Dick Angstadt, un hombre a contracorriente que sabe más por viejo que por sabio. Un luchador impenitente enfrentado a largo de su dilatada vida a gigantes de carne y hueso a los cuales ha vencido con tesón y entusiasmo. Un hombre en definitiva libre que hace y deja hacer. Un «loco» romántico sin desaliento en clave de rojo y blanco defensor de la Música a capa y espada. ¡Y que viva el Jazz!
Sergio Cabanillas: ¿En qué momento y por qué decidiste convertir un bar de música negra, el Kingston, en un club de jazz?
Dick Angstadt: Fue a principios de 2004. Tenía que insonorizar el local para cumplir con la normativa, así que me planteé hacer algo más: música en directo. Confieso que cuando entraron a limpiar los escombros y vaciar el local, pasé una noche en blanco entre dos sonidos que me llegaban: uno era el jazz, y el otro el flamenco. Cuando salió el sol, opté por el jazz. Viajé a Barcelona para conocer la situación de clubes como Jamboree, Terrassa, y algunos locales más underground, el piso de algún músico… cosas así. De allí fui a Valladolid, acompañado de mi mujer Nobuko y de Cifu e Isa, su mujer, a ver a Scott Hamilton en el Café España, que en aquel momento lo llevaba Mario Benso. Después de eso, terminamos la obra y el 1 de Julio nos pusimos en marcha… hasta hoy.
Enrique Farelo: A finales del año 2008, el cierre del Bogui ejecutado por el ayuntamiento por problemas de insonorización parecía que sería un golpe mortal para este tipo de clubs, sin embargo, y tras 27 meses de insistir con los trámites burocráticos y acometer todas las obras legales y gracias a tu tenacidad volvisteis a renacer con más fuerza si cabe. ¿Pensaste en algún momento tirarlo todo por la borda y abandonar definitivamente?
Dick: Sí. No en algún momento, sino en muchos momentos. El cierre se produjo el 21 de Octubre de 2008, y no fue por ruidos, sino por haber realizado dos “alteraciones” que no estaban contempladas en la licencia de obras. Había una escalera que no cumplía la normativa y la modificamos para adecuarla, y un altillo que existía, al bajar los techos y elevar los suelos, ya no tenía los 2’50 metros obligatorios, de modo que lo quitamos. Se nos denunció –de una manera dirigida-, por esas dos infracciones. Fue un precinto, a mi modo de ver, surrealista, porque nos estábamos adelantando a cumplir con la normativa sin que se nos hubiese exigido. Pensé muchas veces abandonar, porque supuse que el cierre duraría uno o dos meses como mucho, pero se fue prolongando poco a poco, lo que supuso un endeudamiento económico importante: seguimos pagando el alquiler, se acometieron obras –muchas de ellas innecesarias-, y eso poco a poco te iba quitando gas. En mi pensamiento, era una lucha que obedecía a unos motivos que no tenían nada que ver con las normas, y que no llegaría a la orilla… lo que ocurrió 30 meses después. Volvimos a abrir el 23-F, dimos “el golpe” musical del 2011…
Sergio Cabanillas: …con Marta Sánchez…
Dick: Sí, en cuarteto, y abarrotado. Fue una noche memorable.
Enrique: Esa capacidad de resistencia ¿se debe a una personalidad intrínsecamente optimista y tenaz?
Dick: …Y joven. Porque esto me pilla de mayor y… (Risas). Voy a cumplir 78 ahora en Diciembre, así que en 2008, cuando ocurrió el cierre… vaya, todavía era un chaval, un proyecto de hombre.
Carlos Lara: ¿Cuáles son las claves de la supervivencia del Bogui?
Dick: Recuerdo una conversación que tuve con George Garzone en Terrassa, cuando le conté una anécdota de Montse, la viuda de Tete, que solía decir de vez en cuando “Tete, ¿cuántos clubes hemos cerrado últimamente?”, porque ya estaban desapareciendo. George me dijo: “Cada dueño de club, en cualquier lugar, tiene que buscar una fórmula para cuadrar las cuentas y continuar, si es eso lo que desea hacer”. Tiene que haber algo más allá del trinomio riesgo-esfuerzo-beneficio. De esta forma no cuadra. Yo considero que hay un cuarto elemento, que es intangible, y es la satisfacción compartida por los músicos, el público alrededor, y los que estamos detrás empujando. En el caso concreto del Bogui, nosotros tenemos que auto-subvencionarnos con la actividad de discoteca, que produce unos ingresos con unos costes inferiores a los de la música en directo. También sospecho que podría ser viable solamente con música en directo, pero entonces tendríamos que maltratar a los músicos, y ellos tienen facturas, hijos que van al colegio, y pagan el alquiler. Si quieres mantener un nivel, tienes que pagar a los músicos lo mejor que puedas, y eso te produce un déficit, porque no generas suficientes ingresos por venta de entradas y de bebidas para cubrir todos los gastos que hay. Los gastos directos quizás, pero luego están el alquiler, la luz, pólizas de seguro, SGAE, IVA… fíjate que he estado a punto de hacer porno-jazz, porque la pornografía cotiza al 4% y yo estoy haciéndolo al 20% por hacer esa música rara que se llama jazz.
Carlos: En Madrid hay muy pocas salas que programen jazz, a diferencia de otras capitales europeas. Conocemos salas de Paris, Berlín, Londres, Copenhague o Roma. ¿Los propietarios de las mismas soléis hacer la guerra por vuestra cuenta o hay alguna colaboración para no pisaros los grupos o daros a conocer a nivel nacional e internacional?
Dick: Hay un cierto entendimiento entre algunos colegas. Si, por ejemplo, alguien va a tocar una semana completa en el Café Central, yo no voy a contratar a los pocos días aquí, los músicos lo saben y hablamos de ello. En mi caso, tengo una comunicación fluida con el Jimmy Glass de Valencia, con Pere Pons en Jamboree o con Gorka de Bilbaína Jazz Club, para poder aprovechar distintas bandas que vienen de gira. Aquí intentamos cuidar eso, pero a veces no te enteras, y hay bandas a las que les das una fecha y después te enteras de que tocan dos días antes a la vuelta de la esquina, y Madrid tiene un público limitado para el jazz.
Sergio: También tiene que ver en eso la ética de los managers, ¿no?
Dick: Exacto. Yo creo que el músico debe tocar todo lo que pueda y donde sea: tocar, tocar, tocar. Pero debería guardar un cierto criterio si quiere seguir trabajando, no tocar todas las semanas en sitios que compartimos un mercado parecido. También hay público que quiere ir a un local determinado a escuchar un concierto, y el mismo grupo en otro local no quiere escucharlo: cuestión de preferencias y yo lo entiendo. Todas las alternativas son válidas.
Sergio: Respecto a eso, Bogui siempre ha tenido una “marca de la casa”, que puede estar entre las claves de su supervivencia: el trato familiar y agradable, hacer sentirse como en casa tanto al público como a los músicos.
Dick: Para mí empieza con el músico, cómo tratas al músico. Si el músico cuando llega aquí siente un respeto hacia lo que él va a proponer, y le das todo lo que necesita, si se siente escoltado, arropado, respetado y atendido, eso lo va a transmitir, y el público lo capta.
Enrique: ¿Merece realmente la pena acometer este tipo de empresas conociendo el nivel comercial que rodea al jazz en Madrid en la actualidad?
Dick: Desde el punto de vista puramente empresarial no merece la pena. Es ese cuarto elemento, ese intangible, lo que hace que merezca la pena, porque me gusta. Yo hago un esfuerzo importante: tengo una vida laboral diurna y otra nocturna, así que vivo en un jet lag continuo, pero recibo mucho más de lo que aporto en torno a la música. Esos momentos en los que ocurre algo, en los que hay magia… recuerdo al Cifu, el 12 de Febrero, que fue el último concierto que vio en vida en el Bogui…
Sergio: …Zhenya Strigalev…
Dick: Exacto. Empezaron a tocar, y yo me senté en un banquito junto al escenario. Él vino y se sentó justo detrás de mí. Estaban Matt Penman, Eric Harland y Linley Marthe, entre otros. Cifu no paraba de hacer un gesto, como diciendo… “demonios, hay fuego ahí arriba”. “¿Pero no eres un talibán fundamentalista del swing?”, le dije, y él contestó: “A mí lo único que me interesa es que pasen cosas, y aquí está pasando de todo”. Eso es lo que tiene que ocurrir, porque desde el punto de vista de los negocios, hay actividades que tienen menos riesgo, requieren menos esfuerzo, y no te mueves en un campo de minas. Yo no quiero nada de la administración, pero que no me pongan obstáculos, que me dejen trabajar, que pueda abrir este espacio a los creadores para disfrutar con esto.
Enrique: ¿Cómo es el aficionado madrileño al jazz?
Dick: Te confieso que no sé cuál es el perfil. Hace más de diez años, me encontraba con alguien y le decía que iba a tener jazz en directo me decía “¡A mí me encanta el jazz! ¿A quién tienes el sábado por la noche?”, y yo contestaba “A ti no te gusta el jazz, te gusta irte de juerga el sábado, ¿por qué no me preguntas a quién tengo el martes?”. Hay mucha gente que dice que le gusta el jazz y ha estado en Vitoria o en Donosti, pero no han ido nunca a un club, y menos en Madrid, porque opinan que no viene gente interesante aquí. Y es que hay gente “de aquí” haciendo cosas interesantes. Jorge Pardo me cuenta que la mayor parte de sus ingresos vienen de tocar fuera, y que la gente no está acostumbrada a pagar una entrada por escuchar música en directo, y yo le digo “Jorge, paciencia, que esto está cambiando”. También hay músicos que se sorprenden cuando les compro los discos, y yo les digo “la música no cae del cielo”.
Enrique: Décadas atrás, había una avidez por la música que hoy no veo, con muchos aficionados y menos músicos. Hoy la situación parece haberse invertido, con montones de músicos excelentes y muy pocos aficionados.
Dick: Chema García preguntó en una entrevista a Roy Haynes sobre los músicos jóvenes, y él le contestó que tenían un problema que ellos no habían vivido: la escasez de sitios donde tocar, pese a estar mejor preparados. Precisamente Luis Verde me decía que muchos colegas iban a marcharse o a dejar la música. Buscábamos cómo ayudar a jóvenes músicos con propuestas actuales, como el trío Monodrama, con algunas ayudas o subvenciones. Yo he propuesto a la SGAE organizar un ciclo en varios espacios para que estos músicos no tengan que pensar en marcharse. El asunto de los aficionados también está relacionado con esto: no hay tantos sitios donde escuchar un buen concierto.
Enrique: Eso seguro, pero… ¿dónde están los aficionados?
Dick: Es cierto, y yo lo he sufrido en multitud de ocasiones, y a veces piensas… ¿vale la pena el esfuerzo? Yo creo que sí.
Sergio: Ya que le hemos nombrado ya varias veces, ¿qué ha supuesto para Bogui la figura de Cifu?
Dick: Mucho. No sé cuántos conciertos habrá visto aquí desde que arrancamos… puede que un 10%. Era muy raro el mes que no viniera tres o cuatro veces. Cuando alguien con su bagaje aprecia lo que está escuchando aquí, eso anima mucho. Además de contar con su opinión sobre propuestas puntuales. Cifu ha sido un valedor y una fuente de sabiduría, pero con criterio y con rigor, no solamente con el entusiasmo de un fan. Y un amigo.
Carlos: Muchos grupos han pasado y pasan por el Bogui ¿Eres muy exigente a la hora de programar?
Dick: Tengo que encontrar un equilibrio entre lo que a mí me puede gustar y entender que me debo a un público muy amplio, por eso a veces busco bandas más abiertas para que las disfrute una audiencia mayor. Hay que buscar ese equilibrio, y yo intento ser respetuoso con un gusto lo más amplio posible. Si programo sólo lo que me puede gustar, me perderé muchas cosas que luego te sorprenden. Decía antes sobre los locales: todas las alternativas son válidas. Creo que en la música también. Cada noche que pasa, más pienso que el jazz tiene más que ver con la vida que con la música.
Pachi Tapiz: ¿Algún músico que te gustaría tener en vuestro escenario y que todavía no hayas podido tener en Bogui?
Dick: Esa es una buena pregunta… paso palabra (risas). Si es por nombres, Chick Corea, Rubalcaba, Marsalis… pero mira, me hubiese gustado Phil Woods, por ser quién era y el legado que ha dejado. Un músico vivo… me gustaría Robert Glasper, pero el de hace 10 años. Puede que en Mayo venga Kikoski, que no ha tocado aquí nunca, y me parece un pianista tan distinto y con tanto carisma que me gustaría contar con él. Danilo Pérez, como soy mitad panameño, me encantaría tenerlo aquí. Y, claro, Wayne Shorter… (Risas).
Enrique: Desde otro punto de vista: ¿Has tenido que rechazar propuestas por no ser viables comercialmente, o sugerir a determinados músicos que modificaran su repertorio para incluir standards?
Dick: He tenido que rechazar ofertas, pensando sobre todo en músicos de fuera, pero más por razones económicas que por criterios musicales. A veces los músicos me preguntan sobre qué quiero que toquen, y yo respondo muy a menudo: “lo que a ti te haga feliz”. Cuando suben al escenario, el club es suyo, ellos llevan el timón y tienen que estar a gusto. En ese aspecto, al músico hay que dejarle hacer, no puedes encorsetar al artista.
Pachi: ¿Nos puedes contar alguna anécdota con algún músico de las que escribirías en tu libro de memorias?
Dick: Voy a contestar de otra manera. Hay músicos con quienes hay una comunicación muy especial y muy profunda. Es el caso de George Garzone, que es una persona que me ha impactado mucho, por su música y su forma de ver la vida. Con Jorge Pardo tengo un feeling importante, como Colina o Ariel Bringuez. Vicente Borland dijo una vez que los músicos estaban locos, pero que yo lo estaba aún más por escucharlos cuando me plantean una idea. Muchos proyectos han nacido aquí, como “Kool & Cole” de Vicente, Nat King Cole a base de piano y voz. “De la Contradanza Al Danzón”, de Pepe Rivero con Colina y El Negrón, también. “Nostalgia Cubana” de Ariel Brínguez, surgió de una conversación en la que Ariel me contaba que cuando llegaba el otoño, el cubano se siente nostálgico y añora su tierra. Yo le dije que escuchara a Olga Guillot y otras voces cubanas y lo llevara a lo instrumental, que es su terreno, y él lo hizo, y el resultado es precioso. No son anécdotas, pero son proyectos que han nacido de conversaciones con músicos. También al revés, partiendo de la idea de una clienta, he propuesto a varios músicos y una cantante hacer algo en torno a Billie Holiday el próximo 20 de Noviembre de 2015, con motivo del centenario de su nacimiento. Estuve dándole vueltas varios días y hablando con varios músicos, entre ellos Marcelo Peralta y David Herrington, pensando en hacer algo instrumental, porque no se me ocurría ninguna cantante con ese timbre de voz que pudiera hacer justicia a Billie Holiday, hasta que una noche, a las 4 de la mañana me desperté y se me ocurrió: T.J. Jazz, la cantante de Boston, Massachusetts. Estarán acompañándola Marcelo Peralta en el saxo, Jimmy Castro a la batería y Diego Ebbeler al piano (ndr – Yerik Núñez, violín; Gerardo Ramos, contrabajo).
Pachi: ¿Cuál ha sido el momento más satisfactorio en todos estos años? ¿Y el más amargo?
Dick: ¿El mejor momento? Me es imposible pensar en un solo momento de especial alegría… ¡Son tantos! Me considero muy afortunado de poder cerrar los ojos y decir: Barry Harris, Nicole Henry, George Garzone… si sigo salen cien nombres. Ver a la gente venirse arriba siempre produce felicidad.
Carlos: Me imagino que el más amargo fue el cierre, ¿no?
Dick: Voy a decir algo que puede sonar paradójico o extraño. El 23-F del 2011 fue una noche de sentimientos encontrados. Pensaba: “¿Qué demonios estoy celebrando, si me han tenido tirado en la cuneta?”. Sí, esa noche nos poníamos en marcha otra vez, pero yo sentía más rencor que otra cosa, lo confieso, por el cierre, tan surrealista como interesado.
Enrique: ¿A qué te hubieras dedicado de no ser el dueño de un club de música?
Dick: La verdad es que me he dedicado a muchas cosas. Cuando me fui de Panamá con 19 años, había obtenido una especie de pre-beca para entrar en West Point. Me gradué en el ’61, hice una carrera breve de militar como teniente en el ejército americano, haciendo cosas como saltar en paracaídas de aviones que tenían toda la capacidad de aterrizar. Estuve en Hawaii al frente de un pelotón de la división 25 de infantería. Hice de “matón” porque me habían entrenado para matar, algo que sigo haciendo con esta música rara y con bebidas alcohólicas. Entre medias estuve en el mundo de los supermercados en Panamá, viajando desde el ‘67 al ‘71 entre Detroit, Madrid y Milán. En el ’71 me vine a vivir aquí, y estuve trabajando en un proyecto para la defensa aérea española con un grupo de 3 empresas americanas y una española, y finalmente ganamos el contrato para el centro de operaciones, que está en Torrejón. Luego me contrató un cazatalentos de Suiza y me fui a Pamplona tres años como consejero delegado de unas empresas del metal. Finalmente decidí que quería que mi familia creciera aquí, y cogí el Bogui Restaurante en traspaso. Eso fue el 1 de Diciembre del ’78. Estuve 15 años con toda clase de jornadas gastronómicas con chefs cuando nadie hacía esas cosas. El tema evolucionó hacia una discoteca que se llamó Kingston, con música negra de los ’80 y los ’90. Fueron 10 años espectaculares. La “negritud” éramos nosotros y el Suristán, y compartíamos clientela. De 1 a 3, la gente del Kingston “emigraba” hacia el Suristán y se cruzaban en la Gran Vía con los que venían de allá hacia aquí. ¿A qué me hubiera dedicado? Pues la verdad es que no lo sé, pero algo habría hecho (risas).
Sergio: La pregunta es, en realidad ¿A qué no te has dedicado?
Dick: A veces me preguntan por el jazz. Apareció. Sencillamente apareció. Aunque ahora hago memoria y sé que en aquellas noches frías en West Point, estudiando con un edredón, Ellington, Coltrane… ésas cosas te llegaban porque estaban en la radio, en el entorno, y aunque a mí me tiraba más la música bailable, porque era como podías intentar ligar, el jazz estaba ahí, de fondo… siempre.
Texto y fotografías © Sergio Cabanillas, 2015.
Texto de introducción © Enrique Farelo, 2015.
Agradecimientos: Enrique Farelo, Carlos Lara, Pachi Tapiz, Dick Angstadt y Bogui.
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