- Fecha: 28 de febrero de 2013
- Lugar: La Cova del Drac – Jazz Room, Barcelona
- Componentes:
Ballister
Dave Rempis: saxos
Fred Lonberg-Holm: chelo, electrónica
Paal Nilssen-Love: batería y percusión - Comentario:
Permítanme que roce lo escatológico al comienzo de esta reseña; en este caso, como con las secuencias de sexo para los actores, el guión lo justifica. Llegué a La Cova del Drac Jazz Room muy poco antes de que empezase el concierto y, queriendo disfrutarlo con total tranquilidad, decidí pasar por el servicio para que mi muy considerada vejiga no me pidiese atención durante el concierto. Así estaba yo, entre la urgencia, la prisa y la liberación, cuando la música se me echó encima. Les cuento esto porque la sensación fue única desde el punto de vista acústico. Los servicios suelen tener ciertas cualidades sónicas, tal y como han demostrado grabaciones míticas y alguna que otra leyenda urbana, y no es la primera vez que la recepción acústica me resulta interesante en un aseo. Pero sí, sin duda alguna, esta fue la más arrolladora e indescriptible de todas. Imaginen una masa de sonido cayendo sobre su cabeza, un aplastante y denso cuerpo informe que galopa sobre tus oídos, reclamando violentamente que te quedes donde estás, que no se te ocurra mover un músculo.
Esta fue la sensación que tuve en esos primeros segundos del concierto de Ballister, y se mantuvo más o menos hasta el final. La música de este supergrupo no da tregua. Es más fácil describirla desde un punto de vista emocional, porque es ahí a donde se dirige una vez golpea nuestra cara. Dave Rempis, Fred Lonberg-Holm y Paal Nilssen-Love, curtidos como cómplices en decenas de proyectos, manejan de sobra esa comunicación mágica que ejercen los grandes improvisadores. En su directo el espectador presiente que puede pasar cualquier cosa y que, al mismo tiempo, lo que pase nunca será fruto del azar.En Barcelona el grupo acometió un puñado de piezas largas, repartidas en dos pases, que dejaron al público exhausto y feliz. Nilssen-Love, como no podía ser de otra forma, impulsó lo que ocurría sobre el escenario de manera rotunda, mientras Lonberg-Holm esparcía brochazos sonoros y el saxo de Rempis se encaramaba como podía al enrevesado conjunto. Sin solistas, sin pausas; todo lo que tocaban ocurría de forma natural y espontánea. Esa apabullante masa de sonido que les describía al principio es, simple y llanamente, eso: tres amigos, tres músicos extraordinarios dispuestos a todo cuando tocan juntos. Y escucharlo en directo es una experiencia, repito, difícil de explicar. Pero les garantizo que merece la pena.
Texto y fotografías: © Yahvé M. de la Cavada, 2013
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