|
|
La
primera escuela.
«Tuve la gran suerte de ir conociendo el jazz
paralelamente a su evolución en la historia, más o
menos. Lo primero que cayó en mis manos fue un disco del
Hot Club de Francia llamado Swing ’35-‘39,
y por un lado me parecía increíble lo que oía,
y por otro, la música la comprendía perfectamente,
como a cualquiera le pasaría, así que disfrutaba observando
como encajaban esas maravillas musicales que hacían Django
y Grappelli en esas canciones tan sencillas y tan bonitas. Un amigo
me habló de Joe Pass y por casualidad encontré en
Madrid un disco suyo (hablamos del año 79), el Virtuoso
2, de guitarra sola. No daba crédito a mis oídos,
y menos crédito aun a que, de la gente que conocía
personalmente, no le gustaba a casi nadie. Y llegó el tercero
en discordia: Wes Montgomery, de quien lo primero que oí
fue parte de sus grabaciones en Paris en 1965. La reacción
a estas escuchas fue casi inmediata: comencé a descifrar
nota por nota lo que hacían. Y fue esta mi primera gran escuela
de jazz. Esto difícilmente se hubiera dado si antes no me
hubiera empapado de los discos que mi padre tenía de los
Indios Tabajaras, expertos en embellecer todavía más
las melodías más bellas del mundo (que a fecha de
hoy para mí casi lo siguen siendo), si no me hubieran comprado
el single “Entre dos Aguas” de Paco de Lucía,
y después el LP Fuente y Caudal, y si no hubiera
integrado con compañeros del instituto formaciones dedicadas
a la música folklórica española, y por tanto,
si no hubiera buceado en lo que hacían los grupos folk de
moda entonces, como Nuevo Mester, Jarcha –que me encantaba–,
incluso Mocedades y Nuestro Pequeño Mundo. Me gustaba sacar
las melodías armonizadas para luego cantarlas nosotros. Ni
hubiera ocurrido si no hubiera estudiado, aunque a mi modo –o
sea, mal– la guitarra clásica, ni hubiera ocurrido
si no hubiera participado entre los 9 y los 13 años en el
coro de la iglesia tocando cada domingo una pieza clásica
en la parte de la consagración, y por supuesto no hubiera
ocurrido si mi padre, que era músico semiprofesional, y mi
hermano mayor no me hubieran enseñado los primeros acordes
y las primeras canciones».
«El primer concierto de jazz que me impactó
fue en el Café Manuela de Madrid cuando vi al Hot Club de
Madrid, cuyo repertorio era casi el mismo que el del de Francia.
Me dejó completamente boquiabierto. En el mismo lugar poco
más tarde vi –y esto él no lo sabe– a
Ángel Rubio, y tampoco di crédito. Éste me
contó que su guitarrista preferido era Jim Hall, de quien
no hace falta decir que no era fácil encontrar un disco suyo,
y por una feliz casualidad di con –yo creo– el mejor:
Live. Desde que, por aquella época, conocí
el jazz, me embebí de él durante unos diez años
más o menos, en los que no me interesaba ningún otro
tipo de música. Especialmente me encantaba el be bop y sus
evoluciones y ramificaciones. Fue Charlie Mingus quien me llamó
especialmente la atención en cuanto a la expresión
de la música. Él y quienes trabajaban para él:
Danny Richmond, Eric Dolphy (especialmente), Ted Curson, Booker
Ervin… Yo lo vivía como una forma muy visceral de tocar,
con constante juego y comunicación; más tarde escuché
a Abercrombie, Metheny y Scofield, en los 80, y me dejaron boquiabierto,
cada uno con su estilo; después conocí a Lennie Tristano
y aun hoy sigo sin creer lo que oigo cuando le oigo; Monk también
me llamó especialmente la atención, así como
Jim Hall. Y a mediados de los 90 retomé la carrera que había
poco más que iniciado, de guitarra clásica, cuyo grado
superior lo terminé en el 99. Evidentemente eso me hizo tomar
mucho interés por la música llamada culta, o clásica».
El aficionado que hoy convive con el profesional.
«Últimamente me atraen mucho Chris Potter,
Adam Rogers, Charlie Haden, Steve Swallow, Terence Blanchard…
Y voy a citar a Perico Sambeat, cuyo último disco, Ziribuye,
me parece una obra de arte: impresionantes composiciones, arreglos,
improvisaciones, y todo ello hecho con un magnífico buen
gusto. Pero lo cierto es que hay decenas de músicos con los
que disfruto especialmente en los últimos tiempos. Ahora
me estoy acordando de Brad Melhdau tocando a piano solo. Me suele
gustar aquello que teniendo base en la tradición aporta elementos
novedosos y que agrada. La novedad por la novedad, si no tiene sentido
musical –sentido para mí, claro– no me interesa».
«Realmente todo lo que escuche va a influir
tarde o temprano, directa o indirectamente, y en todo, además
de en la condición de guitarrista, en la de compositor: en
la de músico en general. Y vaya por delante que no es el
jazz lo único de lo que me alimento. Escucho e interpreto
otros géneros».
«Por supuesto escucho música clásica,
especialmente Bach, Debussy, Stravinsky, Borodin... La verdad que
la lista es bien larga. Pero quisiera resaltar que en las últimas
semanas estoy enamorándome de la música de Federico
Mompou. Es increíble lo que ese hombre ha escrito. Me lo
hizo escuchar una entrevista que leí a Ismael Dueñas.
Escucho también a Hendrix, a los Screamin’ Headless
Torsos, Björk, Tower of Power, música hindú,
árabe, turca... La verdad es que me levanto por la mañana
y me puedo poner a Wagner, a Nat King Cole en español, a
Pedro Guerra o a Coltrane».
«A la hora de elegir discos, a veces lo hago
porque he leído alguna recomendación en una entrevista.
Otras, porque el líder me ofrece total garantía. Por
ejemplo: si me encuentro un disco nuevo de Scofield, va a la saca
inmediatamente, porque me da igual lo que haga: siempre son genialidades.
Otras veces me arriesgo sin conocer al líder pero conozco
a los músicos que lo acompañan. Lo más generalizado
es tener en cuenta las recomendaciones hechas por músicos
a los que admiro».
«A decir verdad, no estoy a la última
de lo que hay en el mercado, y de hecho no es mi prioridad adquirir
lo último que ha salido. Creo que lo único que he
oído de 2005 y 2006 es lo de Sambeat, lo de Blanchard y lo
de Potter, y desde luego los recomiendo los tres».
«En cuanto a conciertos, últimamente
he visto a los Torsos, a Javier Vercher, a Rosenwinkel, a Sambeat,
a Concha Buika, a Baldo Martínez… Me han gustado todos,
pero especialmente Los Torsos y Rosenwinkel. Son espectáculos
excepcionales, de verdad».
Álbum en trío.
«En Trio Album hay once temas originales
que están tocados con mucha frescura. Eso quiere decir que
los temas los conocíamos poco más que del papel, aunque
esta vez sí hubo un par de ensayos, y esto hace que bucees
en cada tema sin saber muy bien lo que te vas a encontrar, lo cual
para mí es un atractivo; son composiciones muy normales,
con armonía corriente y estructuras corrientes, sin ningún
ánimo de malabarismo musical, lo cual supone que al no erudito
también le llega la música, cosa que me interesa mucho.
Hay cuatro baladas, lo cual a mí me sugiere que el disco
tiene cierto carácter intimista, y ello se contradice un
poco con el directo, donde ocurre más bien lo contrario.
Es el primero de no sé cuántos discos que haré
a trío. La verdad es que es la formación donde mejor
me encuentro».
Toño y Borja.
«La música estaba compuesta antes de
juntarnos para el disco, unos temas más recientes y otros
menos. No está diseñada especialmente para trío,
ni para Toño y Borja, sobre todo porque a este último
no le conocía. A Toño sí, tocó una vez
en mi grupo con una solvencia bien sobrada y con un diez en profesionalidad.
Ni por asomo suponía lo fantásticamente que me iba
a llevar con ellos musicalmente, y personalmente debo decir que
son encantadores. Para mí les pasa un poco lo que a la música,
que son personas normales (lo cual agradezco), sencillas y no te
miran por encima del hombro porque uno viva en Nueva York estudiando
con Patitucci y otro esté solicitado por toda España
para tocar. Me encanta que sea la cordialidad y no la prepotencia
la que nos una».
«El haber dado con ellos para el disco fue
fruto de una feliz casualidad. Estaban pensadas otras personas,
lo que no pudo darse por incompatibilidad de fechas y algún
otro contratiempo. Cuando hablé tanto con uno como con otro,
la verdad es que lo único que me ofrecían era facilidades:
disponibilidad para ensayos, implicación y entrega máxima
en el proyecto, acuerdos económicos, la cordialidad de que
hablaba. En fin, que estoy encantado. Este trío no es un
proyecto puntual. Mi idea es que dure mucho tiempo y que esto no
haya sido nada más que el comienzo».
Los arreglos.
«Con respecto a los arreglos, son míos,
aunque Toño y Borja durante el viaje musical toman el timón
de vez en cuando y al final hemos ido por otro camino al mismo sitio,
o a veces hemos llegado a diferente lugar. Con esto digo que ellos
han retocado bastante las ideas originales».
Jazz auténtico en una sola jornada.
«La verdad que el hecho de haber tenido que
registrar todo el material en un día sí que influye,
y no positivamente, porque de hecho hay unas cuantas cosas que las
hubiera hecho otro día, pues ese día no salían
muy bien. Y sí, hay un cierto estrés, que entre otras
cosas anula el disfrute de la grabación. Pero bueno, se aprende
de la experiencia con el objetivo de hacerlo mejor en la siguiente.
Aunque luego uno se siente muy bien después de haber hecho
el disco en un día: eso habla de que es un disco de jazz
auténtico, con sus riesgos asumidos, con unas cosas más
bonitas y otras menos, sin trampas… y eso es lo que hay».
La producción.
«A la hora de producirlo he tenido dos suertes.
La primera que Joan Ballesté, director del sello Satchmo,
se comprometió a publicar el disco en 2006, sin ni siquiera
haberlo oído (era imposible, no existía) y lo cumplió.
La otra, que Sergio Cabanillas se ha implicado también en
la producción tanto económicamente como en otros hechos,
como por ejemplo la fotografía. Además, creo que es
quien más ilusionado está con el proyecto, y debo
agradecerle a él muchos de los conciertos que hago, así
como entrevistas y eventos varios. Se podría decir que es
el primero que de verdad ha creído en mi música y
que la defiende y ensalza como nadie lo había hecho hasta
entonces».
Nuevos proyectos.
«Ahora estoy grabando para la ONJE (Orquesta
Nacional de Jazz de España) unas obras que su director y
compositor, Ramón Farrán, denomina “Jazz Sinfónico
Español”, en las que no toco la guitarra eléctrica,
sino la española, más bien la flamenca. En este disco
de próxima publicación hay grandes figuras internacionales
del jazz, así como de flamenco. También integro el
grupo del baterista Carlos González, Sir Charles + Cinco,
en el que se expone un proyecto con la obra de Oliver Nelson».
©Sergio Zeni, Tomajazz, 2006
¿Qué es arte? ¿Qué
es música? ¿Qué es jazz? ¿Dónde
acaba la interpretación y comienza la improvisación?
Cuestiones todas ellas sin clara respuesta, siempre han provocado
las delicias de teóricos extremistas, estandartes de la sinrazón
dedicados en cuerpo y alma a encendidas discusiones abocadas de
antemano al fracaso. Me hubiera encantado ver a esos portadores
de inexistentes dogmas en la sesión de grabación de
este CD. A buen seguro habrían abandonado sus demagógicos
monólogos para centrarse en la escucha y el disfrute, en
la sensación y el sentimiento, en el aprendizaje y la admiración.
Y es que todo ello tiene cabida en este Trio Album,
cuarto proyecto discográfico del guitarrista Chema
Saiz, en el que vuelve a confirmarse como un valor seguro
dentro del nuevo jazz europeo, demostrando su continua evolución
hacia la conjunción de sabia experiencia e insolente atrevimiento.
Para adentrarse en esta aventura musical, Saiz cuenta
con los compañeros de viaje ideales, jóvenes con contrastado
bagaje, academicismo al servicio del riesgo y mucha, mucha frescura.
La sección rítmica refuerza el diálogo musical
de su líder llevándole y dejándose llevar por
él. Al contrabajo y bajo eléctrico sin trastes (el
popular fretless), Toño Miguel muestra una
asombrosa claridad de ideas, precisión al servicio de lo
inesperado y un fraseo de articulación poderosa. El bilbaíno
Borja Barrueta, pura imaginación, efectúa
durante todo el disco un impecable ejercicio de escucha y reacción,
respondiendo inmediatamente a las evoluciones de sus compañeros,
subrayándolas y haciéndolas subir peldaños
en el escalafón expresivo. Por si fuera poco, las composiciones
son la guinda del pastel, completando un todo donde contraste y
cohesión se dan la mano con naturalidad, dejando espacio
para la calma, la intensidad, la reflexión, la risa, la liberación
de tensiones y el sobrecogimiento más estremecedor.
La atmósfera cálida del primer corte,
“Floralba”, deviene del trabajo armónico
y el aprovechamiento de espacios sobre métrica ternaria sutilmente
marcada. La diversión viene de la mano del shuffle en un
“Marketing” (anteriormente conocido
como “Canción que parece comercial pero que luego no
lo es”) donde destaca el juego de caja de Borja Barrueta
sobre la línea cromática que aparece durante todo
el tema. En la increíble adaptación del clásico
popular “Que llueva (la Virgen de la Cueva)”,
partiendo de una melodía sencilla, Chema conforma un paisaje
original y sofisticado, rítmicamente atractivo y candidato
a provocar obsesión por su escucha en la mente del oyente.
La primera frase del solo de guitarra es una auténtica obra
de arte por sí sola, el acompañamiento abierto del
contrabajo aporta un brillo especial y la parte previa a la vuelta
final de melodía ofrece una excelente muestra de batería
moderna, en la línea de los trabajos más innovadores
del jazz actual. Es el aro de la caja de dicha batería el
que manda en “Latín”, el guiño
sudamericano donde Saiz prueba distintos timbres gracias a su colección
de pedales de efecto, y donde Toño Miguel
nos deja una improvisación fantásticamente construida.
“Melodía natural” es una balada
a la que no haría justicia el término "atmosférica",
debido al peso de su contenido. Abierta y sensible, contempla cómo
la sección rítmica bisela con sumo cuidado las líneas
melódicas del líder, reaccionando con clase a los
reclamos musicales de éste. Y si alguien echaba de menos
la velocidad, la puede encontrar en “Mero trámite”,
compañera de tránsito de complejos desplazamientos
rítmicos en la melodía y no exenta de diversión
en algunos pasajes.
Nuevo momento para la relajación con la entrada
de contrabajo a “I814075” (número
de serie de la guitarra que lleva acompañando a Chema Saiz
desde 1982), cuya economía de acordes supone un descenso
de revoluciones para los oídos. Algo grande se está
fraguando, y es nuevamente Toño el que cierra este tema y
abre el siguiente, “Malos modales”,
con una introducción solemne y melódicamente cautivadora.
Ideal punto de partida para la pieza más extensa del CD,
una obra de arquitectura neo-jazzística donde Chema aprovecha
la libertad de la armonía modal para explorar territorios
inusuales, haciendo un sabio uso de desarrollos motívicos
y huyendo de la pirotecnia y la dificultad injustificada en un tema
que podría invitar a ello, dada su movida métrica
en 6/8. Solos largos y muy bien construidos, con paciencia y cambios
de dinámicas, riffs de contrabajo libremente ejecutados,
enorme trabajo de Borja Barrueta a la batería
(solo incluido), precisión en los obligados rítmicos,
… Y, para contrastar, “Buenos modales”,
donde el uso de la guitarra española aporta colores distintos
sobre una curiosa estructura métrica de compases entrelazados
de 3/4 y 5/4. “Todos iguales” aporta el punto cercano
al funky. Bajo eléctrico y buen ambiente para ir acabando
y, tras el aire marcial y decidido del redoble de caja inicial,
un buen solo de contrabajo nos acerca a “Mambrú”,
recreación de la canción tradicional “Mambrú
se fue a la guerra” cuyo delicioso arreglo ya presentara Chema
Saiz en su Solo album de 1999,
pero que toma nuevas dimensiones en esta interpretación en
trío, donde los delicados arpegios de guitarra se ven arropados
con finura y elegancia.
Así es Trio Album,
un disco con pasajes oscuros conceptualmente encuadrables dentro
de la visión contemporánea del jazz practicado en
el Viejo Continente, con baladas sutiles donde la aparente sencillez
invita a escuchar cada nota, con divertidísimas evoluciones
que harían sonreír a una piedra y, lo más destacable,
con una sensación de cohesión estructural poco común
en una obra tan variada. Creador ante todo, es increíble
cómo Chema Saiz es capaz de adaptar el lenguaje
de la guitarra a cualquier contexto musical, eliminando barreras
preconcebidas y ampliando considerablemente el rango estilístico
de una formación tan habitual hoy en día. Interpretación,
acompañamiento e improvisación son abordados con tanto
nivel de detalle y, a la vez, tanta naturalidad, que a veces cuesta
creer que sólo estemos escuchando tres instrumentos. He aquí
una excelente muestra de jazz moderno donde los análisis
formales no tienen más sentido que el puramente descriptivo,
donde arte y entretenimiento se funden en un todo compacto, y donde
las preguntas pertinentes no son ¿es arte? ¿es jazz?
¿hay improvisación?, sino ¿cuándo graban
el próximo?
© Arturo Mora Rioja
|
|
|