ANTHONY BRAXTON
LA CUADRATURA DEL CÍRCULO
Vuelve la AACM de Chicago en su 50º aniversario. Wadada Leo Smith se reúne con Henry Threadgill, éste con Jack Dejohnette para ECM, pero él, uno de sus impulsores, sigue a lo suyo, sin mirar atrás. Pasó el 25 de enero por la Casa Encendida de Madrid dentro del certamen de Hurta Cordel. Lo hizo con el cuarteto Diamond Courtain Wall, añadiendo electrónica en tiempo real. Agotó entradas. Y es que a Braxton, que no hace precisamente música de masas pero es consecuente con su causa, le cuadra el círculo.
Y le cuadra por la triangulación del mismo, ya que son las relaciones geométricas entre esas figuras las que configuran el símbolo creativo elegido por el autor. La última vez que le vi en directo fue en un contexto muy parecido al cuarteto con el que llegó a Madrid, en el festival lisboeta Jazz em Agosto de 2013 (lejos queda la mejor formulación del mismo en el más que interesante que mantuvo con Marilyn Crispell, Mark Dresser y Gerry Hemingway). También llevó allí partituras gráficas que el espectador podía acertar a ver sentado desde el espacio abierto de la Fundación Gulbenkian. Se trataba allí de otro proyecto, el frío e indiferente Falling River Music, para el que se hizo acompañar de ex-alumnos como Mary Halvorson y Taylor Ho Bynum, ambos presentes en la pasada cita madrileña de Hurta Cordel. No era música de fluir evidente, como el agua del río busca una desembocadura, más bien se movía en círculos, evitando un centro, un eje melódico, un motivo e incluso una salida.
Educador, pensador y músico con reconocible y cuidado aspecto de profesor despistado, que diserta igual sobre filosofía y antropología como de análisis musical, Braxton perteneció al grupo AACM (Association of the Advanced of Creative Musicians) de Chicago desde sus comienzos, colectivo que, en su 50 aniversario, se reivindica como determinante para la modernidad en el jazz. Sus principios fundacionales partían del “primitivismo” al avant-garde, recorrido que nutre el término The Great Black Music y lo conecta con la música contemporánea, teniendo al Art Ensemble of Chicago y a Anthony Braxton dos vértices de creación (dejemos las personalidades de Muhal Richard Abrams, Wadada Smith o Threadgill al margen).
Donde en el grupo de Roscoe Mitchell, con cara pintada, y Lester Bowie, con su bata de médico, la fuerza vital panafrincana se exponía en forma de collage tribal, en Braxton, minucioso organizador del sonido con chaquetas de lana, existe una superestructura y una intención indagadora del lenguaje que se materializa en una plasticidad contemporánea abstracta y europea (Stockhausen, música serial, electroacústica), sólo desmentida en sus revisiones sobre standards (recuperen el dúo de «bohemia vienesa» con Ran Blake) la tradición afroamericana (Parker, Monk, Coltrane, Ayler) y la escuela (que impulsa la Tercera Corriente) de Tristano, autor al que vuelve este año.
Vanguardia y fecundidad a veces van acompañadas, inevitablemente, de especulación. Cuando Braxton recupera a clásicos para sus lecturas, tomando asideros melódicos y una construcción prefijada, es cuando más convence, es como si llegara a puerto, como si tomara tierra, aunque después vuele alto… La dialéctica entre composición e improvisación tiene un tratamiento especial en su acercamiento a standards (el estupendo Charlie Parker Project 1993 sobre todo). Aplica ahí un proceso inductivo/deductivo que le permite entrar y salir, surcando y deconstruyendo los perfiles de la melodía y jugando con figuración y texturas.
La melodía es aquella expresión musical que se sostiene sobre momentos de consciencia, puede remitirnos a algún instante del pasado o facilitarnos la comprensión de la realidad inmediata en distintas épocas de nuestra vida. Es también un recurso de vital importancia en la gramática musical, pues acota la duración del fenómeno en principio y fin con recordatorios.
La AACM plantea terrenos de creación que han abierto muchas posibilidades a la que es la música afroamericana por excelencia, como también anticiparon individualmente Monk, Cecil Taylor, Coltrane o Mingus. También se suele decir que el jazz es la música clásica del pueblo del blues, como lo llamaría LeRoi Jones-Amiri Baraka. En ese sentido, nombres como Braxton (o George Lewis, que venía haciendo improvisación electroácustica desde su Hommage to Charlie Parker de 1979) hacen prevalecer lenguajes que – salvo los tributos ya señalados- poco o nada tienen que ver con su origen.
Partituras gráficas e improvisación, fría electroacústica que recuerda a sus pioneros europeos, Braxton, que no está bien considerado dentro de la música académica contemporánea a la que tanto se acerca, representa la versión más intelectual y formalista de una herencia – la del blues preconizada por The Great Black Music- que en su idioma ha quedado sepultada. Aunque su figura y su obra, situada entre esos dos mundos creativos como él mismo reconoce, si no existieran habría que inventarlas.
© Jesús Gonzalo, 2015
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