FATS WALLER
Guión: Carlos Sampayo. Dibujo: Igort.
Ediciones Sinsentido. Madrid, 2005.
ISBN: 84-95634-59-7
Formato: 29 x 21,5 cm.
Color
Páginas:140 pág.
Idioma: español
La música tiene a veces el poder de regalarnos instantes ya vividos, permitiéndonos una nueva visita a ese acontecimiento o lugar, los mismos pero irremisiblemente otros, merced a una nueva escucha del fragmento musical que, azarosamente o no, funcionó como banda sonora de ese pasado. En un paso más allá, el jazz nos permite, además, aunque sea en contadas y prodigiosas ocasiones, la captación de sentido de lo que denominaremos provisionalmente un “efecto evocador de lo no vivido”. Este efecto, que es casi un oxímoron en su formulación, se lo debemos a la feliz consecuencia de la proliferación de la “reproductibilidad técnica” de las artes que se desarrolló a principios del siglo pasado y de la que nos advirtió atinadamente Walter Benjamín.
Hay una cierta coincidencia cronológica que es pareja a la posibilidad expositiva para grandes contingentes entre tres de las artes que nacieron con el siglo XX o un poco antes: el cine, el jazz y el cómic. Esta generosa acción democratizadora no se entendería sin el medio urbano que las acoge y desarrolla; por eso sorprende que siendo ingredientes que comparten una misma ebullición, sus sabores se hayan mezclado en tan pocas ocasiones. La carestía de la combinación entre jazz y cine es bien conocida así como las honrosísimas excepciones. Entre el jazz y el cómic es quizás mayor la falta de tangencias; y las que sí se producen suelen caer fácilmente del lado biográfico y olvidan ahondar en las ráfagas de significado que se disparan en la música y que pueden tener cabida en las viñetas.
En Fats Waller, el maestro Carlos Sampayo y el magnífico estilista Igort han conseguido lo más difícil: captar el componente sígnico más vivo que un oyente actual entresaca de la música del pianista y cantante de Nueva York, ese vivísimo efecto evocador de un tiempo no vivido y ya para siempre añorado. Y los autores lo hacen de la mejor y más inteligente manera: captando con sutileza el convulsionado tiempo histórico que tuvo como prodigioso fondo musical la música popular de los años 30, un tiempo de transcendentales golpes de dados, mientras, en paralelo, se esbozan ligeros trazos vitales del propio Fats altamente simbólicos. La reproducibilidad técnica que Benjamin nos describió propicia entonces que el irónico pero rigurosísimo Fats sea oído (y que en prodigio resuene su música entre las viñetas de hoy), en los campos de España (ensangrentados, ensangrentada), en los aterradores jardines de un fascista lord inglés, en las calles bohemias de París y en las filonazis de Viena… Y el regusto final es mucho más intenso que el de una panorámica tantas veces recorrida, y mucho más profundo también que una simple evocación. Es la plasmación exacta, en páginas de una calidad enmarcable una a una, de una descripción de ambientes con sabor a vieja copia fotográfica de granulado grueso y viraje en sepia. Lo que estas páginas, editadas con un gusto extraordinario por Sinsentido, nos ofrecen es algo muy pocas veces logrado en el ámbito de la estética: es el dibujo de la conciencia de un devenir como una cata en el árbol de la historia que nos permitiera la contemplación de distintos instantes de la misma línea de crecimiento; es la asunción certera de la supremacía moral del arte, de su total inocencia, de que está más allá del bien y del mal como querían Oscar Wilde y Friedrich Nietzsche. Y de la abstracción al oficio se llega en una sola frase. El oficio de un guión coherente y sutil, de los que no abundan. El de un dibujo meticuloso donde nada está por azar y que nos regala al final del volumen unos impagables bocetos de taller. Pero es también el trabajo hecho desde la profunda emoción de comprender que lo trascendente, lo inequívocamente más necesario, ha de tener la consistencia de lo que se evapora, de lo que desaparece en la nada.
© 2007 Pedro J. García