- Lugar: Jamboree (Barcelona)
- Fecha: Sábado, 4 de mayo de 2013 (20 h)
- Componentes:
Kris Davis: piano
John Hébert: contrabajo
Tom Rainey: batería
Comentario:
Afterjazz, con esta denominación terminaba, lo recordará el estimado lector, mi última reseña en Tomajazz (Larry Ochs & Don Robinson). Es una definición que no es mía, la he tomado prestada de otros que la usan con más tino y propiedad (afterpop, o incluso el afterporn, que soslaya totalmente la tradicional, homocéntrica y machista visión del porno), mientras que yo la reformulo de un modo más pedestre, aunque creo que ya puede sernos útil así. Podríamos hablar de postjazz, pero creo que no se ajusta a lo que quería referir, que es algo que nos ocupará también en la presente reseña. Afterjazz me sugiere algo sobre lo que el jazz, su ideología y sus adalides, ya ha perdido toda potestad. La nueva música ha tomado aquello que le interesaba puntualmente, del jazz o de cualquier otra cosa a su alcance, y sigue usándolo y renovándolo permanentemente, pero ya no tiene que rendir cuentas de nada. Está liberada para realizar su particular vuelo de búsqueda de territorios musicales y sonoros por descubrir. La diferencia, pues, estaría en el hecho de deber o no. Así que, será un término que, a menos que me denuncien por él, usaré con frecuencia: por ejemplo, para hablar de Kris Davis y de su extraña pero hermosa música.
Lo primero que quiero decir es que el pase al que asistí (el primero, el infantil) me gustó horrores. Se había anunciado que el trío de la pianista canadiense venía a presentar el disco Good Citizen, editado en 2010 por Fresh Sound New Talent, pero no era así. En realidad Davis traía nuevas composiciones que han estado rodando en una minigira por ciudades europeas antes de entrar en un estudio para grabarlas y conformar así el que será el segundo disco del trío (que aparecerá en Clean Feed). Quisiera decir que iba muy familiarizado con Good Citizen, así que la impresión que obtuve de que este nuevo material era mucho mejor era clarísima. No es que el anterior no fuera un gran trabajo, lo era y mucho, pero la música que nos presentó la otra noche era una profundización radical en esa misma línea.
El concierto transcurrió durante cuatro largos temas en los que presumo que fueron enlazadas más de una pieza distinta, habida cuenta que las composiciones de Davis son cortas, condensadas y parecen funcionar como cuadros ligeramente animados (en Good Citizen era así, y esas largas piezas de la otra noche también parecían estar articuladas sobre distintos “capítulos”). La música de Davis tiene una gran determinación. De hecho, creo que lo estimulante de su propuesta estriba en que está tratando de hacerse con un lenguaje original, autónomo. No es algo iluminado o visionario, todo lo contrario, su música trasluce de forma diáfana un amplio mapa de referencias. A través de él uno puede visitar a pianistas de jazz que también modelaron una expresión propia y que además tenían un sentido particularmente rítmico (pecusivo) del instrumento (Monk, Hill, Taylor), al tiempo que recalar en algunos de los principales ítems de la música contemporánea (desde los dodecafónicos hasta el minimalismo, pasando por Feldman, Cage o Nancarrow). Esto tanto por lo que respecta a su ‘pianismo’ como a la estructura y forma de las piezas. Pero al tratarse de un trío de piano, el conjunto es algo más que eso. Por un lado, por lo que supone asumir una tradición tan difícil –y pesada– como es la de ese formato. Por el otro, porque el contar con dos partenaires como Hébert y Rainey, con un toque tan especial ambos, las posibilidades aumentan muchísimo. A este respecto, y después de lo visto la otra noche, la verdad es que no se me ocurren unos acompañantes mejores que ellos para un proyecto como este. Así que, de entrada, felicitar a Davis por haber seleccionado a los músicos idóneos entre tantas –y tan buenas– alternativas.
Respecto a la música en sí, resulta difícil no ya definirla de un modo global sino tan sólo describirla parcialmente. Frente a los tejidos pianísticos que va elaborando Davis (preparando también el piano), y que a veces parecen quietos, que no avanzan (se necesita una gran concentración para interpretar esta música sin ‘despistarse’), tenemos la percusión violentamente sincopada y aparentemente deslavazada de Rainey (un percusionismo cortante, que baraja muchos recursos y de gran maestría), y un Hébert muy versátil, que tan pronto sigue al piano a corta distancia, modulando la melodía o apoyándola, como se enzarza en obsesivas reiteraciones que acaban por transmitir desazón y nerviosismo. Mientras se está en todo eso, se cae en la cuenta de que el piano de Davis se ha desplazado, aunque sea muy levemente. De alguna manera, una posible temática de este trío tendría que ver con la percepción del sonido. Es muy sutil, sí, pero del mismo modo que cierto arte crea trampantojos, el resultado aquí también tiende a crear ciertas ilusiones (sutil y subjetivo, lo sé, y además no creo que forme parte de los objetivos de la pianista, sólo lo menciono a título personal).
Pero, al margen de todo el bagaje y panoplia de intereses de la pianista, este “minimalismo encantado” no existiría sin la experiencia previa del jazz, y muy concretamente sin la tradición del trío de piano que ésta ha creado. Todas esas ideas tan particulares, sobre la repetición y la variación, sobre lo mecánico y lo aleatorio, sobre composición e improvisación, o sobre el ritmo cuando se desliza hasta la melodía, son proyectadas desde ese formato de trío hacia un territorio lleno de sugerentes fenómenos. El resultado tal vez no sea jazz, pero comparte su mismo espíritu inquieto, vivo y dinámico (o al menos el del mejor jazz). Vuelvo a insistir en la organicidad de este trío, en lo vibrante de su conjunción, y en la inteligencia de unos acompañantes que pueden pasar de la partitura a la imaginación en una sola inspiración. Tal vez no haga falta decirlo, pero quisiera remarcar que una de las cosas que más me gustó de ellos fue su singular planteamiento, que no tiene nada que ver (aunque deba mucho a muchas cosas) con nada de lo que estamos acostumbrados a oír. Eso sí, esa particularidad no va en modo alguno en detrimento de la intensidad y fuerzas expresivas (lo que nuevamente trae hasta aquí el jazz).
Texto: © Jack Torrance, 2013
Fotografías: © Joan Cortès, 2013
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