingway, yo estoy
hablando del disco de Hemingway, no de que a mí me gusta o no me gusta.
Entonces, si yo tengo que decir algo positivo o negativo tengo que
fundamentarlo. Si no, es una irresponsabilidad de mi parte, es robarle
el dinero a la gente. Y hacer un daño innecesario a un músico que se
ha tomado el trabajo de componer una cantidad de música, lidiar con un
productor, armar un grupo, grabar y todo eso. Es mucho más trabajo
hacer eso que escribir diez líneas sobre un disco.
Por una cuestión de asepsia trato de no comentar discos de gente con la
cual yo tenga una relación personal cercana. No me veo comentando un
disco de Ernesto Jodos o de Enrique Norris, salvo que yo quiera
verdaderamente recomendar a alguno de ellos, cosa que no tengo ningún
problema en hacer. Si es algo que hace un amigo músico, no voy a dejar,
aprovechando la posibilidad de que otra gente me lea o me escucha, de
recomendar algo. Es un gesto que va más allá de lo musical.
A veces se puede llegar a producir una situación incómoda cuando hay
cosas que a uno no le gustan, son los riesgos de hacer eso. La cuestión
ética es esa. Yo no soy el abogado de ningún músico, ni el defensor,
pero alguna música me gusta recomendarla. Si oigo a un músico que no
es conocido y es interesante voy a decir por qué me parece interesante
y a recomendar su escucha. Ese músico puede ser amigo mío o no. Puede
llegar a haber una situación un poco embarazosa; yo no conozco
personalmente a Hemingway o a Jackie McLean, pero somos colegas, somos músicos
y entiendo lo que ellos como músicos sienten. A ninguno le puede gustar
que venga un don nadie a decirle que lo que hacen es una porquería.
Aparte que eso me descalifica a mí, no le descalifica a él.
Es un bonito trabajo porque a mí me permitió aprender muchas cosas. Me
obligó a prestarle atención a una música que tenía dejada de lado,
me obliga a descubrir nuevos músicos y músicas que yo, por las
propias, no había conocido, en algún caso por falta de interés o por
falta de medios, tampoco tengo el dinero para comprarme todos los discos
del mundo.
D.S.: ¿Y
esta labor te ha permitido tomar cierto distanciamiento como para poder
analizarte mejor a ti mismo, a tu música?
G.B.: Claro,
sí porque uno escucha la música y además lee las entrevistas,
entonces uno se va metiendo cada vez más en la dinámica y aprende
muchas cosas. El otro día hablábamos de John Lewis a quien yo, hasta
hace unos años, lo tenía como el pianista del Modern Jazz Quartet, que
había participado en el bebop. Pero la historia del tipo es realmente
muy interesante: él, con Gunther Schuller, dirigía unas escuelas de
verano en Lennox y ahí apareció un personaje llamado Ornette Coleman,
y les gustó lo que hacía. Así que lo becaron para que estuviera y
Ornette Coleman preparó sus trabajos y después, como Lewis era el
asesor musical de los hermanos Ertegun en Atlantic Records, lo recomendó.
Y entonces como que el viejito este tan recatado y elegante, que tocaba
a Bach con bajo y batería, terminó siendo el propulsor de un salvaje
como Ornette Coleman. Esas cosas a uno como músico realmente le educan,
porque lo hacen pensar en los caminos insondables. Esto excede a la música,
lo que más se aprende a medida que se saben cosas es cuánto uno no
sabe, para lo único que sirve saber cosas es para saber cada vez menos
cosas.
A mí siempre me gustó escuchar música, ¿qué voy a hacer? La mayoría
de los músicos amigos y colegas míos por quienes he sentido afinidad
musical a lo largo de los años son gente que realmente escucha y conoce
mucha música, que no necesariamente se compra tantos discos, pero que
es gente muy fina escuchadora. Son músicos con quienes nos recomendamos
discos. Es un mito eso del músico que no escucha música. Bueno, sí,
hay psicoanalistas que nunca se han analizado, esas aberraciones
existen, pero no puede ser músico alguien que no tenga sensibilidad
para la música. Es una perogrullada. Y la sensibilidad para la música
no quiere decir conocerme de memoria los nombres de los integrantes de
un disco, eso es enciclopedismo que no me parece malo en sí, yo de
hecho tengo bastante memoria, pero no puedo objetar el hecho de que
alguien no la tenga.
Lo que me parece es que cuando uno quiere hacer música, en realidad está
manifestando un deseo de expresar algo, uno quiere expresar las cosas de
una determinada manera. Y al conocer distinta música uno va encontrando
respuestas o ideas, claves de cómo hacer ciertas cosas, que no
necesariamente tienen que ver con la imitación. Si yo, por ejemplo,
quiero tocar jazz en la guitarra y descubro que el señor Jim Hall y el
señor Wes Montgomery tocan maravillosamente bien -y de hecho lo hacen-,
y considero que la guitarra se toca pura y exclusivamente como ellos lo
hacen, al final me convertiré en un mero imitador. Quizás, a veces
puedan existir ciertos músicos con los cuales uno tenga demasiada
afinidad y, esto es como el tema del alcoholismo, un alcohólico con no
beber puede llevar más o menos una vida normal [risas]. A mí me
encanta Jim Hall y me encantaría homenajearlo pero tampoco me pondría
a imitar sus solos. Puedo aprenderme algo y hacerle un regalito, yo le
he dedicado un tema a Jim Hall que nunca lo grabé, pero si voy a hacer
mi disco de tributo a Jim Hall o a Wes Montgomery copiándole el sonido,
la guitarra, los efectos... Para eso, que la gente ahorre tiempo y se
compre directamente tantos discos de Jim Hall o Wes Montgomery que hay
por ahí.
Creo que a veces es delicado el tema de dedicarse a escuchar mucha música
porque a uno le gusta y estudia a ciertos compositores y ciertos
improvisadores. Y efectivamente, si no se está atento, uno puede decir
ahora voy a escribir al estilo de tal o cual. Pero hay recursos de toda
esta gente que se pueden usar perfectamente. La otra vez leía la
entrevista a Tim Berne en la que decía que Julius Hemphill tenía un
grupo en el cual le gustaba tocar los arreglos de Gerry Mulligan. Y no
por nada Hemphill luego armó el World Saxophone Quartet o su sexteto de
saxos, porque él también tenía un sonido orquestal pero lo pasó por
su tamiz. Y los primeros discos de Tim Berne son bastante a la Julius
Hemphill, y ninguno de ellos estaba imitando a ningún otro.
D.S.: Y
Berne hizo un disco de homenaje a Hemphill, y es un disco totalmente de
Berne.
G.B.: Es
un disco en el cual no está imitando en absoluto a Hemphill. Uno va
viendo también que todos estos músicos que a uno le gustan, los músicos
creativos que a uno le gustan, son músicos muy estudiosos que conocen
realmente bien la música de cierta gente al menos y que han visto
millones de conciertos y que tienen muchos discos. No me puedo creer que
Tim Berne sea un tipo que no tiene una gran discoteca -o John Zorn, que
tiene millones de discos- y que escucha muy atentamente muchas cosas.
Que a mí me interesen ciertos aspectos de la música búlgara no quiere
decir que yo me haya transformado en un folclorista búlgaro. Pero hay
elementos rítmicos que he escuchado que son muy interesantes y que me
sirven, no para hacer esa música, pero para entender mejor la mía.
Todos tenemos alguna música dentro.
© Diego Sánchez Cascado, Tomajazz 2003
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