Comentario:
Este festival, único en España y que ya va por su sexta edición, se ha convertido en algo casi imprescindible. Durante 10 días, el aficionado tiene la posibilidad de ver films documentales relacionados con toda clase de géneros musicales, desde el heavy al tango, del jazz a la música clásica. Tomajazz se acercó a ver algunas proyecciones que presumiblemente podían interesarnos a todos. Empezamos con un curioso pack de guitarristas, después un documental que trataba la cuestión del jazz en Europa, y un acorde final –e infernal– sobre esa bestia que es Blixa Bargeld, que además nos servía para hacer una acotación al respecto de “lo europeo”. Ahí va la cuenta.
Martino Unstrung – Ian Knox (Reino Unido, 2008, 82’)
En 1980, Pat Martino, uno de los niños prodigio de la guitarra de jazz de los años 60 y 70, sufría un derrame cerebral en el lóbulo frontal izquierdo, que no lo olvidemos es el hemisferio de la creatividad entre otras cosas. Tras una operación in extremis en la que se le extirpó el tumor causante y una parte del tejido que lo circundaba, Martino perdió parte de la memoria. Algunos datos y emociones fueron borrados. Obviamente, dejó de tocar. Es más, de vuelta a la casa familiar, su padre cuenta que le estuvo poniendo durante tiempo sus propios discos a todo volumen, tratando de que los reconociera, pero sin éxito. Durante mucho tiempo (y da la impresión de que hasta incluso hoy) Martino no recordaba qué cosas tocaba ni por qué las tocaba.
La peripecia de Martino me hizo pensar en las realidades que presentan otros documentales sobre artistas que han sufrido algún tipo de percance, sin ir más lejos en uno que también se proyectó en esta edición de In-Edit. Se trata de You’re Gonna Miss Me, que narra la infeliz situación actual de Roky Erickson, el que fuera cantante de The 13th Floor Elevators. El caso no tiene nada que ver. A Erikson le diagnosticaron una esquizofrenia hace muchos años. Pero si las relacioné fue porque también en su entorno cercano hay gente que se ha empeñado y se empeña en hacerle volver a ser el que era. Su madre, que quiere que vuelva a ser su niño pequeño, y para ello lo ha tenido aislado en un universo infantiloide y nocivo. O su hermano pequeño, tubista en una orquesta, que querría que volviera a ser el genial cantante de rock’n’roll que un día fue. ¿No les pueden dejar ser otra cosa? No digo que les abandonen a su suerte, naturalmente que no, pero sí que les dejen desarrollarse en otras direcciones, sin presionarlos. Ya sé que es una cuestión muy personal y delicada, puesto que normalmente están involucradas personas muy cercanas, de la familia, amigos íntimos. Y puede que no haya mala intención sino simplemente debilidad, inmadurez o miedo, lo mismo que podríamos sentir cualquiera de nosotros ante una situación semejante. Pero es que viendo a Martino en el documental me conmovió su desapego, como si todo eso no fuera con él. Para mí lo de menos es que unos críticos piensen que ahora toca mejor que antes mientras que otros piensan lo contrario. Algunos investigadores están llegando a la conclusión de que recordar es en cierto modo revivir, pues se activan las mismas células tanto en la experiencia como en el recuerdo. Si esto fuera cierto, imagínense el dilema que se abre con respecto a Martino. No sé, y probablemente no lo sepa nadie, si el aneurisma o la intervención quirúrgica posterior le anularon o ensombrecieron la capacidad de apasionarse. Eso me parecería excesivo, pero la impresión que se tiene al verlo aquí es que no siente pasión por lo que está haciendo. La destreza digital quedó indemne, es un atributo que está alojado en otra zona del cerebro, pero, cabe preguntarse, ¿es eso realmente importante? Hay quien verá en este relato la crónica de una superación, o algo así. Yo, no. En todo caso, es una historia que contiene elementos muy interesantes no sólo para los aficionados a Martino o al jazz sino para aquellos interesados en cuestiones como la psicología o la teoría del conocimiento.
No obstante, en este su primer largometraje el realizador Ian Knox no sabe sacarle todo el partido al tema. Incurre en algunos errores demasiado típicos del género: querer dramatizar demasiado algunas zonas del montaje, sobre todo en lo referente a la propia pesquisa del realizador, que de hecho, sobra; o recurrir a “personajes conocidos” que al final no dicen nada, o dicen chorradas, como Santana o Patitucci, y cuya inclusión sólo se puede explicar –y en parte comprender– porque su presencia puede implicar la posibilidad de una venta a una cadena televisiva.
Step Across The Border – Nicolas Humbert & Werner Penzel (Alemania/Suiza, 1990, 90’)
Cambio de tercio. Lo primero que hay que decir es que Step Across the Border es una gran película. Es decir, que además del interés por el músico y su trabajo el film está elaborado de tal manera que resulta atractivo por razones meramente cinematográficas. Se trata de un film con bastantes años a cuestas y que recientemente el sello Winter & Winter ha reeditado en formato DVD. Con respecto a su pase en el In-Edit de este año, un atractivo especial era poder contemplarla en una proyección cinematográfica, formato en el que se realizó originalmente.
He leído por ahí que se trata de una road-movie. Creo que no. Se trata de un film hecho con mucha libertad pero con una voluntad fílmica muy firme y muy clara. Un film-ensayo que además coincide perfectamente con el momento en que Frith se hallaba a finales de los años 80. Humbert y Penzel no echaron mano del documental musical al uso (que entonces tampoco se estilaba tanto como ahora), sino de las distintas tradiciones cinematográficas vanguardistas de entreguerras. Tenemos, de un lado, el típico ensayismo formal, abstracto y cinético de algunos cineastas alemanes o rusos. Esa “música en movimiento” como a algunos les gustaba decir. Del otro lado, tenemos esa otra gran vía, no tan pura visualmente pero con un poder transgresor aún mayor si cabe, que derivaba del surrealismo. Esas operaciones, sumas y restas de planos que arrojan sentidos nuevos e inesperados. Y hay también la influencia del cine directo (pre-DOGMA, por descontado). Todo esto en una fotografía en blanco y negro nudosa y húmeda, bella de verdad. Además, la presencia al principio de la película de un cineasta como Jonas Mekas me parece que deja bien claras las intenciones.
En cuanto a Frith, lo vemos y además lo dice, en una etapa de cambio. Como les pasó a otros colegas que formaron parte de la mejor música progresivo inglesa, compañeros de Henry Cow, de otras bandas de Canterbury o formaciones afines, Frith también sintió que la música no podía cambiar el mundo y que, por tanto, había que huir de maximalismos y recabar en planteamientos más pequeños, individuales y móviles. Ideas más transversales y amplias que sirvieran para poder recoger todo el espectro de estilos y géneros para después pasarlos por el propio tamiz. Si no recuerdo mal, a finales de la década de los 70 Robert Fripp daba carpetazo a una época que definía como la de los dinosaurios (poco ágiles y alejados de todo). Esos pasos transfronterizos a los que hace referencia el título son los ensayos rebosantes de electricidad de Keep the Dog, la banda con la que durante esos años reformuló su propio repertorio; las infinitas pruebas instrumentales en la soledad de su apartamento; sus particulares conducciones de la época; o las distintas formaciones con distintos improvisadores (Hodgkinson, Zorn, Baptista, Cora, Ostertag, Baron…). Todo, siempre, con un denominador común, la inmediatez y la frescura. Supongo que el hecho de haber sido rodada en al menos 7 ciudades distintas podría hacer pensar en eso de la road-movie, pero en realidad lo que está es visualizando ese dial de decisiones frente al que Frith se encontraba entonces. Step Across the Border obtuvo el premio al mejor documental de la Academia de Cine Europea en 1990.
Marc Ribot, La Corde Perdue – Anaïs Prosaïc (Francia, 2007, 52’)
Cercano al ambiente que se respira en parte del de Frith, ese downtown neoyorquino y la presencia de amigos comunes como Zorn o Lindsay, este documental francés podría perfectamente ser visto después de otro que hay dedicado a Marc Ribot, el mediometraje Descent into Baldness (1993) de Birgit Staudt y Joerg Soechting, realizado y centrado en los efervescentes años de Old Baby y Shrek (de hecho en La corde perdue se toma prestada alguna actuación de Descent…). Y no sólo porque versan sobre el mismo músico, sino por estar montadas de forma parecida. La corde perdue no tiene otra estructura que la que va marcando Ribot con sus afilados dardos. Además de músico y guitarrista genial, se nos revela aquí como un polemista incisivo y un hombre cargado de una lucidez irónica, áspera en ocasiones, pero con un compromiso artístico inusualmente fuerte. Demos algún ejemplo. Diatriba contra el público blanco tal y como lo recuerda de los años en que empezaba a tocar, por no saber distinguir la diferencia entre hacer una nota aguda con la trompeta o hacerla con la guitarra. Se aparta del jazz, le divierte que le consideren anti-rock, y al final se propone a él mismo para entrar en una historia del rock alternativa la cual estaría conformada también por gente como Monk, Ayler o Coleman. Habla del 11-S y de si es posible hacer poesía después de ello, para concluir que si no se ha hecho tal vez sea porque nadie se ha puesto a “escribir” todavía (fue Adorno quien se hizo la misma pregunta respecto de Auschwitz). Habla también de improvisación libre, lanzando una reflexión a considerar seriamente: ya que es imposible tocarla sin preconcepción alguna, por qué no usarla para encontrar tus preconcepciones más profundas y arraigadas. O esta finura acerca de en lo que derivó el post-punk: su “problema es que el griterío no permite identificar la herida”. Y aparte de esto, claro, su burla de la crítica que se pone a pontificar. Tremendo se mire como se mire. Pero, planeando por encima de todo, una idea: hay que comprender, que saber entender cada proyecto. No le valen las recetas.
Y todo ello trufado por algunas apariciones y actuaciones increíbles. Un “Nuages” delicioso en su habitación mientras tiene desplegado frente a él un periódico por las páginas de contactos. O unas perfectas versiones en directo de temas de Zorn para guitarra, como “Etude” o “Shevez”. Y etc., etc. Como decía, el film no tiene estructura ni una elaboración refinada, ni falta que le hace. Se apoya en Ribot, en su música, en su toque y en sus ideas hasta tal punto que parece que para alguna breve voz en off se utilizó alguna página de su diario personal. Total, que no sólo estamos viendo a un músico actual muy influyente sino a un tipo cool and clever, pero de verdad.
Play Your Own Thing, A Story Of Jazz In Europe – Julian Benedikt (Alemania, 2008, 84’)
La tesis de este documental, que la tiene, es que el jazz europeo, o mejor dicho una parte de él, ha centrado su atención en encontrar su propia identidad. Apoyándose en retazos de entrevistas realizadas a destacados miembros de distintas generaciones y países, el realizador va cubriendo con habilidad las distintas etapas históricas hasta llegar a ese momento, entre finales de los 50 e inicios de los 70, en que muchos jazzmen europeos deciden cambiar su orientación total o parcialmente. Desfilan tantos que no se puede mencionar a todos: Orsted-Pedersen, Solal, Mangelsdorff, Humair, Tracey, Andersen, Sclavis, Trovesi, Minafra, Rava, Wyatt, Bates… En líneas generales, ese cambio, esa necesidad de moverse hacia otro lado, es verbalizada de dos modos. O bien dejan de encontrar sentido a interpretar jazz al modo americano, lo que les empuja a iniciar esa búsqueda. O bien parten de la base de que es preciso enriquecer lo que están haciendo con músicas de aquí y sin llegar a abandonarlo. Naturalmente, entre ambas hay muchísimos matices.
Hasta aquí todo bien, pero habría que hacer dos objeciones. Primero, esa parte final, bastante larga, que emplea una sesión del actual cuarteto de Stanko en los estudios ECM de Munich, con Eicher (que no suelta prenda) dando vueltas por ahí. El resultado de ello es que acaba escorando los distintos discursos previos hacia un marcado apóstrofe ECM, reduciendo el rico caudal de puntos de vista que los distintos músicos han ido dando. Tampoco ayuda el protagonismo que se da a Garbarek en unas declaraciones abundantes y que, al contrario de los otros, son montadas en off sobre unos paisajes nórdicos. ¡Hombre! Eso es hacerle un flaco favor a la historia e incluso al propio sello, además de que es tomar la parte por el todo. Porque ECM no es sólo un sello o “el” sello del jazz europeo (¡ni es el único!). También ha editado excelentes trabajos de jazz americano, por no hablar de toda su línea de músicas contemporáneas de las más variadas tendencias. Por no mencionar las marcadas diferencias que hay entre algunos de los artistas de jazz europeo que edita en la actualidad: nada más lejos de Trovesi que un Garbarek, y viceversa. Creo que al final se le ve un poco la lana al realizador. La única duda es si es que no ha sabido disimular que no estaba haciendo un spot de ECM, o si realmente no lo pretendía pero le ha salido cómo si lo fuera. Quede claro que puedo estar de acuerdo con algunas de las premisas, pero nunca con los términos en que han sido expuestas.
Al margen de esto, hay aún otra objeción a hacer, y es respecto al sentido final del film. ¿Valía la pena este dispendio si hay cosas que ni van a cambiar ni tienen por qué hacerlo? Por ejemplo, que seguirá habiendo en Europa gente que prefiera hacer jazz más a la manera del otro lado del Atlántico; del mismo modo que en América siempre ha habido jazzmen que no han sonado nada americanos. En última instancia es una cuestión de preferencias y éstas, afortunadamente, son libres. Y, para finalizar, ¿las razones estilísticas o genéricas, que son las que básicamente esgrime el documental, son suficientes para definir a alguien como de un lugar u otro? Yo creo que no. Y el jazz podría ser una buena muestra de que no son suficientes.
Dejemos esto aquí y quedémonos con algunos de los breves pero jugosos fragmentos de actuaciones que van apareciendo. Un Roman II del grupo de Komeda con Stanko. Una actuación de un cuarteto de Dexter en Copenhague con Tete y Orsted-Pedersen. Un tema impagable de una aparición televisiva de la German All Stars con Mangelsdorff. Una sesión del Free Jazz Meeting Baden-Baden con un line up que marea. Otra pieza preciosa cantada por Norma Winstone…
Blixa Bargeld. Das Letzte Biest Am Himmel – Birgit Herdlitschke (Alemania, 2008, 52’)
Fui a ver este documental porque se quiera o no Blixa Bargeld y su grupo Einstürzende Neubauten influyeron en los años 80 en un montón de cosas que se hicieron en relación al ruido. Aunque centrado en Blixa, y apoyándose en varias entrevistas realizadas recientemente, el documental recorre bien las distintas etapas de su carrera, especialmente en lo relativo a los demoledores Neubauten. Por ejemplo, vemos como una parte del punk, aquella que se expuso más a los conflictos políticos y sociales de aquellos años (finales de los 70), acabó escorándose hacia vías artísticas más radicales. O, también, cuan extraño se hace pensar que mientras los Neubauten se engendraban en un Berlín azotado por los disturbios y la represión policial (manifestaciones de squatters, contra Alexander Haig, etc.); unos 10 años antes, en la misma ciudad, igualmente azotada por la conflictividad (manifestaciones de estudiantes, contra el fascismo de estado, igualmente contra los yanquis…), otros ruidistas de pro se estaban formando, los Brötzmann y compañía. No se conocían y no se puede decir que haya habido una continuidad artística entre ellos, sólo hago la constatación. Cabría preguntarse si lo que hay no es más bien una continuidad cultural, una manera de ser que surgió en unas determinadas condiciones.
Conservo muy grato recuerdo de los primeros Neubauten, de sus primeros discos y de una especie de actuación de ellos que pude ver entonces en Londres y a la que llamaron “Concert for Machinery and Voice” (actuación que terminó como el rosario de la Aurora). Después, en los años 90, hice intentos por seguirles la pista, pero lo cierto es que nada de lo que les he oído con posterioridad me ha convencido. Sin embargo, a tenor del documental, Blixa sigue pareciéndome un artista. Quizá sería hora de que, al igual que hizo con The Bad Seeds en 2003, también dejará aparcados a los Neubauten (ya sé que no es lo mismo para él), y que se dedicará a escribir. Sus apreciaciones o algunos pequeños textos que lee a lo largo del metraje son suficientes para ver que tenemos ahí a otro de esos brillantes escritores germanos, conciso, asertivo, tenuemente filosófico. Sus palabras son como relámpagos de significado que te vuelven a sumir en la oscuridad al apagarse. Ahí, creo yo, sí hay un artista muy europeo y no por cuestiones de estilo sino por su más íntima configuración. Y entre tanto no se decida por la poesía o el aforismo, iré a por el listín telefónico y haré caso de lo que dice en una de las letras de los viejos Neubauten (“Armenia”): I believe in voodoo again / stick needles in telephone books / Please don't disappoint me!
© 2008 Jack Torrance
Las fotografías son fotogramas pertenecientes a cada una de las películas comentadas.
Cedidas por la organización del festival