Anthony Braxton Diamond Curtain Wall Trio
- Fecha: 26 de octubre de 2007.
- Lugar: Auditorio del Colegio Mayor San Juan Evangelista (Madrid).
- Componentes:
Anthony Braxton: saxos alto, soprano y sopranino, clarinete contrabajo y electrónica.Taylor Ho Bynum: corneta, fiscorno y trompeta en fa.Mary Halvorson: guitarra.
Comentario:
Tras 22 años de espera, Anthony Braxton volvió a Madrid para abrir el XXVI Festival de Jazz del San Juan Evangelista. Y para esta ocasión, lo hizo con una de sus propuestas más enigmáticas y exigentes, pero también más fascinantes.
Tratar de describir la actuación del Diamond Curtain Wall Trio sin caer en subterfugios o juegos literarios es difícil, máxime cuando el propio Braxton reconoce, no sin humor, comprender tan sólo el 40% de su propia música. Tal vez sea necesario poner en antecedentes y resumir en pocas líneas la evolución de su sistema musical en los últimos años.
La música ofrecida por este trío es un desarrollo de la Ghost Trance Music, basada ésta en una melodía básica formada por ocho notas repetidas utilizando diferentes recursos y variantes. Minimalismo, repetición y la influencia de músicas ceremoniales y de trance son las características de este estilo que Braxton describe como «una melodía infinita».
El Diamond Curtain Wall Trio es, en palabras de uno de sus integrantes, Taylor Ho Bynum, el proyecto actual de Braxton que incluye «la improvisación más abierta». Incorpora un elemento claramente diferenciador, como es la electrónica que, junto a sus partituras gráficas, son los únicos elementos compositivos. Según Bynum, «la electrónica es diferente cada vez, dado que el programa informático está diseñado para establecer una interacción con los músicos. La interpretación está principalmente determinada por las decisiones de los músicos en sus improvisaciones: no hay una estructura predeterminada en los solos, transiciones, etc.»
El trío se dispuso sobre el escenario con los dos sopladores enfrentados (Braxton a la izquierda y Ho Bynum a la derecha), mientras que Mary Halvorson, sentada, formaba el vértice del triángulo. Frente a ella, es decir, en el lugar de honor, estaba dispuesto un enorme reloj de arena al que Braxton dio la vuelta justo antes de iniciarse el concierto. Desde el primero momento, y a lo largo de toda la actuación, Braxton marcó la pauta del camino a seguir, primero con un ramillete de notas sobre las que el trío tejió múltiples variaciones. Taylor Ho Bynum se reveló como un interlocutor de gran nivel y respondió a las pistas lanzadas por el veterano líder proponiendo nuevos desafíos. Por su parte, Halvorson, pese a permanecer en un segundo plano, fue el anclaje sobre el que se asentó el trío, ofreciendo el colchón armónico. La electrónica, que Braxton manipuló en un ordenador portátil en unas pocas ocasiones, se limitó a una cortina sonora (tal vez representativa del nombre de la formación) que, con apariciones aparentemente aleatorias, saturaba las intervenciones del trío añadiendo un elemento de tensión musical, siempre acechante.
Pese a que, tal y como afirma Ho Bynum, las composiciones (tocaron la 323 A y 323 B, según nos dijo) son muy abiertas, de la actuación emergió una estructura cíclica con una combinación de solos, dúos y tríos, crescendos y diminuendos, cambios de ritmo, así como diversos «ambientes sonoros»: pasajes atonales tranquilos (con utilización de los silencios) o enérgicos (con frases cortas y el recurso de los staccatos tan característicos de Braxton), pero también verdaderas baladas tarareables (¡sí!, ¡de verdad!) o episodios rítmicos claramente identificables, incluso con un 4/4 canónico que provocó movimientos de pies entre el público.
Los dos acompañantes de Braxton fueron alumnos suyos en la Universidad de Wesleyan, forman parte de varios de sus grupos y están plenamente familiarizados con la música del jefe. Mary Halvorson mostró que, además de braxtoniana, tiene influencias del gran Derek Bailey pero también querencias rockeras. Su guitarra tenía una afinación alternativa, más baja que la normal, y utilizaba un pedal whammy (que hacía sonar su instrumento como si de repente se le aflojaran todas las cuerdas). Por su parte, Taylor Ho Bynum fue una especie de prestidigitador sonoro, con constantes cambios de instrumento a los que incorporaba todo un arsenal de sordinas. Derrochó inventiva y una energía contagiosa, aunque tal vez abusó de las frases cortas y de la profusión de efectos.
Anthony Braxton demostró que no sólo es un maestro de la composición y un gran «pensador» musical, sino un gran instrumentista. Hizo alarde de una enorme variedad de recursos y registros en los cuatro instrumentos que tocó (sin contar la electrónica), con un gran dominio de los sobreagudos y de la respiración circular. Desde el sonido áspero y «sucio» hasta un sentido lirismo, ofreció un enorme abanico sonoro y emocional.
Al cabo de una hora aproximadamente, la burbuja superior del reloj de arena se vació (de otro modo, tal vez la melodía sería infinita), pero el trío siguió tocando otros 15 minutos. Pese a ser una propuesta difícil, el público se mostró atento y completamente respetuoso ante el espectáculo ofrecido. Y en agradecimiento, Braxton le regaló un solo de saxo alto marca de la casa, intenso y estimulante, algo inusual en un músico que apenas realiza bises.
Aunque con sus momentos un tanto áridos y distantes, el concierto fue globalmente un éxito. Aunque más que «éxito» (término sujeto a equívoco), debería hablarse de «experiencia». Porque es uno de esos espectáculos que dejan en el oyente una huella cuya verdadera dimensión percibe con el paso del tiempo. Una experiencia única y transformadora, a cargo de un músico con un universo absolutamente personal y original.
Texto © 2007 Diego Sánchez Cascado
Fotos © 2007 Sergio Cabanillas
(Gracias a Taylor Ho Bynum por sus explicaciones y a Fernando Ortiz de Urbina por la gestión y asesoramiento.)
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