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El crítico, la crítica, la muerte, yo. Por Chema García [Escrito de jazz AKA El Rincón de Chema]

El Rincón de Chema: El crítico, la crítica, la muerte, yo.

“Ici-bas je suis insaisissable,
car j´habite aussi bien chez les morts
que chez ceux qui en sont pas encore nés”.

Paul Klee

Me dicen que tengo que ver El crítico (en HBO-Max). “Trata sobre ti”, me aseguran. “Pero si yo no tengo nada que ver con Boyero”, les respondo. “Eso es lo que tú te crees”.

Lo primero que vemos: Boyero dándose de alta en la recepción del Hotel de Londres (y de Inglaterra); Boyero acreditándose en el centro de prensa del festival; Boyero hojeando el tocho con la programación; Boyero asomado al balcón de su habitación en el Hotel de Londres (y de Inglaterra); Boyero paseando por la Concha; Boyero y Oti (Rodríguez Marchante) agarrados al besugo en un intento desesperado por resucitar otros besugos deglutidos en la compañía de quienes ya no están, y un horizonte de mesas languideciendo en la penumbra, y una botella de vino de marca dando sus últimas boqueadas: “this is the end, my only friend”.

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“Calidad es lo que me gusta a mí” (Carlos Boyero)

El crítico es un adiós a una era que se desvanece en el éter para no regresar; un lamento de sirena agonizante, un adiós con el corazón que con el alma no puedo. Es Boyero despidiéndose de la vida, el oficiante sin oficio arrojado al arroyo entre la indiferencia de los más. Es él y soy yo, y quienes se obstinan en construir una existencia sobre una ficción sin entender que son otros los tiempos. Lo explica Ben Sidran en su prólogo a mi libro, del que vengo hablando:

“No es la música de jazz per se lo que está en peligro; es la tradición que dio sentido a esa música – y las vidas de aquellos que vieron en ella un modo digno de pasar por este mundo – lo que está desapareciendo ante nuestros ojos, como los glaciares del ártico o las grandes criaturas de África”.

Carla Bley ya se olió la tostada: “el jazz no es la música adecuada para el presente”, escribió, para escándalo de algunos. Nunca se ha tocado más jazz, ni mejor, y nunca ha tenido el género menos relevancia (así como nunca se ha escrito tanto sobre jazz y nunca se ha leído menos lo que escriben quienes escriben sobre jazz). Llevado a términos de negocio, se constata que, donde antes había una industria/una ecología hay un sálvese quien pueda, un “quiero convertirme en músico de jazz, pero siento que sería un trabajo inseguro económicamente” (r/Jazz, en  Reddit.com), y la respuesta, inevitable: “siempre puedes enseñar a otras personas para que hagan lo mismo y sean tan pobres como tú” (BeepBeepWhistle idem)

El jazz del siglo XXI es un XXX inofensivo, un residuo, nada y menos, salvo para un 2.2 de la ciudadanía que acude regularmente a los recitales de “jazz/blues/soul” sobre el total de asistentes a los conciertos de música popular en nuestro país en 2004 (datos del Anuario SGAE). Habría que preguntarse qué parte del quesito le corresponde al jazz y cuales al blues y al soul, respectively. Se entiende que el jazz nunca ha sido trending topic, aunque hubo un tiempo en que pudo parecerlo, con Oscar Peterson y Miles Davis copando las portadas de los principales rotativos, y Cecil Taylor (¿?) colgando el “no hay billetes” en el antiguo Palacio de los Deportes, pero de eso hace medio mucho, mucho tiempo…

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Por hablar de uno

Publiqué mi primer artículo en 1973. En mi largo devenir profesional, he viajado de la máquina de escribir y las crónicas telefónicas al fax y el ordenador personal; del diario Ya y la Editorial Católica a los Cuadernos de Jazz, y en esa onda. En 2004 “fiché” por  El País. Sucedí a Federico González, que sucedió a Javier de Cambra y a José Ramón Rubio, José Manuel Costa, Paco Montes y puede que algún otro que no se me viene ahora mismo. Escribir sobre jazz en El País era cosa de mucho ringo rango, como ser vicesecretario adjunto a dirección en una multinacional, y puede que lo siga siendo, aunque lo dudo. Habría que preguntarle a Yahvé de la Cavada. Yahvé es crepuscular, o melancólico, lo que no es malo de por sí, aunque a mí me resulta un poco raro, seguramente porque yo también soy melancólico y un poco raro.

A Yahvé, la melancolía le ha llevado directamente del esplendor en la hierba a una vejez prematura, y a El País. En su  Facebook, se pregunta por sus vidas no vividas y otras cosas de mucho pensar. Yo soy más tipo “aquí te pillo, aquí te mato”. Si me dan a elegir entre Anthony Braxton y Scarlett Johansson, un suponer, como que no me lo pienso.

Hace sus años, me vinieron Yahvé y su amigo Ibarrola a pedir la bendición en un descanso entre conciertos, en Getxo y a mí, me dio la risa. “Mejor invitadme a una cañas”, les dije. Dos horas y algunos mensajes de texto después, me di con aquel matusalén tocapelotas mirándome por el espejo retrovisor, lo que venía a ser una versión actualizada/decrépita de uno, o un avatar, o lo que coño fuera. Uno cumple años y muda de cuerpo, de país, de vida y de identidad para que, al final, todo siga igual. Quedan las ganas de tocar las narices al personal de uno cuando era joven, hermoso y tenía acceso al área VIP del Festival de San Sebastián. Había entonces quién me tenía por un tipo arrogante, o un inconformista, o un broncas, y para nada. Boyero se las daba de bronquista, a mí, las broncas se me vinieron reptando por detrás del aparador mientras leía el segundo discurso de Las Catilinarias, de Cicerón.

Yahvé no es bronquista, sino moderno, como puede que yo mismo fuera en mis comienzos. Su lado más personal, por así decir, se lo reserva a sus comentarios en FB, solo que uno no tenía otro lugar donde dar suelta a sus cuitas que no fuera el papel del periódico, valga el pleonasmo. De ahí, el papel protagonista del Crítico Superstar que alguno puede juzgar excesivo, más en estos días de perfidia, represión y banderas al viento. Había quien procuraba disimularlo, y quién no, por ejemplo, Boyero. En sus críticas, Boyero habla sobre Boyero, y después viene el resto. No es una excepción. Desde Platón, y en adelante, todos los críticos hemos discursado sobre nosotros mismos, porque es lo único que sabemos hacer, y porque es lo que los lectores nos piden. Fuimos poderosos, abrimos puertas y cerramos ventanas. Fuimos temibles y temidos, los bufones en la Corte y los gurús en el foro. “Uno no es nadie hasta que Calor Boyero le pone a parir”, viene a decir el cineasta Alex de la Iglesia en el documental de marras. Pero eso, también, forma parte de un pasado remoto (la “edad de oro de la crítica”, le dicen).

Hoy, el crítico se destaca por su docilidad, su bondad de carácter y su desconocimiento de las normas de la gramática. Y, además, no existe. El crítico que no cobra por su trabajo, no es tal.

En la sociedad tecno-feudal del siglo XXI, lo que no es crítico es Wikipedia.

Críticos como hipopótamos

Muere el crítico como muere el último ejemplar de hipopótamo pigmeo de Madagascar, aburrido por no tener con quien conversar durante las largas noches de invierno. A los malgaches, la desaparición del rinoceronte enano les trae sin cuidado, al final, qué es un rinoceronte enano comparado con sus hermanos de raza de media tonelada de peso, capaces de reducir el Land Rover de John Wayne a un montón de chatarra de una cornada. Los aficionados al Séptimo Arte saben de lo que estoy hablando.

Estamos condenados al olvido, muertos antes de morir, pre-muertos. Hemos sido abandonados en aquel rincón oscuro como un trasto inútil por más que haya quien sigue dando valor al esfuerzo sobrehumano que llevamos a cabo y ninguna pensión o subsidio va a compensar. “Pero es que vosotros vivíais de puta madre”, “pues qué quieres que te diga”.

Ante tal perspectiva sombría, Boyero propone el correspondiente frasco de pastillas, y aquí paz, y después gloria. Que bueno, que vale. Aquí, cada quién es dueño de su destino, así en la tierra como en el cielo. Lo malo de quitarse de en medio es que, una vez puesto en marcha el mecanismo, ya no hay marcha atrás, con lo que uno deja el mundo en las manos de los centibillonarios del Cuarto Reich con sede en Washington D.C. y allá se las componga el que venga detrás “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, se pregunta doña Berenice en un momento de reflexión y cierre; “pregúntaselo a Boyero”.

El paisaje sombrío – distópico, le dicen – que se nos anuncia llega a estremecer. Trump ha prometido barrer del mapa a sus críticos, lo que tiene su lógica (perversa, pero lógica). En el mundo de la posverdad, como en el tango, da lo mismo ser cura que rey de bastos, caradura o polizón. Los críticos, como los rinocerontes enanos, sobramos. El crítico, conviene recordarlo, no tiene amo o señor. Al crítico, la autoridad se la da el lector.

“La gente ahora no quiere opiniones en la música. Las ideas desestabilizan el sistema”.

Don Letts entrevistado por Fernando Navarro (El País, 14 enero 2023)

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Donde dijeron digo, dicen Donald

Entre todos los integrantes del New Order mundial (Bolsonaro, Milei, Meloni, Orbán, etc.), Trump es el único que ha manifestado en público sus sentimientos hacia el género, en declaraciones efectuadas a salto de mata, o de despacho, durante su primer mandato. El jazz, vino a decir, es alpiste para universitarios, donde quiere decirse izquierdistas y demás gentes de mal vivir. Y, además, es un coñazo. Hubo alguien, hace unas cuantas décadas, que dijo algo muy parecido, ¿recuerdan?

Tomajazz: Texto, fotos (cedidas) © Chema García Martínez, 2025

PD: Puesto el presente texto a disposición de mi corrector de idem, me advierte acerca de posibles malentendidos que el mismo podría generar en algún lector susceptible propenso a estas cosas. Sabido es que a los correctores hay que hacerles siempre caso, más cuando se trata de la esposa de uno. Así pues, donde dice “Y, además, no existe”, en referencia al crítico de jazz, hoy, debe leerse “Y, además, no existe… si bien hay excepciones”, los casos de Ted Gioia e Ethan Iverson (un raro ejemplar de músico capaz de expresarse con igual soltura en ambos lenguajes, musical y literario) o el de Carlos Sampayo (su “Discografía personal del jazz” es un modelo de concisión, rigor y humor sin parangón en todo el Occidente cristiano). No es crítica, pero se le parece.

Únase a ello el florecimiento inédito de la historiografía jazzística en nuestro país vía tesis doctorales, con nombres como Iván Iglesias, Juan Zagalaz y Fernando Ortíz de Urbina, toda una autoridad por lo que toca a los registros fotográficos, y la revista Jazz-hitz, editada por Departamento de Jazz del Centro Superior de Música del País Vasco, de un elevado nivel científico y musicológico. Me cabe el honor de haber colaborado en la misma con dos textos que se salen un tanto del guión – “Manifiesto contra los “conciertos del siglo”. O de cómo Dizzy Gillespie (pero no sólo él) terminó con las ilusiones de un joven aficionado al jazz mientras Franco vivía sus últimas horas en El Pardo” y “Club de Música y Jazz San Juan Evangelista, escuela de buenas maneras” – pero uno conoce sus limitaciones.

Anteriormente en El Rincón de Chema…

Chema García en Tomajazz

https://tomajazz.com/web/category/_chema-garcia-martinez/


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