Chema Saiz, Federico Lechner: Satie for two
2 cachondos muy cachondos
“Me llamo Erik Satie, como todo el mundo”
Dice el diccionario que “cachondo” es el que obra con falta de seriedad o rigor en un asunto que se le exige. Para mí que estos no han visto un cachondo en su vida. Qué tendrá que ver, digo yo, el rigor con la falta de seriedad, la cachondez con las temporas. Está comprobado: se puede ser cachondo y serio a un tiempo, así como se puede ser el más cabal de los seres humanos y carecer de rigor alguno. Y, para demostrarlo, los aquí presentes, dos ejemplares únicos en su especie orlados con todos los atributos que se le suponen a la cachondez y tan rigurosos en el ejercicio de sus funciones músico-instrumentales como el que más. Lo cortés, en su caso, no quita lo cachondo.
Federico toca el piano con el aplomo y el cosmopolitismo que es patrimonio del rioplatense en particular y el argentino en general. Se podría decir que se las sabe todas, y las que no sabe, se las inventa. Federico tiene su lado exhibicionista y su otro disperso al que da suelta en las plataformas de la cosa, y es él acompañando el “Nosferatu” de Murnau en un cine de barrio, sumergido en las aguas procelosas de la mar océana, a veces en traje de neopreno, a veces con el culo al aire, bien que dándole el toque maestro al asado (el tópico tira lo suyo) o arrojando un plato de linguini al careto de Antonio Serrano/”La extraña pareja”. Con él, nunca se sabe. Federico, secretamente, aspira a un empleo de pianista un burdel, que es a lo que aspiran todos los pianistas del mundo, y algunos (Jelly Roll Morton, Maestro Reverendo) consiguieron. Morton tocaba el piano con una meretriz colgando a sus espaldas y de eso salió el jazz. Federico y yo llegamos a pergeñar algún proyecto conjunto que no salió por incomprensión de los financiadores, lo que, con toda probabilidad, constituyó una pérdida irreparable para la Humanidad.
Lo de mi tocayo Saiz es otro rollo. Empezando porque aquí, el amigo, no deja Alcalá de Henares salvo para tocar y vuelta. Con esto, que todo lo que conocemos de él, es el rincón del despacho donde graba sus vídeos lúdico-didácticos para disgusto del quienes nunca pasamos del “Smoke on the water”. Chema tiene el pelo alborotado y una sonrisa pícara que le delata. En 1997 grabó un disco con melodías tomadas del cancionero popular llevadas al jazz que la crítica ignoró porque, para los guardianes de la esencia jazzística, como para los académicos, cachondez y rigor no pueden ir juntos. Por dónde, los japoneses se pirran por Chema Saiz y pagan verdaderas fortunas por una copia original de su disco, de donde se deduce que:
1/ Para entender a Chema hace falta ser japonés.
2/ Chema ha nacido en el lugar equivocado.
Para quién suscribe, ir a Alcalá de Henares en el Dos Caballos de Ebbe Traberg para escuchar a Sal Nistico significaba un periplo de en torno a 2 horas y media con a parada en el merendero de rigor para cenarse unas chuletitas de cordero regadas con vino del lugar, Chema puede que ni hubiera nacido.
2 cachondos + 1 = 3 cachondos
La cosa, que cuando dos cachondos se juntan sacan el güisqui, cheli, para el personal, y acaban tocando a Erik Satie, que fue otro cachondo a su manera decimonónica. A Satie se le puede tocar en plan provocateur (The minimalism of Erik Satie, con la Vienna Art Orchestra) o a ritmo de de Bossa Nova (1), lo que está considerado un delito contra la integridad moral, el pudor y las buenas costumbres con pena de entre 10 a 15 años de reclusión discográfica. Satie, conviene recordarlo, fue músico de ascensor antes de los ascensores. “Mi música”, venía a decir, “está hecha para no ser oída, sino ignorada, reducida a la nada y menos”. Pero, conviene recordarlo, hasta Bill Evans estuvo considerado como un “músico de ascensor”. Lo contaba Traberg en uno de sus momentos de introspección y chuletitas de cordero.
- “Durante un tiempo consideré que Bill Evans era un músico de salón”, reconocía.
-
“Querrás decir de ascensor”.
-
“Eso también”.
Siglo y medio después, el género ascensoril sigue vivo y bien en las manos de Richard Clayderman, Luis Cobos, Céline Dion, Kenny G… la lista produce escalofríos (2).
Un pasado
Así como Ebbe, uno también tiene un pasado oscuro, “la juventud es un estado de imbecilidad transitoria”, que decía el filósofo. Sucede que a mí, Satie, me ha daba un poco de tirria. Sobre todo las “Gymnopedias”. Era un ver la palabra impresa en el programa de mano y ponerme de los nervios. Hasta que me enteré, no sé cómo, de la historia oculta tras de los oscuros ventanales que bien pudiera ser cierta como no serlo, si es que eso tiene alguna importancia. Resulta que aquellas piececitas tan cargantes, tan faltas de gracia, o así me parecía, venían a ser la banda sonora de un gangbang homérico/epicúreo, las cariátides del Partenón abandonando sus puestos de vigilancia para correrse una juerguecita por el ágora y alrededores en plan aquí te pillo, aquí te mato. Ahí la cosa se puso interesante (uno es muy simplón, a veces) (3).
En el Satie de Federico y Chema están las “Gymnopedias”, no todas, claro, y están otras muchas cosas que probablemente detestaría de haberlas escuchado en tiempos. Chema y Federico (el orden de los factores etc.) han conseguido lo que Andreas Prittwitz (otro que tal) consiguió con sus recreaciones de Chopin: ponerme delante del espejo de mis limitaciones como oyente y crítico en ejercicio. No hay mejor lección de humildad.
Lechner-Saiz lo dejan bien claro: no hay un Satie, sino muchos. Hay el Satie mecido por las olas de “Le yatching” (el barco de papel navegando sobre los tejados de París en el “Entr´acte” de Clair/Satie) (4), y el Satie arrastráo y pedulario, sincopado y socarrón, de “Idylle”. Está el Satie tanguero y lechneriano (el tópico tira lo suyo) y el ensoñador y etéreo, por lo que toca a la parte contratante de la segunda parte; el Satie en forma de pera y el que enseña el culo; el Satie de los “valses distinguidos de exquisito mal gusto a ser interpretados de una forma muy aburrida” (así, en “La comédie italienne”), y el Satie gamberro/irónico que lleva a Cage y a Dadá, a Carla Bley y a Juan Hidalgo; el Satie “monkiano” agazapado tras las armonías encadenadas en cuartas (5) y el precursor del ragtime, el surrealismo, el minimalismo e Igor Stravinski, por ese orden; el Satie con olor a pachulí y gamelán de la “Petite overture à danser”) (6) y el Satie guitarrístico (“Vals Ballet”) que a mí me suena a chacarera y a Eduardo Falú, pero uno ve lo que quiere ver donde le da la gana. Está el Satie canoro de Javier Rubial cantándole a Granada, tierra soñada por mí (“Gonnossiene III”) y el de Annie Dutot Argerich cantando al pepino de mar en un francés de voz en off en un film de la Nouvelle Vague (“D´Holothurie”). Que el protéico músico-instrumentista francés dedicara una de sus composiciones a un bicho repugnante y viscoso que ronronea como un gato quiere decir alguna cosa, seguramente.
Está el Satie que existió, polifacético y disperso, y el inventado que vemos a través de las retinas de los arriba firmantes, Satie for two y two for tea.
“Hago lo que me da la gana” (Henri de Toulouse-Lautrec)
Con esto, que Satie for two es un disco primoroso y frágil, homogéneo y variadísimo, gozoso y desconcertante, y otras muchas cosas que parecen no encajar con la definición académica de lo cachondo (la concisión, el cuidado del detalle, distingue el trabajo meticuloso de los eximios autores).
En Satie for two, guitarra y piano se entrelazan hasta formar una unidad de destino en lo universal: 2 instrumentos/2 instrumentistas fundidos en uno sólo y, aún así, perfectamente distinguibles, cada uno en lo suyo. De ahí, al Undercurren” de Bill Evans y Jim Hall hay un paso, pero eso, mejor, se lo dejo a los wiki-críticos, que para eso están.
“Satie for 2” es un disco para ser escuchado, lo que no se entiende.
Pues bueno, pues vale.
Tomajazz: Texto, fotos y vídeo © Chema García Martínez, 2024
Chema Saiz, Federico Lechner: Satie for two
Chema Saiz (guitarra), Federico Lechner (piano). Con la colaboración de Javier Ruibal, Annie Dutoit Argerich.
Grabado en Estudio Uno en Colmenar Viejo (Madrid). Santi Fernández, ingeniero de sonido. Publicado en 2024 por Youkali Music.
Notas
(1) Así, en “Satie – Gymnopédie No. 1 (Bossa Nova Cover)” – https://youtu.be/OBA58bBUPWw?si=wZZ-qrJ763uUZkvC
(2) Sobre Kenny G, puede consultarse el texto que dediqué al interfecto en mi blog “Tocar la vida” https://tocarlavida.blogspot.com/2020/11/viviendo-en-el-lado-oscuro-de-la-fuerza.html
(3) Satie apunta: las Gymnopedias deben interpretarse “con la punta del pensamiento”. Más claro, el agua.
(4) Mediometraje dirigido por René Clair en 1924, con música (básicamente insoportable) de Erik Satie. Por YouTube circulan diferentes versiones del film respetando la partitura original, en la interpretación de Henri Sauguet, de 1967, o con un nuevo “soundtrack” a cargo del inefable Frank Perry.
(5) Lo cuentan Mario Benso y Carlos Avallone en Cuadernos de Jazz (núm 18 de septiembre de 1993), Doug Thomas en Interlude, Roberto Muggiati en Amajazz,… y no seré yo quien les lleve la contraria.
(6) Una orquesta del género actuó en la Exposición Universal de París de 1889 generando una auténtica conmoción entre los compositores de la nueva ola (Ravel, Debussy…): “la música javanesa se basa en un tipo de contrapunto ante el cual el de Palestrina es un juego de niños” (Debussy, en “La Revue Blanche”. París, 1889).
Más información
https://www.youkalimusic.com/index.php/catalogo/519-satie-for-two
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