Guinga invita a Jorge Pardo
Lo que no puede ser, no puede ser
(y además es imposible)
El viaje de Rio de Janeiro a São Paulo en autobús viene a durar entre 6 horas y media y 12 horas, dependiendo del tráfico, las obras y lo que haya comido el conductor. El vuelo desde Madrid–Barajas a São Paulo–Guarulhos rara vez traspasa las 10 horas y media, más tasas de aeropuerto, con lo que se demuestra que todo en esta vida es relativo, 415 kilómetros valen lo mismo que 8.380, tanto da Jorge Pardo volando desde Madrid como o servidor viajando desde Rio. Chúpate esa, Albert.
La cosa, que Jorge estaba de vuelta en Brasil apenas unos meses desde su visita a Rio y aledaños como parte de la campaña que busca aproximar al artista al público brasileño por vía de las colaboraciones (véase La aventura equinoccial de Jorge Pardo). En esta ocasión, el agraciado fue “Guinga”, Carlos Althier de Sousa Lemos Escobar en la pila bautismal, compositor de altos vuelos, cantor de voz en pecho y guitarrista de maneras muy suyas.
La cosa, que, cada uno por su lado, Guinga y Pardo son dos rara avis, dos ejemplares únicos en su especie, sólo que una cosa es lo que cada quién hace con su vida de puertas adentro y otra compartir mesa y escenario con un semejante. El escenario amplifica las diferencias, magnifica las distancias, pone en evidencia las carencias. El escenario no tiene piedad: ese es uno de sus rasgos característicos.
En su encuentro previo con el público celebrado en el Instituto Cervantes de la Avenida Paulista, Jorge insistió: “no soy un músico de jazz”. Se entiende que sea así. Después de Wynton, el jazz viró un problema. Nadie en su sano juicio podía identificarse con un género que miraba al futuro de soslayo; sólo que los tiempos han cambiado. Ahora, el jazz “mola” (Camil Arcarazo en el “Club de Jazz” de Carlos Pérez Cruz), y hasta hay quién, viniendo de la clásica, lo daría todo por improvisar como Chet Baker, o como Erroll Garner. Se entiende que sea así.
El jazz proporciona al interesado un caudal de recursos que le permite viajar por el universo mundo sin facturar maleta y a la que venga, como el que dice. El músico de jazz es apátrida, melenudo y sentimental. El músico de jazz, al que he dedicado un libro, se baña todos los días en el fuego sagrado de la improvisación, que es consustancial al jazz y a ningún otro género, y de allí ese Jorge Pardo, ese John Coltrane, ese Don Cherry. O sea, que Jorge Pardo es flamenco porque es músico de jazz y, si no lo fuera, nunca hubiera llegado hasta aquí. Jorge es un improvisador, y eso le distingue de quienes no lo son.
Guinga reina sobre un universo poético cerrado en sí mismo, hermético, autosuficiente, cada nota en su lugar y un lugar para cada nota. Inevitable que, en su encuentro con el madrileño, la música viaje en una sola dirección. El lema del concierto lo dice todo: “Guinga invita a Jorge Pardo”. El anfitrión pone la música, las cadencias y las pastas con chocolate y frutas glasé, mientras el invitado se acomoda donde buenamente puede y sonríe esperando su momento. La cosa, que al improvisador hay que darle de comer, hacerle hueco, dejarle a su bola, y para eso se inventó el contracanto, no confundir con el contrapunto. Los chicos de la RAE aceptan el segundo término mientras que ignoran el primero, ellos sabrán por qué.
Y es entonces cuando viene Guinga/Carlos Althier de Sousa etc., tijera en mano , y le hace un roto a la línea melódica por donde más duele, quiebra el relato, descoyunta la cadencia rítmica en un abrir espacios por donde el invitado pueda colarse, y lo que queda es un relato abrupto y, básicamente, ininteligible. La palabra clave es “deconstrucción”, lo que viene a ser un “deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura”, según los mismos. El oyente debe tirar del hilo de Ariadna para reconstruir la línea argumental y enterarse de qué va el asunto. Dicho de otro modo, hay que saberse las piezas, de otro modo, estás perdido.
De todo lo cual resulta un algo turbio y misterioso, como una nebulosa metafísica (Jorge atrapado en el polvo cósmico, y en esa onda). Voluntarioso como es él, tiñe el lienzo con ese color especial que le viene de fábrica, sólo que lo que nos llega a los de la cuarta fila del patio de butacas es un runrún lejano y distante (el sonido, a un volumen varios grados por encima de lo que hubiera sido deseable, no ayudaba). La música de Guinga, perfecta en sí misma, autosuficiente, deja a al invitado con escasas opciones fuera del lugar común que, en el caso de Jorge Pardo, es el menos común de los lugares. Con ello que su aportación vino a ser un adorno, un accesorio, un añadido o, por mejor decir, un posteriori.
Y si todo esto se cuenta en unos términos que algunos pueden encontrar contundentes en exceso, es porque hubo un momento en el concierto en que las aguas fluyeron transparentes y alborozadas, espontáneas y libres, y pudimos comprobar lo que el encuentro entre los dos creadores hubiera podido ser de haberse programado de otro modo menos encorsetado, más suelto o, por qué no decirlo, más jazzístico (el jazz como herramienta etc). Un dejarse llevar, un soltarse la melena (lo que en Jorge Pardo no es un simil); Jorge dando suelta a su inagotable caudal melódico, Guinga secundándole al jazzístico modo (un universo de sugerencias a cada acorde); la constatación de que, al final, todo está inventado… la pieza: “Constance”, original del guitarrista, con introducción ellingtoniana (“In a sentimental mood”) y desarrollo tan imprevisible como inspirador. Una joya.
La platea, en su mayoría hispanohablante, agradeció a los artistas su esfuerzo sincero. Los medios y los melómanos en general ignoraron olímpicamente el acontecimiento: la curiosidad no cuenta entre las virtudes del brasileño.
Tomajazz: Texto, fotos y vídeo © Chema García Martínez, 2024
PD. En Rio, Jorge tuvo junto a sí a un improvisador de raza: Carlos Malta. Sudó la gota gorda, se perdió en sí mismo, accedió al estado que los chicos de la susodicha definen como el “resultante de la liberación de los deseos y la consciencia individual que se alcanza mediante la iluminación”. Trance es también el título del documental sobre el músico estrenado en 2022 (disponible en las plataformas de pago). Por algo será.
Jorge Pardo en el Instituto Cervantes de São Paulo
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