El Festival de Jazz de Sigüenza acaba de cumplir su primer lustro de vida, un tiempo de firme y orgulloso compromiso con la cultura de la vanguardia. A pesar de su corta y solitaria edad, de la apuesta casi en exclusiva por las músicas libres y creativas, la ciudad monumental se ha reafirmado en lo que un día quiso ser: fortaleza y morada de aquellas mentes privilegiadas del jazz que una vez al año nos cuentan las músicas y lenguajes que nos habrán de visitar mañana. Buena nota debieran tomar otras citas capitalinas, Madrid y Barcelona, principalmente.
En su quinta y recién concluida edición, el Jazz Sigüenza estuvo acotado entre dos propuestas dispares que tenían un mismo pulmón: la reelaboración de la música negra avanzada. El trío Digital Primitives, liderado por el pianista y multiinstrumentista Cooper-Moore, y el quinteto Sax & Drumming Core, del saxofonista Larry Ochs, muestran un blues deconstruido y de muy difícil diagnóstico, ya que la mayoría de sus formulaciones llegan al oído como si fueran nuevas. En el caso de Cooper-Moore, además, su respiración se produce a través de extraños instrumentos, que van desde el diddley-bo al mouth bow y el hoe-handle harp (incluso al final, a pie de escenario, montó un pequeño museo con todas sus piezas raras).
Sin embargo, la jornada de mayor gloria tuvo lugar en la noche del sábado, con sendas propuestas de duetos. En primer lugar salieron a escena los dos integrantes de la Brigada Bravo & Díaz, la formada por el guitarrista Antonio Bravo y el zanfonista Germán Díaz, al que ya debiera quitársele el latiguillo de «sobrino de Joaquín Díaz». Lo de este chico es talento en estado puro y por pulir. La pareja colocó sobre la tarima de la ermita seguntina de San Roque un inventario jazzístico y audaz de canciones populares de la Guerra Civil, y resultó gracioso escuchar «La Internacional» encima del altar de aquel templo sagrado.
De otro mundo fueron las improvisaciones a dos manos que nos regalaron, en segundo lugar, los bateristas Daniel Humair y Ramón López. Durante poco más de una hora, la audiencia quedó fascinada ante el diálogo desnudo de dos baterías con mucha música, porque lo suyo va más allá del ritmo y el virtuosismo. Lo de esta pareja es la explotación sin límites de todas las sonoridades que habitan en sus instrumentos, tocando los parches con los platillos y los platillos con las manos. Se insiste: no hay virtuosismo en su exposición, sino una capacidad expresiva que no conoce ningún margen.
Mientras Humair improvisa, López le pone notas a pie de página, hasta que los papeles se invierten y es aquel el encargado de traducirnos los sueños rítmicos del otro. Ambos son dos leyendas de las baquetas y en su visita al Jazz Sigüenza todos se convencían y no dejaban de preguntarse: ¿cómo es posible hacer tanta música con dos palos y dos tambores? La verdad, al contrario de lo que se piensa, está mucho más cerca. Sólo hay que tener buena disposición para escucharla, porque, a partir de ahí, la felicidad llega por sí sola.
© Pablo Sanz, 2009
Versión ampliada de lo publicado el pasado viernes 11 de diciembre en la edición impresa del diario El Mundo. Reproducido con permiso de su autor.
Fotografía: Germán Díaz © Sera Martín, 2009
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Fotografía: Germán Díaz © Sera Martín, 2009
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