«En aquel instante, algo golpeó levemente mi corazón. Uno de los acordes insistía en permanecer en mi interior, como si me pidiera algo. Abrí los ojos, decidí tocarlo de nuevo. Con la mano derecha busqué los sonidos que le correspondían. Al cabo de un largo rato, di al fin con las cuatro primeras notas de una melodía. Aquellas cuatro notas fueron bajando despacio del cielo, danzando en el aire como tibios rayos del sol, hasta posarse en mi corazón. Aquellas notas me necesitaban a mí y yo las necesitaba a ellas.
Cerré los ojos, proseguí. En cuanto hube recordado el título de la canción, la melodía y los acordes empezaron a fluir espontáneamente a través de las puntas de mis dedos. Toqué la melodía una vez tras otra. Percibía con toda claridad cómo la música se iba infiltrando en mi corazón y aligeraba la tensión y la rigidez de cada rincón de mi cuerpo. Al oír música por primera vez después de tanto tiempo, me di cuenta de cuánto la había necesitado. Hacía tanto tiempo que la había perdido que incluso había dejado de añorarla. La música tornó leves mi corazón y mis músculos helados por el frío invernal y confirió a mis ojos una cálida y nostálgica luz.»
Haruki Murakami. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. 488 páginas. Tusquets Editores. Colección Andanzas. 705. Primera edición en español 2009. Publicado en japonés en 1985. Traducido del japonés por Lourdes Porta.