Las cosas como son: enfrentarse así de primeras al trabajo de un improvisador como Benoît Delbecq te pone a prueba. El pianista galo no solo uno de los músicos más originales de su tiempo, sino que además es todo un referente en el mundo del “piano extendido”, modalidad que pasa por acariciar y golpear las cuerdas del piano, con todo tipo de objetos.
Así que cuando uno se «enfrenta» a la música de Delbecq conviene estar preparados. O eso, o dejar que las primeras notas de su nuevo álbum, The weight of light nos golpeen directamente. El golpe que recibimos, varía por supuesto en intensidad: más suave si tenemos cierta experiencia con esa música que apuesta por la improvisación total, o brutal si nunca hemos escuchado sonidos crudos, descarnados, que solo se producen de forma intencional en un momento preciso y calculado.
Precisamente por eso mismo, siempre hemos pensado que el grabar un «aquí y ahora» le resta un tanto de frescura a este tipo de música, toda vez que en gran medida, se basa en su capacidad para sorprender, para levantarnos de la butaca cuando la escuchamos por primera vez. Una vez grabada, la sorpresa desaparece.
Y sin embargo, esto no le resta un ápice de mérito a lo nuevo de Delbecq, que antes de comenzar a interpretar la primera de las piezas («The loop of Chicago») de su nuevo álbum, necesita añadir a su piano todo tipo de piezas extrañas e imperfectas, que le permitan crear una nueva gama de sonidos percursivos, capaces de crear un nuevo vocabulario. ¡Y qué vocabulario!
Es así, sin prejuicios o incluso, solo tras haber olvidado lo aprendido, como podemos entrar en la música de este artista. Si intentamos analizarla, puede, como algún crítico ha dicho ya, que The weight of light tenga ecos de la música Shona Mbira de Zimbabue, de los tambores Bata de Yoruba o incluso, de las «Sonatas e Interludios para Piano Preparado» de John Cage.
Pero en realidad, no son más que palabras que se acumulan en una página y que no significan nada. Porque el secreto, repetimos, pasa por dejar la mente en blanco y dejarnos seducir por lo inesperado: por la música incómoda, martilleante, desesperante en la que el pianista francés insiste en proponer a lo largo de los temas que forman parte del disco.
Y sí, podríamos decir que temas como «Family Trees», «Au fil de la Parole» o «Anamorphoses» parecen llevarnos hacia una dirección muy concreta, para cuando no lo esperamos, girar de repente y conducirnos hacia lugares sorprendentes... pero en realidad poco de lo que digamos sobre estos temas importa: sólo tenemos que encontrar el momento adecuado, cerrar los ojos y escuchar. ¡Qué difícil es hacerlo cuando todo es inmediato!
El problema que afecta a buena parte de discos como este sin embargo, es que a medida que los escuchamos, esa capacidad de transportarnos a otras partes, esa montaña rusa de emociones con la que arranca, acaba por desaparecer. Al querer insistir en sus martilleos, en sus modificaciones, en las extensiones del piano hasta límites que creen imposibles, pasamos de sentir emociones absolutamente increíbles, a un estado de indigestión ligera. O dicho de otra forma: nos hemos empachado.
La culpa no es, por supuesto, de un Delbecq que tiene muy claro cuál es su propuesta artística y musical; es de nosotros, escuchantes poco preparados, que acabamos inflados de notas y de sonidos exraños. De nosotros que pedimos piedad y decimos «basta».
Con todo, cualquiera que quiera probar un tipo de música diferente, que no recorra por esos caminos ya trillados miles de veces, debería darle una oportunidad a este álbum. No se convertirá, nos atrevemos a apostarlo ya abiertamente, en uno de sus discos de cabecera, pero estamos seguros que le invitará a plantearse cuestiones interesantes. Y eso, queridos amigos, no lo consigue cualquiera.
Texto: © Rudy de Juana, 2021. http://www.caravanjazz.es/
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