El Invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina. Ediciones Seix - Barral. 3

El Invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina. Ediciones Seix – Barral.

El Invierno en Lisboa. Antonio Muñoz Molina. Ediciones Seix - Barral. 4EL INVIERNO EN LISBOA
Autor: Antonio Muñoz Molina
Seix –Barral Col. Biblioteca Breve. Varias ediciones.
Idioma: español

No es una novela reciente pero se ha reeditado varias veces (la última que conozca hace cuatro años), por lo que no resulta difícil encontrarla. Ha sido incluso lectura recomendada en planes de estudio, triste prueba de que está ya colocada en puestos elevados del siempre extravagante canon actual. Merece un comentario porque “parece” una novela de jazz, si se permite el calificativo. Lo parece porque el jazz domina los ambientes, el curso y el discurso de sus protagonistas: el pianista europeo preso de nomadismo, el viejo trompetista estadounidense varias veces dado por muerto y que está ya en la senda de los elefantes de Europa, la misma que tomaron los Webster, los Clarke, los Powell y tantos otros. Están los clubes: uno en Madrid perfectamente reconocible, otro en San Sebastián que no lo es tanto. Resuenan unos pocos standars: “All The Things You Are”, “Stormy Weather”, “Fly Me To The Moon”… También nos toparemos con la belle dame como perdición de héroe, con el empresario dudoso y un poco gángster, con buenas dosis de alcoholes varios (excepto para algún batería purista que sólo toma heroína), con la búsqueda, con las persecuciones y -de forma exclusiva- con el acotado espacio de tiempo que media desde la puesta a la salida del sol.

Cualquiera medianamente familiarizado con los rudimentos de la estética del jazz y de sus satélites artísticos, así como con los códigos de la serie negra, sabe que si los anteriores ingredientes no se mezclan con elegancia e inteligencia se puede caer fácilmente, si no se persigue la parodia, en el peor de los pastiches. Eso es lo que ocurre de forma abusiva en esta novela que ganó en su día el premio de la crítica y el premio nacional de narrativa. Mirada con la suficiente distancia parece casi cómica en su ingenuidad:

“Yo debiera ser negro, tocar el piano como Thelonious Monk, haber nacido en Memphis, Tennesee, estar besando ahora mismo a Lucrecia, estar muerto.”

“- Tócala otra vez. Tócala otra vez para mí.

– Sam –dijo él calculando la sonrisa y la complicidad-. Samtiago Biralbo.”

El lector despistado puede encontrarse con este tipo de tropezones de ejercicio escolar y lanzar atléticamente su volumen lo más lejos posible. Pero le propongo otro tipo de ejercicio, si no tan vigoroso, sí más amable. Le propongo que intente dar un paso más allá en el esfuerzo del pacto de ficción para solazarse en el reconocimiento de los lugares e identificarse en lo que pueda con las cuitas de los personajes; que goce de la interior emulación sentimental del querer estar ahí, de que yo también quiero que me desempolven la pasión y sentirme absolutamente desgraciado en una habitación de hotel de París mientras me intoxico de humo y de palabras. No sé, mi propuesta es quizás que el lector regrese a sus 15 años, la edad que yo tenía cuando esta novela me fascinó y la edad con la que probablemente todos tendríamos que disfrazarnos para rescatar el disfrute ingenuo de la lectura.

No fui el único en caer en la red. Un ejemplo son estos versos de Javier Cánaves (Al fin has conseguido que odie el blues. Hiperión: 2003) que probablemente procedan de ese juego de identificación que antes recomendaba:

algunos libros que sabían a niebla

de un invierno en Lisboa, a desencuentro

y a esa rabia que luego conocí

sin llamarme Biralbo- ella tampoco

se llamaba Lucrecia -;

y, sobre todo – para qué negarlo – ,

mi predisposición a la melancolía, …

Al añorado Ebbe Traberg parece que también le gustó. Lo que sigue lo leemos en una crónica recogida en Episodios:

… están intentando traducir la estupenda novela de Antonio Muñoz Molina, El invierno en Lisboa, al cine, tarea harto difícil que invita a la preocupación.

Y tenía razón el maestro en preocuparse. La cinta pecó de todos los defectos de la novela pero multiplicados por la anchura y la altura de la pantalla grande. Pero sale Gillespie, y le oímos tocar junto a Danilo Pérez, George Mraz y Grady Tate. Y “Magic Summer” es uno de esos temas de tono épico que, pese a parecer hecho de retales, no te importa que te acompañe como fondo de tus desventuras, aunque reconozcas que tus andanzas vitales nunca estarán a la altura.

Concluyo y, en un alarde de disociación psíquica cercana a lo patológico, recomiendo con ahínco la lectura de El invierno en Lisboa. Como poco, lograremos que las lecturas que después vengan se realcen con el contraste.

© 2007 Pedro J. García

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