Es en estos momentos, en que la congoja atenaza la garganta y las lágrimas acuden espontáneas a los ojos, cuando siento la necesidad de encender, para quienquiera que lea estas líneas, un recuerdo alegre que alumbre un día tan sombrío.
En estas situaciones las convenciones sociales tienden al elogio gratuito o la exageración literaria. Ojalá pudiera arrogarme el mérito de haber mantenido una larga amistad con Esbjörn Svensson o haber compartido mesa y mantel con él y sus compañeros, pero atesoro con cariño varios encuentros que si ayer fueron simples anécdotas, se tornan hoy preciosos recuerdos que me permitieron entrever, como a través de una rendija, no a Mr. Svensson, el creador con mayúsculas, el improvisador inabarcable, sino simplemente a Esbjörn.
No me cansaré de decir que ver a e. s. t. era una experiencia vital. Más allá de la cuidada producción visual y el arte de Ake Linton en su sonido, el trío era una entidad viva, cambiante, que albergaba en sus desarrollos la complejidad más enrevesada y la simplicidad más bella, el sosiego de los paisajes nórdicos y la energía en un torbellino de emociones. Comparto esta opinión con cualquiera que haya acudido a uno de sus conciertos. Mi primer contacto con el trío fue el 20 de Julio de 2001, en el XXV aniversario del Festival de Jazz de Vitoria. En aquel momento quien les habla aún no acudía armado de cámara a los conciertos, pero sí lo hacía en calidad de acreditado radiofónico, receptivo a las propuestas del ciclo del Teatro Principal donde estaba programado cierto trío de suecos desconocidos. Aquel primer contacto cambió de golpe mi percepción del jazz europeo, aportando una perspectiva nueva y sorprendente sobre los caminos de evolución del jazz en general, asimilando conceptos –entre otros matices varios– de un rock al que aun hoy no he renunciado. En una palabra: traspasé el umbral a una nueva dimensión de la música.
Hambriento de sensaciones, no pude dejar de acudir a mi siguiente cita con la banda pocos meses después (26/05/2002), donde trabé contacto con Esbjörn, la persona. Me presenté en la madrileña Sala Clamores con la antelación de un fan, ansioso y –esta vez sí– pertrechado con mis cámaras. Temiendo interrumpir el delicado momento de la prueba de sonido, esperé solo en el vestíbulo. Al poco rato, vi salir a un individuo rapado de hablar ininteligible, móvil en mano, con quien crucé una mirada de desconfianza. Terminada su conversación, me presenté. Aquél tipo me recordaba perfectamente de Vitoria, y antes de contarle mis credenciales periodísticas me vi arrastrado del brazo al interior de la sala con un calor y una efusividad que pocos adjudicarían a tan nórdico apellido. Interrumpiendo drásticamente el montaje de sus compañeros, procedió a las presentaciones como si fuera el Ministro de Cultura del país quien acudía al evento. Aquel tipo era Esbjörn. Un tanto azorado, Dan Berglund correspondió amable al saludo, y añadió con cómica desesperación “por favor, no me hagas fotos con este contrabajo, me lo han destrozado en el aeropuerto”. En la penumbra, Magnus Östrom montaba sus percusiones, Berglund se afanaba en reubicar las sufridas maderas de su instrumento y Esbjörn se sentó al piano: la magia se fraguaba. Algunas de esas primeras fotografías ilustran hoy el trabajo que se puede disfrutar en el especial e. s. t., que vio la luz en Tomajazz en octubre de 2006.
Uno podría achacar este comportamiento a lo que en prensa llamamos “chip promocional” o al esfuerzo artificial por agradar en el despegue de su carrera. Volví a ver a trío en escena en el Polideportivo de Mendizorroza el 18 de julio de 2003 abriendo la noche antes de Pat Metheny, ya como formación consolidada del panorama jazzístico, pero lo mejor estaba por llegar: portadas de Down Beat, Jazziz, Jazzwise… e. s. t. era ya un fenómeno mediático en toda regla, y la banda retornaba al escenario de su bautismo de fuego en España: el Teatro Principal de Vitoria.
Mi último encuentro con nuestro protagonista tiene aún más peso emocional si cabe, por haberlo compartido con dos amigos muy queridos: Pachi Tapiz, corazón de esta publicación y Arturo Mora, músico y uno de los mayores estudiosos de e. s. t. de nuestro país. Gracias a la mediación de Iñaki Añúa, director del Festival, pudimos concertar la entrevista con la sección rítmica del trío. ¿Habría cambiado el éxito a Svensson y sus compañeros?
Nada más acceder a las bambalinas del teatro nos encaramos con un tipo jovial vestido sencillamente con unos vaqueros, deportivas y camiseta de manga corta. Nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Cinco años después, aquel tipo seguía siendo Esbjörn. Le dijimos que veníamos a entrevistar a Dan y a Magnus, y gracias a la palabra mágica, “Tomajazz”, el pianista recordó con afecto y sin esfuerzo el especial que dedicamos al trío. “Están terminando de desmontar” dijo él, y añadió con una sonrisa entre pícara y tímida “…pero yo estoy disponible”. De nuevo Esbjörn. Visiblemente azorados, le explicamos que era el turno de entrevistar a sus compañeros y que debíamos atenernos al plan acordado con la organización. Él nos acompañó –no sin ofrecerse de nuevo a atendernos él mismo– con gesto amable a un camerino libre hasta que llegaron Dan y Magnus, pasando de vez en cuando frente a la puerta mientras charlábamos. Hoy se me hace muy duro y muy amargo pensar que esa era la última vez que veríamos no a Mr. Svensson sino, sencillamente, a Esbjörn.
Arturo Mora ha escrito “hoy estamos más solos”. La fatalidad nos ha arrancado a Esbjörn cuando puede que lo mejor de su música estuviera aún por llegar; pero gracias a él somos más libres, el jazz es más libre. Él abrió una puerta y transitó por caminos que otros ya pisan y muchos más desarrollarán en un futuro que se vislumbra prometedor gracias a su figura.
Con el paso de los años se asienta cada vez más en mi mente la idea de que la humildad y la sencillez son la óptica que convierte a un gran artista en un ser humano excepcional. Gracias a Esbjörn y otros como él, no lo pienso: lo sé.
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