Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu (A propósito de ´¨Round about Tete – Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu”) Por Chema García Martínez [Artículo de jazz] - Tomajazz 9.0 - Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu, a propósito de ´Round about Tete, por Chema García Martínez.

Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu (A propósito de ´Round about Tete – Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu) Por Chema García Martínez [Artículo de jazz]

Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu
A propósito de ´Round about Tete – Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu de Pere Pons Macias
Por Chema García Martínez

Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu (A propósito de ´¨Round about Tete – Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu”) Por Chema García Martínez [Artículo de jazz] - Tomajazz 9.0 - Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu, a propósito de ´Round about Tete, por Chema García Martínez.
Portada de ´Round about Tete. Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu. Escrito por Pere Pons Macias. Editado por Libros del Kultrum (2023)
Pere Pons ha escrito un libro sobre Tete Montoliu, sólo que no lo ha escrito, más bien ha dejado que otros lo hagan por él. Es lo que se llama un “retrato coral”, las avispas – quienes compartieron escenario, mantel y/o lecho con el artista – dando vueltas en torno al panal de rica miel, venga luego el lector y saque sus propias conclusiones.

El libro de P.P. es extraordinario por más de un motivo. Es el único, que uno sepa, en que el biografiado pone a caer de un burro al prologuista, bien sea por boca de un tercero (Jorge, o Jordi, Rossy). Que este, el autor del prólogo, acudiera como ponente a la presentación del libro en Barcelona, y aún repitiera como oyente en una segunda ocasión, me lleva a pensar que, muy probablemente, no lo ha leído.

Luego, que uno abre el libro de Pere y se encuentra con el biografiado siendo descrito como un ser mezquino, consentido, egoísta, déspota y egocéntrico, además de un retrógrado y un reaccionario (Rossy, de nuevo). Algo que suena a un ajuste de cuentas con efectos retroactivos (Rossy, mayormente).

A Montserrat García-Albea, señora de Montoliu, estas cosas le ponen de los nervios, lógico. “Tú sabes cómo era Tete de verdad”. Yo, a decir verdad, lo intuía más bien. Sucede que nunca vi a Tete de otra manera que no fuera en contrapicado y desde la distancia, como un ser superior e inaccesible. Tete imponía respeto. Al menos, a mí me lo imponía. Problema mío, seguramente.

Tete, primera parte

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Tete Montoliu. Fotografía © Coral Hernández
Yo no sé por qué nadie debería escribir sobre un libro, o lo que sea, sobre Tete Montoliu. Ni sobre John Coltrane, o Miles Davis o, pongamos por caso, Dodo Marmarosa. Por más que me lo cuentan, no lo entiendo.

Uno escribe un texto, o lo que sea, sobre Tete sabiendo que, mejor, estaría contemplando la caída de la hoja en otoño. ¿Cómo “explicar” a Tete Montoliu a quién nunca lo tuvo delante?.

Para quienes no le vivieron, Tete es un concepto seráfico, vaporoso, un artículo de fe… una idea y media docena de discos, y ya se sabe que una cosa son los discos y otra la música. Lo explica Ortega cuando habla sobre la circunstancia que hace al monje o al pianista de jazz. Volveré sobre el tema.

Tete, el real y verdadero, está en el compartir de soledades que define, o definía, al género, cuando todo lo que había era la música y el creador descubría el jazz a cada paso, cada bolo. De cuando la palabra “jazz” significaba tocar todos los días “All the things you are” porque “aún no he encontrado un motivo para dejar de hacerlo” (Lee Konitz). El jazz era el pianista envuelto en la penumbra, tocando para nadie, para mí, ignorándome olímpicamente.

A eso lo llamaron bebop.

Tete, segunda parte

Hubo un tiempo en que Tete andaba con la mosca tras de la oreja: “están esperando a que me muera para darme la medalla de la Generalitat”. Las cosas no le iban bien, ni en lo en lo personal, ni en lo profesional. Pocos conciertos y mal pagados. “Programar a Tete no era garantía de nada, no reventaba la sala cada vez que actuaba” (Anna Mas, responsable de la sala Jamboree, en lo de Pere). “No, si al final va a resultar que nuestro jazzista más universal es un ser humano”, venía a decir Mingus B. Formentor en alguna de sus crónicas, si no con estas palabras, con parecidas.

La transición democrática, a Tete, le vino de perlas. Llegado a su madurez, nuestro jazzista más universal fue paseado de festival en festival, condecorado como un héroe nacional o un mártir, y aupado a lo más alto del cartel junto a lo más granado de la profesión. Tete, hay que decirlo, estuvo a la altura de los acontecimientos, de bien nacido, etc.

El 30 de junio de 1997 ofreció su último concierto en la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María de Veruela, provincia de Zaragoza. Cincuenta y cinco días después falleció como consecuencia de un cáncer de pulmón.

Pudiera pensarse que, con su desaparición, las aguas volverían a su cauce y el nombre de Tete quedaría arrinconado en algún rincón obscuro de la memoria del aficionado. No sólo no fue así sino que más bien fue todo lo contrario. Nunca se ha hablado más de Tete ni se han escuchado más sus discos, gentes de cien mil raleas que nunca asistieron a un recital del susodicho evocando su nombre con la reverencia que se debe a quién abrió el camino que otros muchos siguieron tras él; quienes todavía andaban pegados a la teta de su madre cuando Tete nos decía adiós, auf Wiedersehen, mirándose al espejo del jazzista poliédrico y contumaz, el único músico de jazz en un país sin jazz ni cosa que se la pareciera.

Un cuarto de siglo después de su fallecimiento, asistimos perplejos a una concentración orgiástica de sentidos homenajes al pianista, admirables tributos a su figura, los tantos conjuntos prêt-à-porter surcando la península de Norte a Sur para recordarnos que hubo una vez un pianista llamado Tete Montoliu que tocaba jazz, el propio Pere batiendo algún récord mundial de presentaciones con su libro… uno, que es como es, piensa que, acaso, este sea un síntoma de algo que debería alarmarnos (pero esta es otra historia, felizmente).

Nos queda la palabra

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Portada de Quártica Jazz en la que Miquel Jurado entrevistaba en profundidad a Tete Montoliu
Un rápido recuento de lo escrito/dibujado/filmado sobre Montoliu, y sin pretender ser exhaustivo, nos lleva hasta la Quasi autobiografia de Miquel Jurado (en versión catalana publicada por Pòrtic, y castellana, por la Fundación Autor), a la que se suma la larga entrevista – casi un libro por sí misma – del mismo autor, que publicó la revista Quartica Jazz y reeditó el portal Web TomaJazz con notas explicativas. De ahí, al libro de Pere y a la tesis de Teresa Luján, profesora de Canto Jazz en el Conservatorio Superior de Música de Navarra. Su título: La recepción del jazz moderno en Barcelona en los años 1940: la aportación de Tete Montoliu.

Programas televisivos sobre Tete hay unos cuantos, con una ventaja: la mayoría están disponibles en Youtube. Los casos de Tete Montoliu: maestro del piano y azulgrana impenitente (TVE, 1984), Del piano a la big band (TVE 1988), Tete, una mirada (editado por la revista Jaç) y los dos Jazz entre amigos dedicados al pianista, de 1986. Por haber, hay, incluso, un comic dedicado al pianista con ilustraciones del albano-kosovar Gani Jakupi (Montoliu plays Tete, editado en 2005 por Discmedi). Y para los muy-muy, las reediciones mejoradas de Fresh Sound con todo lo que hay que saber sobre el pianista desde su más tierna infancia (https://www.freshsoundrecords.com/10500-tete-montoliu-albums).

Tete, y 3

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Tete Montoliu en el San Juan
Tom Schnabel incluye a Tete en la lista de 6 pianistas “duros de roer” al lado de Keith Jarrett y Monk: “cuando le entrevisté en 1980, dio un grito después que le introdujera como ‘un pianista de jazz español’, ‘!soy catalán!’”. Entre que no me podía oír y que la KCRW, entonces, no tenía un piano, fue una entrevista difícil” (https://www.kcrw.com/music/articles/six-great-jazz-pianists-six-longish-haikus )

Tete, todos lo sabíamos, no lo ponía fácil. Empezando porque muy pocos tenían acceso a su convulso mundo interior. Pere lo intenta a través de quienes recuerdan al músico/esposo/padre de familia. En última instancia, su libro encierra más preguntas que respuestas (pero eso ya nos lo presuponíamos). Es lo que se conoce como “el efecto del esfuerzo invertido”: cuanto más nos acercamos al personaje, más se aleja este.

A Tete le daban repelús los mediocres, los meapilas, los sobrados de sí mismos y el pepino, y ello le granjeó la fama de arrogante que le acompañó hasta su últimos días (no porque no le gustara el pepino, por lo anterior). Solo que, quizás, no fuera tan así. Lo trata de explicar Horacio Fumero en su entrevista para el diario Ara: “cuando le preguntaban cómo tocaba, Tete respondía: ‘estoy tocando mucho mejor’”. Pero añadía: “porque es mi obligación”. Si te quedas con la primera parte, dices: “!qué cara tiene este tipo!”, pero la frase entera es: “porque es mi obligación”. Y esto es humildad.

A lo dicho anteriormente se sumaba la costumbre, tan suya (de Tete), de hacer de su capa un sayo, lo que contribuyó a su fama de conflictivo, de donde las numerosas trifulcas en las que se vio envuelto, de las que da cuenta Pere en su cosa. Así,  la serie de actuaciones a piano solo en el Café Central de Madrid durante los mundiales del 92, con el veterano local al punto de la quiebra, lo que fue tenido por la parroquia capitalina como un acto heroico – “Tete salvó el Central” – y por una traición miserable por la mentada Anna Mas: “(Tete) se portó como un cabronazo ese verano”. Y nosotros, claro, sin coscarnos de nada.

Andoni

Saben aquel que dice que es un pianista de jazz que tocaba con un pinganillo en la oreja…

La anécdota mil veces repetida, habla de la costumbre del pianista de escuchar la Radio los días de partido sin importarle donde estuviera, fuera en el salón de su casa o en el palco del Palau de la Música, por caso. Según la tal, Tete, supuestamente, usaría su principio de sordera para, supuestamente, colgarse un mini transistor en el bolsillo superior izquierdo de la americana haciéndolo pasar, supuestamente, por un audífono.

Cuestionado al respecto por el autor del libro, Horacio Fumero ni confirma ni desmiente el hecho. A él, dice, no le consta. Pues bien, el pinganillo, haberlo, habíalo. Y que no era lo que parecía, eso era de general conocimiento en ciertos ambientes. El Johnny, por ejemplo.

Siempre a la que salta, los colegiales del Johnny -algunos, no todos – idearon un sofisticado sistema de comunicación transistor-pinganillo-sector de los habituées que nos mantenía al tanto a los habituées del minuto y resultado con una antelación de aprox. 30 segundos respecto a Tete. “Echeverría le ha metido uno a Zubizarrreta”, fin de la transmisión. Cómo llegaron a ello las afiladas mentes colegiales es algo que escapa a mis escasas entendederas, pero por algo uno es de letras. El caso es que aquel delay de medio minuto nos proporcionaba el tiempo suficiente para prepararnos emocionalmente y disfrutar del espectáculo a lo que daba. Que no es que fuera nada del otro mundo, una leve sacudida, un estremecimiento apenas sugerido, pero, para nosotros, todo aquello constituía el más hilarante de los gags cinematográficos. Y lo más sorprendente: nunca, ni en las peores derrotas del Barça, permitió el pianista que nada de lo sucedido se trasladara a su ejecución sin mácula.

Nunca admiramos más a Tete que con las cantadas de Zubizarreta.

Tete vs. Thelonious Sphere

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Anuncio de tres conciertos de Tete Montoliu en el Johnny (Club de Jazz San Juan Evangelista), en noviembre de 1982
A Tete – catalán, anti españolista, según y cómo; independentista – le dolía Cataluña. No por la afición, que también, sino por el silencio institucional a que era sometido. A Tete, las palabras altisonantes, si no iban seguidas de hechos, le resbalaban.

Tete no solo era catalán y anti españolista, según y cómo, sino que detestaba Madrid. Y, así como detestaba Madrid, sentía predilección por el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Eran el “Johnny”, por un lado, y la Cova del Jazz de Terrassa, por el otro: los dos lugares en la península donde, de verdad, se sentía a gusto y en paz con el mundo.

O sea que, por un lado, estaba “el Madrid de las medias palabras, los grises y las sotanas” (Jesús Franco), y la periferia rojeras de los curas obreros y los metalúrgicos en huelga, los colegios mayores universitarios (el Johnny, a la cabeza) y Salvador Espriu, en catalán, en el  Teatro Nacional de Cámara y Ensayo (Ronda de mort a Sinera, estrenada el 18 mayo 1966), por el otro. Aquel Madrid oculto/transversal adoraba a Tete sea porque la distancia dotaba a a cada una de sus visitas a la Villa y Corte de un carácter de excepcionalidad, o porque, con Franco, la progresía madrileña adoptó el concepto de “catalanidad” como la intelectualidad en tiempos del rey Fernando VII que usaba paletó y calzaba boina por debajo de la corona, el de “afrancesado”.

Tete iba al Whisky & Jazz a sacarles los cuartos a los subsecretarios generales de Registros y el Notariado y sus fulanas, y al Johnny, los domingos por la tarde, a darse un baño de honestidad y multitudes. Y allí, en el Johnny, sucedían cosas que no son para ser contadas. No siempre, pero casi.

Por ejemplo, aquella tarde en que pudo verse “la leve sonrisa en Tete que sólo aparecía en sus labios cuando se lo pasaba como Dios” (Jesús Franco). Tete con su medio sonrisa, sobrevolando alguna galaxia lejana – un torrente de creatividad desbordante, abrumadora – y la caterva estudiantil en un estado de excitación propio de las grandes proezas deportivas, las grandes batallas y los festivales de Eurovisión, cuando Massiel.

De súbito, una voz varonil, anónima, desgarrada…

  • “!Viva Tete Montoliu!”, dijo la voz.
  • !”Que viva!” respondió el coro a una.
  • “!Viva el mejor pianista de jazz del mundo!”, insistió el de la voz.

Y fue ahí que surgió el Azazel de turno dispuesto a aguarnos la fiesta:

  • “No digas gilipolleces, tío”.

Sucede que aquel Azazel infiltrado, aquel Mefistófeles que Dios confunda, era un partidario fanático de Thelonious Monk a cuyo lado, nuestro Montoliu del San Juan Evangelista era poco menos que un pelele, un guiñapo, menos y nada. Y hasta ahí podríamos llegar. Decir que la discusión subió de tono, no es sino ajustarse a la realidad de los hechos; que si el asunto no llegó a mayores, no fue por falta de ganas en algunos. Pero así eran las cosas por aquel entonces. El jazz se vivía con la corbata desanudada y la pasión, la desmesura, y el punto de ingenuidad a que conducen el arrebato y la ignorancia. Se podrá cuestionar la altura intelectual del debate. Yo, qué quieren que les diga, tengo una cierta morriña de aquellos tiempos…

Elia: la cantante que se fue, y regresó

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Tete Montoliu presenta Elía Fleta
“El jazz en España soy yo”
(Tete Montoliu)

“!Yo soy catalán, yo no soy español!”
(Tete Montoliu)

Parafraseando a  Leonard Feather en su enciclopedia, Tete era una isla dentro de otra isla, España, el único país del occidente cristiano donde el jazz brillaba por su ausencia. Y, sin embargo, no fue por falta de talento que el catalán terminó solo y abandonado por sus compañeros de profesión y DNI.

La lista de quienes pudieron ser y no fueron por falta de dedicación, viene encabezada por Juan Carlos Calderón, pianista de la cuerda de Bill Evans, en sus comienzos, amén de consumado arreglista y compositor. Imposible saber lo que hubiera ocurrido de no haberse cruzado en su camino la familia Uranga, primero, y Joan Manuel Serrat, después. Dicho sea al margen, Calderón fue, posiblemente, el único músico de jazz de la historia en ser vetado por el Ente Televisivo debido a su ”exceso de sex-appeal”; una decisión en la que, cuenta Jesús Franco, algo tuvo que ver la esposa de un ministro “a quien Juan Carlos debía poner cachonda perdida”.

Otra que tal, Elia Fleta era “la única cantante de jazz que hemos tenido”, en palabras del propio Montoliu, hasta que decidió retirarse de los escenarios para dedicarse a sus labores. Elia era cantante por parte de padre (el tenor Miguel Fleta) y de hermana (Paloma, con quién formó el dúo “Hermanas Fleta”). Su paso por el jazz fue breve, pero intenso. Del mismo nos queda su cuasi única grabación dedicada al género, Tete Montoliu presenta Elia Fleta, de 1966, editada por Concèntric  Promotora, con 2 temas, “Cor inquiet” (“My foolish heart”) y “Les fulles mortes” (“Les feuilles mortes”) en dicho idioma “que por su fonética y la abundancia de monosílabos se adapta muy bien al estilo interpretativo del jazz” (Josep Maria Espinàs).

Elia decidió apearse del tren en marcha sin dar razón o motivo. No hay mejor método para entrar en la leyenda, salvo la muerte. Y ahí fue que este humilde emborrona cuartillas entró en escena. Recurriendo a la jerga del oficio, Elia “tenía” una entrevista. Consecuentemente, puse manos a la obra: localicé su número de teléfono y, no sin dificultades, conseguí vencer su resistencia inicial, de suerte que accedió a recibirme en su domicilio. Fin de la historia. No volví a llamarla ni, por supuesto, acudí a la cita. Simplemente, olvidé el asunto hasta que fue demasiado tarde. Nunca me lo perdonaré.

Con il´bello Calderón yendo de Paloma San Basilio a Luis Miguel, y vuelta, y con la pundonorosa Elia Fleta fuera de circulación, a los madrileños nos restaba la palabra, como en la canción, y Pedro Iturralde. Fue así, que el saxofonista navarro, residente en la Villa y Corte, quedó instalado en el imaginario del aficionado capitalino como la representación más genuina del género, y el único en condiciones de competir con Montoliu en términos de pericia interpretativa. Una estupidez como otra cualquiera.

Que Iturralde tocara jazz de una forma regular no le convertía en un músico de jazz. Algo que el propio saxofonista nunca reclamó para sí, por otra parte. Fuera de eso, ambos intérpretes compartieron escenarios, del Whisky & Jazz al San Juan Evangelista, y acompañantes (Peter, Fumero, Wyboris…) La amistad y la admiración que ambos se profesaban queda fuera de cualquier tipo de competición.

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Ilustración de Pedro Iturralde y Tete Montoliu © Don Kuto

Ava Gardner y Tete Montoliu: la historia de un amor que no fue.

Antonio Gamero recuerda: “el público (del Whisky & Jazz) se dividía en tres bloques: los americanos, los fascistas de la OAS y nosotros… Ava (Gardner) venía adosada a los americanos de la base”.

Ava intentó tirarse a Tete en diversas ocasiones, solo que el pianista no quiso saber del tema. “Era un coñazo, la señora”, comentó en cierta ocasión a un allegado cuyo nombre no revelaré, salvo tortura. Con ello, Montoliu ingresaba en el exclusivo club de quienes, pudiendo, no tuvieron sexo con la leona indomable, el Fary, y pocos más.

María Asquerino recuerda: “Ava se enamoró locamente de Tete. Un amor platónico, porque Tete no era precisamente un hombre guapo, pero tenía que sacársela de encima. ‘Por favor, Ava, déjame en paz, que tengo que tocar el piano’”.

Teddy Villalba (productor) recuerda: “Ava se enamoraba del arte. Daba igual que fueran guapos o feos. No le daba ninguna importancia a la belleza”.

A falta de una burguesía con posibles, en Madrid teníamos una bohemia de parásitos, vividores y señoritos de tres al cuarto, quienes vivían del cuento y quienes vivían de aquellos; el artisteo (toreros, folclóricas, etc.) y la intelectualidad; los marqueses de Leguineche, o de donde fuera, y las pilinguis, también llamadas lumis… Era aquella una bohemia cosmopolita y cateta, casposa y marginal.

De las hazañas protagonizadas por Ava Gardner en suelo ibérico queda el libro que escribió Marcos Ordoñez y un botecito de cristal conteniendo los orines de la tal después de una velada particularmente agitada durante la cual la susodicha, encaramada a una mesa, decidió obsequiar a los presentes con una versión escatológica de “Cantando bajo la lluvia” (dorada, en este caso). Un asistente a la misma y notable aficionado al jazz barcelonés tuvo a bien recoger parte del vertido en un tarro que, desde entonces, reposa en un altar situado en el living room de su domicilio junto al tendón incorrupto de Johan Cruyff. A uno le cuenta estas cosas el propietario de la reliquia en noche de farra y de alegría y no le cabe más remedio que creerle a pies juntillas. Que como trola, no me lo negará el lector, es insuperable.

Pilar en el parque

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Historia de un amor por Tete Montoliu y Pilar Morales
Era de mañana, cuando vi a Pilar Morales paseando por el parque. Ver a la “ex” de Montoliu yendo a lo suyo, puede que sacando de paseo al caniche, difícilmente podría ser considerado una gran noticia, ni entonces, ni ahora. Pilar, me dijeron, hacía todos los días el mismo recorrido. Sin embargo, para uno, señorito de provincias en visita a la Ciudad Condal, atisbar fuese desde la distancia a la tal constituía un acontecimiento de primer orden, como abrir una rendija por la que acceder al mundo privado del artista, con el añadido de que, entonces, pocos sabían de la existencia de la ex cantora fuera del círculo familiar y los coleccionistas de discos. Yo tenía aquel extended play, Tete Montoliu y su conjunto tropical. Cantantes: Pilar Morales y Jorge Candela, cinco duros en el Rastro. Claro que el tipo que me lo vendió no sabía quién era Pilar Morales (ni Tete Montoliu, sospecho).

“Esa es Pilar Morales”, me dijo quien fuera que me acompañaba en aquel momento. Una sombra lejana y obscura cargando un caniche. Eso fue todo. Puede haberme acercado a saludarla, sin embargo, decidí seguir mi camino.

José, el del Nobel

Alguien me regaló un ejemplar del Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. No me gustó.

Al tiempo fui adonde Tete y, quien sabe si inspirado por la lectura, se me ocurrió preguntarle acerca de su experiencia tocando junto a Rahsaan Roland Kirk. “Dos ciegos juntos nunca se dan bien”, fue su respuesta ingeniosísima. Se rió, a su estilo leve y sutil; me reí, a mi estilo algo más estridente; rió la, entonces, señora de Montoliu, y rió el perro de aguas que la acompañaba. Reímos todos. Sabido es que nadie cuenta más chistes sobre ciegos que otro ciego. Pude comprobarlo a lo largo del curso sobre jazz que dicté en la sede madrileña de la ONCE: el mejor y más desconcertante auditorio que nunca he tenido.

El último día se me ocurrió someter a mis alumnos a un test a ciegas, valga la redundancia. Se trataba de averiguar cual de los intérpretes era ciego en una selección de 6 pianistas, empezando por Earl Hines y hasta Don Pullen. Y allí, que se me vino el bueno de Paco asegurando con firmeza su can Brioso, o Rocinante, o Rumboso, algo así.

  • “El número 3”, me dijo sin el menor titubeo.
  • “¿Por qué estás tan seguro?”, le pregunté.
  • “Porque parece que tiene prisa por llegar a alguna parte, y los ciegos siempre tenemos prisa”, fue su respuesta.

El pianista era Tete Montoliu.

Eric o Erik

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Portada de Roland Kirk Quartet with Tete Montoliu: Copenhagen Concert
En el cine existía la “doble versión”, para el mercado nacional, más recatada, y para la exportación, a ubre descubierta. Del mismo modo, existía un Tete para el consumo interno, y otro para la exportación, al que no teníamos acceso.

El primer trío doméstico, para cuando Tete jugaba en casa, lo conformaron el baterista alemán Peer Wyboris y el contrabajista suizo Eric (“Erik”, en el libro de Pere). Y ello fue así hasta que, principiando los ochenta +-, Eric, o “Erik”, tomó las de Villadiego para no volver, sino de visita. Su lugar lo ocupó el argentino, de Cañada Rosquín, provincia de Santa Fe, Horacio Fumero.

A Horacio le conocíamos de cuando no era “Fumero”, sino “Isoca” (Horacio Isoca) y tocaba el charango acompañando a Gato Barbieri (Madrid, Teatro Monumental). Pasar de Gato Barbieri a Tete Montoliu no está al alcance de cualquiera. Horacio tuvo que someterse a una terapia de aversión asistida de la que salió convertido en alguien capaz de resistir las embestidas del insobornable pianista. Y así siguió hasta el fallecimiento del susodicho, en 1997.

Fuera de eso, Tete tuvo algunos tríos por lo que sentía predilección. Uno en concreto, el que integraron el contrabajista John Heard, prototipo de instrumentista robusto y swingeante, y el etéreo y swingeante Al “Tootie” Heath, a la batería. Tete tocó y grabó con algunos de los mejores músicos del mundo. Y con algunos de los peores, sin que se le cayeran los anillos por ello. A veces las cosas no daban cierto, o no del todo – sus tríos con Richard Davis y Elvin Jones, y Ron Carter y Art Blakey -, pero eso carecía de importancia frente al valor que el pianista daba a la experiencia por sí misma: “tocar con los mejores te hace ver tus propios errores”. Su capacidad para vislumbrar al artista de marca mayor donde la mayoría veía, apenas, al neófito imberbe, le llevó hasta Javier Colina, hoy toda una referencia en el contrabajo, y al también contrabajista Niels-Henning Ørsted Pedersen, NHOP para los amigos. “No se lo digas a Oscar (Peterson)”, le confesaba NHOP a su compatriota Ebbe Traberg en un aparte, durante la grabación de un Jazz entre amigos, “pero me lo paso mucho mejor tocando con Tete que con él”.

El tipo de confidencias que un danés solo hace a otro danés.

Tete Monte-Liu

El mayor coleccionista de objetos relacionados con Tete está en Almería. Y el más despiadado contador de anécdotas sobre el pianista, en Amsterdam. Comparado con ellos, uno no pasa de ser un modesto seguidor del pianista, con una particularidad: la mayoría de los restos arqueológicos relacionados con el pianista que he ido reuniendo a lo largo de los años, han acabado Dios sabe dónde, entre las inevitables/inacabables mudanzas, los so-called “amigos” reclamando el derecho de propiedad sobre lo prestado, las catástrofes naturales y la capacidad que tiene uno para extraviar ese documento insustituible que hace un instante tenía en su mano. Dejo fuera las grabaciones de conciertos que uno hacía en su casete monofónico Philips con una calidad de sonido próxima a la de los cilindros de Edison, que hoy reposan en los anaqueles del Instituto Valenciano de la Música/Institut Valencià de la Música, a la espera de su catalogación, venga Jorge García y ponga manos a la obra.

Entre las pérdidas irreparables, se cuenta la carpeta marca “Papier” conteniendo una cuidada selección de referencias al pianista extraídas de la prensa española en las que aparece con el nombre de “Tete Montolín”, “Tete Montolix”, “Teté Montoliu”, “Pepe Montoliu”, y mi favorito: “Tete Monte-Liu”.

Otrosí, el menú con la firma y la rúbrica de Joan Manuel Serrat y Tete Montoliu, que sustraje con riesgo de mi propia vida durante una visita al restaurante Casa Batiste, “tradición y buen hacer”, en Santa Pola, provincia de Alicante (y ya se sabe que no hay mejor guía gastronómica que el músico de jazz o el camionero, ríanse ustedes de la Michelin).

Y qué decir de la entrevista “a calzón quitado” a Tete publicada en una de aquellas revistillas de información general que tanto proliferaban y hoy nadie recuerda. Por un lado, la imagen de Tete Montoliu con cara de pasmo. Por el otro, el titular: “Tete Montoliu afirma que nunca haría el amor en público”. Y en esa onda. Yo, claro, le pregunté a Tete sobre el asunto: “ese tipo era un majara”, me contestó, “y a un loco no se le puede llevar la contraria”.

De Tony el Gitano a Emilio el Moro.

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Fotografía de Sambas y Boleros Inolvidables de Tete Montoliu. Fotografía tomada de TodoColección. https://en.todocoleccion.net/old-cassettes/tete-montoliu-sambas-boleros-inolvidables-belter-bhc-137-1977-portada-erotica~x44825932
“El cinema nunca fue al jazz mientras que todo el jazz ya fue al cinema. Hasta Tete Montoliu, pianista ciego, fue a ver “Emmanuelle”.
(José Duarte, “Jazzé e outras músicas”)

Tete tenía dos pasiones: los boleros y las casetes porno. En 1973 y 1977 grabó 2 discos interpretando boleros que, vamos a decirlo, no se encuentran entre lo mejor de la producción montoliuana. Casetes porno, que se sepa, no grabó.

Sus discos de boleros viajaron por todo el país en versión casete de gasolinera, a 20 duros el ejemplar, el nombre de nuestro jazzista más universal compartiendo expositor con los titanes del segmento: Hermanos Reyes, Camela, Los Chorbos, Tony el Gitano, Luis Lucena, Emilio El Moro, Fernando Esteso, Eugenio, Los Amaya, Junco, María Jesús y su acordeón…

A Tete también le gustaba el flamenco, y mucho. Tanto, que nunca lo interpretó. En su lugar puso a una flamenca – Mayte Martín – a cantar boleros mientras él iba a lo suyo.

Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu (A propósito de ´¨Round about Tete – Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu”) Por Chema García Martínez [Artículo de jazz] - Tomajazz 9.0 - Dos o tres cosas que sé sobre Tete Montoliu, a propósito de ´Round about Tete, por Chema García Martínez.

Por el título – Free boleros – se entiende que la idea era liberar el género de alguna cosa, lo que fuese. A la crítica, el disco le gustó, salvo a algunos, servidor entre ellos. Que no es que no me gustara exactamente, sino que no le encontraba el chiste y hoy, veintiypico años después, sigo sin encontrárselo. Me lo restregaron por donde pudieron, que si no sé nada de flamenco (cierto), que si odio el bolero (como que no), que si soy un carcamal indigno de vivir en el mismo planeta que Olga Guillot…

Sucede, así lo veo yo, que ni Mayte Martín es Olga Guillot, ni Tete Montoliu era Bebo Valdés, por mucho que le pirrara el asunto. Con ello, que el disco es más boleros que free, con muy poco de boleros y menos aún de free. Su mayor virtud es la de dejar igualmente insatisfecho al aficionado al bolero, y al jazzista. O sea. Y es este Tete alternativo, del que vengo hablando, que le llevó a los brazos de Joan Manuel Serrat (a destacar la única aparición cinematográfica conjunta de ambos interpretando “Tu nombre me sabe a hierba”, en https://www.youtube.com/watch?v=TLpHphuAhMg ) y a los de Maria del Mar Bonet, entre otros. Algunos duetos altamente improbables dieron en la diana – con Benny Carter, en Palma de Mallorca, y Pepper Adams, en Barcelona – otros no tanto, los casos de Anthony Braxton y Perry Robinson, por más que tanto el uno como el otro recuerden la experiencia con indisimulado agrado y satisfacción. Otra cosa es lo que opinaba Tete al respecto, pero ya se sabe que el pianista nunca tuvo pelos en la lengua.

Con el saxofonista Buddy Tate grabó Tate a Tete at La Fontaine, y con el pianista Jordi Sabatés, el chispeante Vampyria, señalado como el  mejor disco de jazz catalán de la historia por la revista Jaç. En él, Tete toca por primera y única vez en su vida, un piano eléctrico: “es como un juguete, y como tal resulta muy divertido, pero yo no puedo tocarlo seriamente”.

Rosalía (a modo de epílogo)

Yo, lo confieso, soy fan de Rosalía. No que sea capaz de escuchar un disco suyo, pero eso no quiere decir nada.

Entonces que uno, en su condición de fan de la cantora, estaba asistiendo a la gala de los Grammy y, a la que me desperté, ahí estaba la sancugatense vestida de Schiaparelli junto a un coro de arcángeles guitarristas cuando, de entre las bambalinas, emergió Montoliu de blanco Clayderman sentado al piano, tocando a Manuel Alejandro en versión free. Y así, hasta que me desperté después de haberme despertado, y resultó que el dinosaurio no solo no estaba ahí sino que había escapado con la cantora y, juntos, vivían en una isla paradisíaca sobreviviendo a base de daiquiris y sandwiches de butifarra.

Tomajazz: © Chema García Martínez, 2024

Pere Pons: ´Round about Tete – Una mirada coral a la vida y obra de Tete Montoliu. Editado por Libros del Kultrum

Más información sobre Tete Montoliu

http://www.jazzdiscography.com/Artists/Montoliu/

https://tomajazz.com/web/?s=tete+montoliu&submit=Search

Miquel Jurado: Tete, casi Autobiografía (Homenaje a Tete Montoliu) Por Sebastián Íñigo [Entrevista de jazz]

Tete Montoliu y Pedro Iturralde: Una pregunta sin respuesta. [Artículo de jazz] Por Enrique Farelo y Kuto

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