Introducción.
Todo a punto por primera vez
Reproducido con el permiso de Alba Editorial
Bueno, no he tenido mucho tiempo
libre en los últimos quince años, y cuando consigo
tener un poco, normalmente estoy tan cansado que me voy a cualquier
parte y me pongo a descansar durante dos semanas. Si es que consigo
tener dos semanas. Y entonces la mayor parte del tiempo tengo
la música todavía en la cabeza.
John coltrane
Japón, 1966
LAS INDICACIONES ERAN FÁCILES,
incluso para alguien de la Costa Este. Desde Santa Mónica
se va hacia el este por la I-10 hasta la 405, entonces hacia el
norte por Ventura Freeway, una cinta de cinco carriles llenos de
tráfico que serpentea hacia el oeste a través de cañones
salpicados de árboles. Se coge la salida de Woodland Hills
hasta llegar a un tramo infinito de Ventura Boulevard, donde las
direcciones de las casas tienen más de cinco cifras y una
sucesión de centros comerciales, supermercados y gasolineras
se extiende hasta donde la mirada, protegida del sol, alcanza.
Allí, en una convencional
oficina de dos salas aprisionada entre un establecimiento de Ralph’s
y otro de Von’s («si llega a la tienda de bagels, es
que se ha pasado de largo»), esperaba para conocer a Alice
Coltrane, la viuda del legendario saxofonista de jazz John Coltrane.
Pianista de formación clásica nacida en Detroit e
interesada por el jazz desde una edad muy temprana, conoció
a Coltrane en 1963; más tarde le daría tres de sus
hijos, tocaría en sus últimos grupos hasta la muerte
del músico en 1967 y después seguiría con éxito
su propia carrera artística hasta entrados los años
ochenta. Desde este paraje insólito, Alice Coltrane supervisa
los asuntos de su patrimonio en las oficinas de JOWCOL Music (acrónimo
de «JOhn W. COLtrane»), compaginando estas obligaciones
con la gestión de un ashram dedicado al estudio de las religiones
orientales. Semirretirada y tímida ante la luz pública,
modestamente ha dejado atrás sus años sobre el escenario
–a excepción de los homenajes anuales a su difunto
marido– y raramente accede a ser entrevistada.
En el momento de conocernos, la mujer
de sesenta y cuatro años se inclinó un poco y se llevó
las manos a la frente, juntas, en señal de plegaria. Estaba
envuelta en un vestido punjabi de colores brillantes y llevaba sandalias.
Su delgadez era un reflejo tanto de su edad como de su dieta vegetariana.
Al otro lado de una mesa, me hablaba suavemente con cadencias musicales.
Al principio me tuve que inclinar hacia delante para poder seguir
sus palabras. Pero rápidamente, con un vigor cada vez mayor,
evocó el recuerdo de un día más de treinta
años atrás, cuando fue testimonio de la concepción
de una grabación musical imperecedera.
La vívida memoria de la señora
Coltrane eclipsó todo sentido del contexto histórico.
No era difícil entender que ella viera el disco como a través
de un túnel, millones de personas que habían escuchado
y amado la música de la que ella hablaba también pensaban
lo mismo sin tener conocimiento de cómo había nacido.
Pero yo esperaba que me ofreciera detalles y una perspectiva más
amplia: el verano de 1964, después de todo, fue una temporada
muy trascendente.
Llegaban a su fin unos meses cálidos
y maravillosos. Lindon B. Johnson todavía se estaba acomodando
a su cargo de presidente, recientemente heredado, Vietnam no significaba
más que una serie de escaramuzas lejanas, y Malcolm X todavía
estaba vivo. Una economía propia de los tiempos de paz florecía
mientras el conflicto racial empezaba a amenazar. El movimiento
para los derechos civiles, que había llegado a su punto más
álgido el año anterior con la marcha de 200.000 personas
sobre Washington, parecía que estaba perdiendo impulso. Empezaron
a estallar disturbios en Harlem y en otros guetos de Nueva York
y Nueva Jersey.
La Feria Mundial se celebraba en
la ciudad de Nueva York y la música más popular del
momento venía de Liverpool y Detroit. Mientras los Beatles
y la Motown lideraban las listas de éxitos, Bob Dylan lanzó
su oportuno tercer elepé, The Times They Are A-Changin’
(Los tiempos están cambiando). Pocos meses más tarde,
el cantante de soul Sam Cooke respondería escribiendo su
propia predicción llena de confianza: «A Change Is
Gonna Come» (Va a llegar un cambio).
En el frente del jazz, un primo marchoso
del hard bop de los cincuenta llenaba de público los escenarios;
los grupos liderados por Cannonball Adderley, Ramsey Lewis y Chico
Hamilton estaban en la cresta de la ola del soul jazz. Las leyendas
–Duke, the Count, Louis (que con su inesperado éxito
«Hello, Dolly» había llegado a lo más
alto de las listas de pop)– mantenían contentos a los
fans más veteranos. Entonces, la antorcha del free jazz,
que habían prendido unos pocos años atrás Ornette
Coleman, Charles Mingus y Cecil Taylor, era enarbolada por una nueva
vanguardia. Para muchos, su música feroz y desafiante con
la tradición explotó con la ira cargada de significado
político de aquellos tiempos. La hermandad de la «New
Thing» –Albert y Donald Ayler, Archie Shepp y Bill Dixon,
entre otros– reivindicaba un líder, un saxofonista
cuyo estilo agresivo nutría el sonido y el espíritu
de exploración de todos ellos: John Coltrane.
«No creo que la gente me copie
forzosamente», afirmaba Coltrane al final de aquel verano.
Según él, era cuestión de elegir el momento
oportuno. «En cualquier arte llega un momento determinado
en el que hay ciertas cosas flotando en el aire... un número
de gente puede llegar a la misma conclusión haciendo un descubrimiento
similar al mismo tiempo.» Lo que Coltrane no sabía
era que estaba a punto de ofrecer un alegato musical singular que
le reportaría una fama todavía más grande de
la que había gozado hasta el momento y que iría más
allá de su categoría y su tiempo.
Para Coltrane, el año 1964
había sido un período de trabajo imparable. Su agencia,
Shaw Artists, le había hecho cruzar el país de punta
a punta en una furgoneta junto con su cuarteto durante la mayor
parte del verano. Filadelfia, Chicago, Nueva York, San Francisco.
De vuelta a Nueva York. Necesitaba unas pocas semanas de descanso,
y tenía la excusa perfecta. El 26 de agosto había
nacido su primer hijo. John y Alice llevaron a John Jr. a la casa
de dos pisos que acababan de comprar en Dix Hills, un barrio tranquilo
de Long Island, Nueva York. Para Coltrane era una extraña
oportunidad de dejar descansando en el suelo su saxofón,
tumbarse con los pies en
alto y estar con su familia.
Pero la naturaleza obsesiva de Coltrane
no le dejó descansar. Se pasó cinco días recluido
en el piso de arriba con un bolígrafo, papel y su saxofón.
«Era a finales de verano, o a principios de otoño,
porque esos días hacía buen tiempo en Nueva York»,
recuerda Alice. «En el piso de arriba había una zona
que no ocupábamos y a la que casi nunca íbamos, a
veces un pariente venía de visita [y] allí era donde
lo alojábamos. John solía subir, se llevaba algo de
comida de vez en cuando, y se pasaba las horas meditando sobre la
música que oía en su interior.»
Alice estaba ocupada con John y Michelle,
su hija de cuatro años fruto de su primer matrimonio. Cuando
finalmente volvió a bajar, Alice se dio cuenta de que Coltrane,
normalmente sumido en sus pensamientos, estaba extrañamente
sereno.
Era como Moisés bajando
de la montaña, fue tan bonito. Bajó y tenía
esa alegría, esa paz en el rostro, tranquilidad. De manera
que le dije: «Explícamelo todo, no te hemos visto
en cuatro o cinco días...». Él dijo: «Ésta
es la primera vez que me ha llegado toda la música que
quiero grabar, en una suite. Ésta es la primera vez que
lo tengo todo, todo listo».
Tres meses después, Coltrane
entró en el estudio de grabación para dar forma a
sus meditaciones en un álbum en el que se combinaba música
y significado, un álbum que no se parecía en nada
a lo que había hecho hasta aquel momento. A Love Supreme
era el título que ya había escogido para ese ambicioso
proyecto.
A Love Supreme es la suite de jazz
en cuatro partes que John Coltrane grabó en el curso de una
noche con el pianista McCoy Tyner, el bajista Jimmy Garrison y el
baterista Elvin Jones. Sorprendió a Coltrane en un punto
culminante de su trayectoria creativa: la cristalización
de los últimos tres años como parte de aquel famoso
cuarteto, antes de virar hacia la fase final y más discutida
de su carrera.
Después de llegar a los comercios
y a las ondas radiofónicas, en febrero de 1965, menos de
dos meses después de su grabación, A Love Supreme
se convirtió en un éxito de ventas en los círculos
jazzísticos, y se escuchaba tanto en los dormitorios de los
colleges como en los pisos de los guetos, en las esquinas de Harlem
y de Haight-Ashbury: un disco unificador encumbrado gracias a la
oportunidad del momento en que salió. «A Love Supreme
llegó e influenció a toda la gente que estaba por
la paz», recordaba Miles Davis. «Los hippies y la gente
así.»
A mediados de los sesenta, A Love Supreme destilaba los temas de la década: el amor universal
y la conciencia espiritual. «En los sesenta, estamos en la
época de las religiones orientales, la nueva espiritualidad
y el Hare Krishna, y ésa era la matriz de donde provenía
Trane... y encajó perfectamente», señala el
saxofonista Archie Shepp.
A Love Supreme nunca ha pasado de
moda, y a través de los cambios, con el paso de las décadas,
desde el optimismo de cielos azules hasta la dureza del hastío,
la relevancia de la música y su mensaje han permanecido constantes.
«Sé que hay mucha gente que ni tan sólo quiere
escuchar música de cinco, cuatro años atrás»,
comenta Alice Coltrane. «Pero A Love Supreme tiene un espíritu
de renovación propio... es intemporal, es eterna.»
Es uno de los pocos discos de jazz
en el que se siente reflejada una mezcla intergeneracional de roqueros
y adolescentes rebeldes, amantes del hip hop y de la música
heavy. «A Love Supreme es seguramente uno de los discos más
bonitos y sublimes del siglo veinte», anunció el músico
tecno Moby en una entrega de premios de rock televisada. En la edición
del 2001 de los Premios Grammy, Carlos Santana y Joni Mitchell proclamaron
conjuntamente el disco de Coltrane como el Disco del Año
(y después abrieron el sobre y dieron el premio al grupo
de rock U2).
Diferentes elementos del álbum
–desde la fotografía de la portada que muestra al saxofonista
con aire pensativo hasta el reconocible motivo del bajo, que recuerda
a un mantra– aparecen regularmente en películas, revistas
y otras grabaciones musicales. La voz resonante de Coltrane cantando
el título del álbum –la primera vez que dejó
que su voz se oyera en una grabación– es su marca personal
más recordada y más profusamente citada. El mismo
título, con la inversión poética del adjetivo,
ha quedado arraigado en la fraseología colectiva de la lengua
inglesa; los publicistas lo toman prestado libremente para indicar
una pasión por la perfección (ya sea espiritual, sensual
o la que consigue incrementar ventas).
Coltrane creó A Love Supreme
como un regalo al Divino. Años antes de que las estrellas
del rock honraran a sus respectivos gurús en sus álbumes,
décadas antes de que los discos compactos de hip hop incluyeran
el ahora obligatorio grito al Todopoderoso, Coltrane dedicó
abiertamente su disco con las siguientes palabras: «Como una
humilde ofrenda a Él».
Los dos textos que Coltrane incluyó
en el disco –una carta dedicada al «querido oyente»
y un poema dirigido a Dios– son los únicos ejemplos
de su escritura que acompañan un álbum. Sus palabras
lo dejaban desnudo en público, eran una confesión
abierta de devoción divina. Buena parte del público
del momento, más acorde con la estética moderada y
fría del mundo del jazz, encontró inusualmente desconcertante
el atrevido mensaje de despertar espiritual que proclamaba el disco.
Resonando por encima de todos los
demás elementos está el sonido apasionado de A Love Supreme: un equilibrio coherente de composición e improvisación,
de forma y energía, como ningún otro título
de la discografía completa de Coltrane. El disco construía,
derribaba y volvía a erigir una serie de estructuras de blues
en clave menor que eran supuestamente simples. Las melodías
–expresadas de forma sucinta pero memorable– abrían
las puertas a través de las cuales el cuarteto se adentraba
en una montaña rusa de una dinámica cronometrada con
precisión. La interacción de sus reconocibles estilos
era muy potente: los acordes de Tyson aportando tensión;
la batería extática de Jones; las líneas fluidas
del bajo de Garrison. Los mismos solos infatigables de Coltrane
crecían en espiral desde un susurro meditabundo a gritos
feroces, medio ahogados, con el ritmo experimentado de un predicador
dominical.
A Love Supreme lo unía todo
en una mezcla que dejaba al descubierto las raíces y las
influencias del cuarteto: el efecto propulsor y renacedor de los
polirritmos africanos. Los tempos lúgubres del jazz modal.
El lamento melancólico de la música folklórica
del Lejano Oriente. La urgencia del free jazz. La agitación
del bebop. El sentimiento familiar del blues. La liberación
orgásmica del gospel.
Los aficionados al jazz del momento
nunca se pusieron de acuerdo a la hora de buscar un término
para el cóctel sonoro de Coltrane; «jazz espiritual»
es todavía hoy lo mejor que pudieron encontrar. Pero como
pasa con la mayoría de gestos artísticos más
singulares –ya sea sobre lienzo, papel o vinilo–, cualquier
categoría limita la obra en lugar de definirla y la convierte
en algo demasiado específico. «A Love Supreme no era
un disco de jazz», mantiene Ravi Coltrane, el hijo de John.
«Solamente estaban intentando hacer un alegato musical.»
«Música», afirma
Elvin Jones. «Así es como yo lo llamaría.»
«La música no debería
ser fácil de comprender», afirmaba John Coltrane en
1963. Por aquel entonces, estaba tan íntimamente acostumbrado
a los aplausos como a las burlas. La controversia se había
convertido en una compañera habitual en una carrera jalonada
de numerosas grabaciones como líder y como acompañante.
Había aprendido a estar por encima de las críticas.
Era la música lo que determinaba su camino. En el punto álgido
de su colaboración con Miles Davis aportó unos solos
emotivos a la obra maestra modal del trompetista de Kind of Blue,
y podría haber seguido ese camino dócil y de eficacia
probada. En lugar de eso se quedó con lo que encontró
necesario de las lecciones de improvisación que le dio esa
colaboración, siguió experimentando más allá
y forjó su sonido propio de mitad de los sesenta, hipnótico
y exultante.
En un primer momento, el álbum
de Coltrane y el disco más vendido de Davis pueden parecer
semejantes. Pero A Love Supreme no es Kind of Blue, ni por su estilo
ni por su efecto. El primero sugiere la intensidad del momento de
una actuación en vivo y en directo; el otro disco, famoso
por su llama fría y su quietud zen, parece que saca su energía
de la atmósfera relajada del estudio.
Kind of Blue es alabado por la manera
en que se coló sin esfuerzo aparente (y continúa haciéndolo)
dentro de la conciencia musical de generaciones. A Love Supreme
no es un valor tan fácil de vender; por esa razón,
su escalada hasta convertirse en una obra imperecedera y de talla
popular es todavía más impresionante. Para los oídos
no acostumbrados a la música moderna improvisada, contiene
demasiados sonidos nuevos y estructuras demasiado extrañas
y extensas. Incluso para los iniciados en el jazz, la emoción
cruda de las cadencias de Coltrane y la barrera explosiva de la
percusión de Jones pueden ser chocantes y desagradables al
principio.
Frank Lowe, que ocupaba la plaza
de saxofonista tenor en el grupo que Alice Coltrane lideraba al
principio de los setenta, admite que le costó cierto trabajo:
«Tan sólo recuerdo el efecto acumulativo que tuvo en
mí cuando me di cuenta de lo que estaba escuchando».
«Honestamente, no capté nada la primera vez que lo
oí», recuerda el guitarrista John McLaughlin. «De
hecho no podía ni tan sólo entender lo que él
estaba tocando musicalmente, ni lo que estaba sintiendo emocionalmente.»
Carlos Santana era un guitarrista
de rock centrado sobre todo en blues eléctrico cuando un
amigo le puso el álbum:
La primera vez que oí A Love Supreme fue un verdadero asalto. Para mí eso podía
haber venido de Marte, o de cualquier otra galaxia. Recuerdo la
portada del álbum y el nombre, pero en ese momento la música
no encajó en las pautas que tenía en mi cerebro.
Era como si alguien intentara hablarle a un mono sobre espiritualidad
u ordenadores, ¿sabes?, simplemente no lo computé.
Hoy en día, Lowe, McLaughlin
y Santana han grabado partes de A Love Supreme. Están entre
los millones de personas que se han enfrentado al reto de la música
de Coltrane, han encontrado la manera de entrar en ella y se cuentan
entre el colectivo de fieles al álbum. «Tienes que
ir acercándote a la música tú solo, gradualmente»,
afirmaba Coltrane. «No se puede recibir todo con los brazos
abiertos.»
«Debemos retarnos a nosotros
mismos», se entusiasmó de repente Alice Coltrane mientras
hablaba de su difunto marido. «Nos hace más fuertes,
nos otorga una visión más clara... una mejor percepción.»
Si algún músico de jazz puso a prueba esta máxima
–poniendo a prueba también a su público y a
sí mismo–, ése fue John Coltrane.
Hoy en día, el tono quebradizo
y sin vibrato y el fraseo infatigable que caracterizaron a Coltrane
son uno de los sonidos más influyentes y reconocibles del
jazz moderno; en otros vocabularios musicales –R&B, soul
y rock– parece que los saxofonistas contemporáneos
no puedan tocar su instrumento sin citar sus ligados tan distintivos,
casi vocales, sus gritos y sus carrerillas endiabladamente rápidas.
El hecho de que actualmente haya tantos saxofonistas tenores que
hacen doblete con el saxo soprano se debe a la influencia de Coltrane.
Para muchos, su música significó el último
gran salto innovador dentro del jazz. «Parece que el libro
del jazz se cerró después de la muerte de Coltrane»,
se quejaba recientemente un periodista.
Todo lo que promueve la canonización
de Coltrane –su sonido, su leyenda, el alcance de su influencia–
continúa impulsando más arriba a A Love Supreme. El
álbum es para Coltrane lo que era un discurso en Washington
Mall para Martin Luther King Jr., lo que era un sermón en
lo alto de una colina para Jesucristo.
Es difícil escribir sobre Coltrane y no sonar torpe. Los
paralelos con Cristo son tan tentadores como las inevitables metáforas
entre Trane, su apodo, y tren (homófonos en inglés).
La vida de autosacrificio del saxofonista, su mensaje de amor universal,
su muerte a una edad temprana, incluso las iniciales de su nombre,
hacen que sea más fácil caer en esa tentación.
Muchos de los que tuvieron un contacto
directo con Coltrane recurren al lenguaje religioso a la hora de
expresar sus sentimientos hacia el hombre y hacia el disco. «John
Coltrane: Juan Bautista; John, el espiritualista; John, el creador»,
señala el trombonista Curtis Fuller. «John era todas
esas cosas, el ojo que todo lo ve, el Flautista de Hamelín.
En A Love Supreme se mostraba algo de todos esos Johns.» El
bajista Reggie Workman insiste: «Entenderás el mensaje
[de A Love Supreme] si estás
preparado, tal como la filosofía hindú nos enseña.
Si no estás preparado, tienes que dejarlo, prepararte y volver
a intentarlo. ¿Vale?».
«En tu espiritualidad, son
los gurús los que hacen que te inicies en el mantra»,
señala Alice Coltrane, igualando el obsequio de A Love Supreme
a esa iniciación y considerando a su marido como el guía
espiritual:
El gurú nos ha ofrecido
una tarea buena y grande. Entonces puede decir: «No quiero
que pienses que esto te va a servir para llegar a consumar tu
objetivo espiritual». Ahora, John se ha ido a otras tierras
y a otras latitudes y todavía habrá exámenes
más elevados, pruebas más elevadas a las que enfrentarse.
Necesitamos algo a lo que nos podamos aferrar, que nos sirva para
reunir fuerzas para el siguiente paso en nuestro viaje. Eso es
A Love Supreme.
Algunos han llegado a venerar al
hombre y al álbum semanalmente de una forma institucionalizada.
Cada domingo, la Iglesia Africana Ortodoxa St. John Coltrane de
San Francisco atrae a una congregación inusualmente heterogénea,
fieles locales y jóvenes visitantes en camiseta, que se reúnen
para alabar a Dios, considerar santo a Coltrane y tocar y cantar
juntos la música de A Love Supreme.
La ironía subyace en que un
hombre que desconfiaba de la idea de un único camino religioso
–«Cuando vi que había tantas religiones, más
o menos opuestas las unas de las otras... No podía creer
que un tipo pudiera tener razón, y... otro no»–
haya acabado dejando como herencia un proyecto de ritual organizado.
«No sé en verdad lo que siente la gente cuando escucha
mi música», comentó Coltrane en 1961. Menos
de un año antes de su muerte, remarcó: «Creo
en todas las religiones».
Escribir sobre cualquier tipo de
música es un reto: en buena parte todo depende de la subjetividad,
de las reacciones personales. Cuando se trata de Coltrane, el listón
sube más alto. Obligó a los periodistas a acuñar
una nueva terminología que describiera su técnica
y estilo revolucionarios. «Napas de sonido», escribió
en 1958 un crítico sobre sus ráfagas sonoras. «Antijazz»,
escribió otro unos pocos años más tarde.
A Love Supreme agarra el listón
y lo lanza hacia el cielo. La innegable espiritualidad del álbum
–otra área de estudio que pone a prueba el vocabulario
existente– abre la puerta a un reino en el que el análisis
de los detalles específicos corre el riesgo de parecer poco
serio, en el que la discusión del poder divino se convierte
en un esfuerzo insincero y rutinario. A pesar de ello, cada vez
que volvía a escuchar el álbum me sentía más
obligado a tratar la apasionada espiritualidad de Coltrane. Aunque
me considero un completo agnóstico y un racionalista acérrimo,
estoy dispuesto a admitir que hay muchas cosas que parecen producto
de alguna fuerza eterna bajo una dirección espiritual: las
estaciones, la gravedad, las matemáticas, el amor romántico.
«Dios respira completamente a través de nosotros»,
escribió Coltrane en A Love Supreme, «pero de una forma
tan suave que casi no lo notamos».
Aunque con alguna que otra duda,
estoy de acuerdo con esta visión de Coltrane. Y no creo que
yo lo pudiera expresar mejor que él. De manera que he optado
por limitar mis comentarios al cómo, el porqué, el
dónde y el cuándo del álbum, y dejar que las
palabras de Coltrane y de otros asuman las explicaciones sobre su
significado religioso y poder trascendental, y así garantizar
más espacio para aquellos que –apreciando también
la profunda espiritualidad del álbum– prefieren al
hombre, la música y el disco a un nivel mucho más
inmediato. Tal es el caso de Nat Hentoff:
Cuando A Love Supreme salió,
Trane consiguió conmover de una forma espiritual a tantas
personas que la gente empezó a pensar que él estaba
más allá de lo humano. Creo que eso no es así.
Él tan sólo era un ser humano como tú o yo...
pero él quería practicar más, hacer todas
las cosas que alguien tiene que hacer para superarse. El valor
real de lo que hizo John Coltrane es que lo que consiguió
lo consiguió como ser humano.
A Love Supreme nunca ha sido objeto
de una excesiva atención, a pesar de su afianzada reputación.
Algunas pocas biografías de Coltrane de diversa índole
y profundidad hablan del disco de paso; Lewis Porter dedica un capítulo
entero a un estricto análisis musical del disco en John Coltrane:
His Life and Music. Pero el álbum sigue siendo un territorio
no estudiado a muchos niveles. Desde el comienzo, tenía claras
las directrices para ponerme en marcha: investigar en campos vírgenes,
reelaborar los viejos puntos de vista, suscitar nuevas preguntas.
Como materia de investigación,
A Love Supreme no sólo supuso un profundo trabajo documental,
sino que demostró ser el sueño de todo escritor, ramificándose
en historias de gran relevancia histórica y personal y revelando
una miríada de anécdotas.
Con perseverancia y suerte, descubrí
objetos curiosos que aportaron profundidad y contexto a mi comprensión
del álbum: una bobina de cinta que conservaba la única
interpretación completa en público que Coltrane hizo
de A Love Supreme. Un formulario en el que se podían ver
los pagos a los músicos del 9 de diciembre de 1964. Un poema
escrito a mano que conformaba la estructura de «Psalm».
La fotografía de un Coltrane sonriente relajado en su casa
con su primer hijo recién nacido.
Tuve la suerte de que tres de las
seis personas que participaron originariamente en la grabación
de A Love Supreme estuvieran vivas todavía y generosamente
compartieran conmigo sus recuerdos y puntos de vista: el baterista
Elvin Jones, el pianista McCoy Tyner y el ingeniero de sonido Rudy
Van Gelder. También conseguí contactar con tres personas
que estuvieron involucradas en el segundo día de grabación,
más misterioso, las cuales se mostraron igualmente abiertas
a compartir sus recuerdos: el contrabajista Art Davis, el saxofonista
Archie Shepp y el fotógrafo Chuck Stewart.
Otras conversaciones me han ayudado
a dibujar el mapa de la influencia del álbum: recomendado
de una generación a otra, tal y como el pianista veterano
y antiguo colaborador de Coltrane, Tommy Flanagan, opinaba: «Yo
lo recomiendo fervientemente... Realmente tiene mucho más
que decir que cualquier otro ejemplo de su música grabada,
como alegato, como colectivo». Traspasado de músico
a músico, como el saxofonista Branford Marsalis recuerda:
«Había un trombonista con el que tocaba en la big band
de Clark Terry... se llamaba Conrad Herwig... fue el primer músico
de jazz al que oí hablar de A Love Supreme. Lo oí
y le dije a Wynton, sal a la calle y consígueme esa mierda».
Confiado de padre a hijo, como cuenta Zane Massey, hijo de Calvin,
músico de jazz y uno de los colegas más antiguos de
Coltrane en Filadelfia:
Estaba empezando a tocar el saxo,
de manera que solíamos juntarnos temprano cada noche antes
de cenar para mi lección diaria, haciendo notas largas.
Le recuerdo tocando A Love Supreme y explicándome: «John
no está tocando cualquier cosa. Éstas son ideas
muy meditadas en las que ha estado trabajando mucho tiempo».
En ese momento no lo entendí realmente, pero ahora sí
que lo entiendo.
Testimonios de fuentes insólitas
han ayudado a dibujar el panorama del legado del álbum. El
guitarrista de REM, Peter Buck, agradece a un profesor de instituto
el hecho de mostrarle «aquella explosión de otro planeta
para mí... Hay muchas imágenes de América dentro
de eso, sin que [Coltrane] haga conscientemente ningún tipo
de alegato político». El protorrapero e intérprete
de canciones protesta Gil Scott-Heron recuerda: «Fue en 1968,
yo tenía diecinueve años [y] algunos tíos de
la facultad con los que salía ponían jazz cada noche
en su dormitorio... una noche pusieron A Love Supreme. Me impactó
de inmediato».
El cantante líder de U2, Bono,
me ofreció una historia personal que podría leerse
como una explicación contemporánea del interés
universal de Coltrane, y de su álbum:
Estaba en lo alto del Grand Hotel
de Chicago [de gira en 1987] escuchando A Love Supreme y aprendiendo
la lección de toda una vida. Momentos antes había
estado viendo cómo unos telepredicadores rehacían
a Dios según su propia imagen: pequeños, insignificantes
y codiciosos. La religión se ha vuelto el enemigo de Dios,
pensé... la religión es lo que quedó cuando
Dios, como Elvis, se fue de casa. Desde los primeros recuerdos
que guardo de mi vida, siempre he sabido que el mundo está
girando en la dirección contraria al amor y que yo también
estoy atrapado en eso. Hay tanta maldad en este mundo... pero
la belleza es nuestro premio de consolación... la belleza
de la voz aflautada de Coltrane, sus susurros, su astucia, su
sexualidad maliciosa, su alabanza a la creación. Y de esta
manera empecé a entender a Coltrane. Pulsé el botón
de repeat y me quedé despierto escuchando a un hombre enfrentándose
a Dios con el don de su música.
Yo mismo recuerdo como si fuera hoy
una escena en Cinncinati, en 1976. El dependiente de una tienda
de discos insistió para que, pagando solamente 2,25 dólares
de más, me llevara una copia de segunda mano de A Love Supreme
además de mi selección de discos de rock (recuerdo
que llevaba All the Young Dudes, de Mott the Hoope, en la misma
bolsa). Accedí, lo escuché una sola vez y lo dejé
guardado sin tocar durante casi tres años. En la facultad
volví a ponerlo. Antes de mi graduación se había
convertido en mi álbum favorito de los domingos por la mañana.
A lo largo de los siguientes años
he vuelto a él diversas veces, y cada una de ellas se ha
convertido en todo un acontecimiento, consciente de que el álbum
pedía tiempo y atención ininterrumpida: un viejo amigo,
tranquilizador del ánimo, con una historia familiar que explicar.
He hablado del disco con compañeros y amigos y les he pasado
copias.
Ravi Shankar, cuya música
profundamente espiritual influenció totalmente a Coltrane,
ha sido una de las últimas personas a quien le he hecho este
regalo. Cuando le pedí si quería hablar conmigo para
el presente libro, me dijo que no estaba familiarizado con A Love Supreme. Sabía que la última vez que vio a Coltrane
a finales de 1964 le había preguntado al saxofonista: «¿Por
qué será que oigo una confusión tan terrible
en esos chillidos? Me han perturbado de veras.» Pocos días
después de haberle enviado el disco compacto me dijo:
Este disco me ha conmovido mucho.
Ya lo he escuchado tres o cuatro veces, y se lo he puesto a los
músicos que están conmigo ahora. Es precioso, especialmente
el clímax del tercer movimiento, y después la resolución
de la última pieza [«Psalm»]. Luego, leyendo
el texto de la carátula, no me han sorprendido nada su
entrega, su fe y su amor a Dios. Te estaré siempre agradecido
por habérmelo enviado.
Poco antes de su muerte, en julio
de 1967, Coltrane había estado planeando una visita a Los
Ángeles para estudiar con Shankar. Ojalá hubiera sido
el mismo Coltrane quien le hubiera ofrecido al maestro del sitar
el disco de A Love Supreme y así hubiera podido oír
de él su reacción.
Mientras guardo mi equipo después
de finalizar mi entrevista en Woodland Hills y me dispongo a salir,
Alice Coltrane me detiene. «Lo único que le pido...
tan sólo me gustaría que lo que intente explicar esté
guiado por la honestidad.» No veo otra manera de hacerlo.
© Ashley Kahn, 2002
© de la traducción: Marc Rosich
© de la edición española: Alba Editoria, s.l.u
Camps i Fabres, 3-11, 4º
08006 Barcelona
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