- Lugar: Casino de Granollers / Barcelona
- Fecha: Viernes, 8 de febrero de 2013
- Componentes:
Michael Wollny, piano y composición
Eva Kruse, contrabajo y composición
Eric Schaefer, batería, percusión, melódica y composición - Comentario:
Ni la música, ni los músicos están aislados de lo que sucede en su entorno. Están tan afectados o condicionados como cualquier otro ciudadano, tanto en su trabajo -si se tiene-, como en su vida familiar. Así los agujeros descomunales y vertiginosos de fraudes fiscales, malversaciones, apropiaciones indebidas u otras lindezas por el estilo, realizados por gentes con pocos o sin escrúpulos, con el interés puesto en su enriquecimiento personal, tanto en el sector privado como del público, que han querido tapar aquellos agujeros usurpando los caudales públicos, vía recortes, destinados a sanidad, educación, dependencia, cultura … Con la desfachatez, añadida, de querer hacernos creer que todos somos culpables de los sucedido.
Recortes que han ocasionado la desaparición de más de un festival (en Barcelona, “Les nits de música / Concerts d’estiu a Fundació Miró”, “ECM·Bcn l’Auditori series”, “Festival Hurta Cordel”, “Festival de percussió de Catalunya”,…) y dejando a otros en una mera presencia testimonial.
Otra prueba que ni la música, ni quien la hace, son inmunes al entorno y costumbres dominantes de sus sociedades, lo tenemos en el papel que juega la mujer en el mundo laboral, y en este caso, muy especialmente, en el mundo del jazz. Si descartamos el campo vocal, donde el dominio femenino es fehaciente, en los demás la presencia femenina es ínfima cuando no testimonial. Cualquier aficionado al jazz podría citar sin ningún, o casi ningún esfuerzo, el nombre de diez contrabajistas y bajistas, de nivel, del estado español. El cálculo se complicaría considerablemente si lo aplicásemos a las mujeres que tocan estos instrumentos, y no en nuestro estado, ni en Europa, sino a escala mundial. Hago esta referencia a este instrumento, porque quién lo toca, ¡y cómo!, en el trío [em] es la alemana Eva Kruse (1978).
He intentado hacer la prueba, siendo consciente que habrá bastantes más, aunque no muchas más. La noruega Tina Asmundsen (1963) de corte tradicional. La inglesa, antropóloga y chelista, más que bajista, Gerogie Born (1955), conocida por sus relaciones con el rock de vanguardia y el jazz de la esfera del grupo Henry Cow y su entorno, así como miembro de la Mike Westbrook Orchestra. La norteamericana, aunque berlinesa de nacimiento, Meshell Ndegeocello (1968) a caballo entre el rock, el funk y soul. La italo-catalana Giulia Valle, moviéndose, de forma siempre interesante, entre el rock, el jazz y sus diversos confines. La malasia Linda Oh, curtiéndose últimamente al lado de los consagrados Dave Douglas, Joe Lovano y Joey Baron. La norteamericana, la más mediática y joven de todas, Speranza Spalding (1984). Las francesas Sarah Murcia (1976) que ha puesto sus cuerdas al servicio de Steve Coleman y Magic Malik; Hélène Labarrière (1963), con varios discos a su nombre, de aire ecléctico, entre el jazz y las músicas improvisadas; Joëlle Léandre (1952), curtida en el mundo más radical de las músicas improvisadas. He dejado para el final a la norteamericana Jennifer Leitham (1953), quién ha padecido el machismo reinante a nivel general y muy especialmente en el mundo del jazz, para utilizar sus propias palabras, “son muy abiertos en el campo musical pero, sorprendentemente, muy cerrados y machista en lo social”; Jennifer Leitham, en el 2001, se sometió a una intervención de cirugía de reasignación de sexo.
[em], si hacemos caso a la carátula de su quinto y último trabajo discográfico, han pasado a denominarse Michael Wollny’s [em]. El acrónimo “em” corresponde a la inicial de Eva y Eric por un lado y la de Michael por el otro. Del pianista Wollny, aparte de su trabajo con el trío, hay que remarcar su interesante labor a dúo con el saxofonista Heinz Sauer, los cuales ya tiene tres discos en el mercado.
A Wollny no le termina de gustar el término, belleza, al considerarlo en buena medida desvirtuado por su excesivo uso, pero hay que remarcar que la música que expone en compañía y plena complicidad con sus dos compañeros dista mucho, por no decir que está en las antípodas, del “feísmo”.
[em] no es un pianista más una sección de acompañamiento. Es realmente un trío, un grupo compacto, un todo orgánico, en el que las aportaciones individuales están al servicio del colectivo. Interpretaron siete de los doce temas que componen su quinto y último trabajo, Wasted & Wanted (2012): “Whiteout”, “Symphony No. V, Mov 1:Trauermarsch” de Gustav Mahler, “Dario”, “Metall”, “Nr. 10”, “Cembalo Manifeszt”, “Ihr Bild” de Franz Schubert, así como tres temas de su anterior trabajo, Live (2010), “Phlegma Phighter”, “Arsène Somnambule” y “Gorilla Biscuits”. En total, dos versiones de dos clásicos, más ocho originales del grupo, dos de la contrabajista, dos del pianista y cuatro del baterista, baterista que sobrepasa las funciones de tal, llevándolas más allá, al campo más abierto de la percusión. Trío que muy pronto sufrirá cambios. Eva Kruse está en avanzando estado de gestación, que la obligará a tomarse unos meses de descanso y será sustituida por el bajista norteamericano Tim Lefebvre, a quién tuvimos la suerte de disfrutar la semana pasada, en este mismo, pequeño pero interesante, festival como miembro del grupo de Donny McCaslin.
La música de este trío proviene de múltiples fuentes: clásica, rock, jazz, electrónica, algunos destellos de punk, improvisación y sobre todo una descomunal capacidad de síntesis, casi intuitiva, de saber aunar, de entrelazar de forma sorprendente, a modo de collage, pero un collage sin aristas cortantes, de cantos redondos y suaves, fulminantes e imprevisibles en sus cambios, pero siempre excelentemente conducidos, sin confusiones ni perdidas. Como el deambular limpio, cristalino, de los riachuelos de alta montaña que confluyen en pequeños arroyos fértiles en tritones, para continuar su deambular por cauces de trazado caprichoso y complejo llegando a saltos rápidos cuando no vertiginosos sin perder un ápice de transparencia. Trabajan con una paleta luminosa y limpia, con una notable capacidad para mezclar y combinar colores y texturas sin ensuciarlos.
Fueron unos ochenta minutos vividos con expectación, intensidad y placer, vividos plenamente en comunión, tanto por los músicos como por los asistentes. Un concierto de los pocos que al cabo del año te llenan y regeneran manifiestamente.
Texto y fotografías: © Joan Cortès, 2013
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