El film sobre Charlie Haden, Rambling Boy, no me gustó. Su director, Reto Caduff, desaprovechó la ocasión de realizar un acercamiento biográfico inteligente a la figura de Charlie Haden. Se quedó en la hagiografía, que es un estilo de ver las cosas que empobrece la figura tratada, de una parte, y que es muy poco respetuosa con el público, pues suele esconder una visión del mismo como de panda de ineptos incapaces de conformar una imagen propia a partir de elementos dispares (y si pueden ser contradictorios, mejor). Todo lo contrario de lo que ocurrió con Sunny’s Time Now, de la que hablaremos más abajo. Quiero dejar claro que me refiero al documental, que es de lo que estamos hablando, y no a Haden, del que en estas líneas no se está comentando ningún disco. Y lo digo porque en la forma de pensar de muchos aficionados con frecuencia se confunden estos términos. De Haden no vamos a descubrir ahora su excelencia, pero también hay que recordar que ha hecho unas cuantas cagadas, que Caduff no refleja o no le interesa reflejar. No existe el personaje perfecto e ideal de cabo a rabo. Eso es una entelequia. Me parece prioritario elaborar los acercamientos a artistas, políticos, intelectuales, científicos, gente de la calle, quien sea el que motive el documental, desde múltiples y contradictorios puntos de vista. El espectador, luego, se conformará la imagen que sea, y será él en su cabeza el que haga la criba. Quizá el problema sea que tal vez el señor Caduff no tiene el más mínimo sentido crítico. Por otra parte, es cierto que hay algunas estupendas filmaciones de archivo, como la del cuarteto de Coleman con Redman, o el dúo con Alice Coltrane, pero ese es un recurso que a los films de este género se les supone de antemano. Lo que no se les supone y se les debe exigir es un tratamiento documental serio y adulto. Se me podría objetar que Rambling Boy no es una biografía sino el retrato de un artista pero, si lo piensan un poco, desde ese ángulo entonces aún sería más grave lo que he comentado. Encima, poco ayudó en la recepción que tuve del film la presencia del tontolaba de Keith Jarrett. El súmmum llegó cuando, hablando muy lentamente, escuchándose lo bonita que tiene la voz, va y dice que “la gente cree que ser contrabajista es fácil, pero ahí fuera sólo hay dos que valgan la pena”. Y, claro, uno es Haden y por eso le deja tocar con él, que él sí es lo mejor que ha parido madre. Vamos, de patada en el culo el tío.
Como ya he dicho, Sunny’s Time Now, de Antoine Prum, me pareció un trabajo mucho más rico y valiente que Rambling Boy. Desde mi punto de vista, uno de los factores que juega a favor de este documental es precisamente su falta de preconcepción. Sin ser la séptima maravilla de los documentales, tiene un punto ensayístico, improvisado y de confrontación de elementos que me resulta estimulante. La figura del inmenso Sunny Murray se presenta aquí con claroscuros, llena de contradicciones. Un tipo difícil al que le tocó vivir tiempos igualmente difíciles y convulsos en lo social pero también en lo artístico. A través de él se retrata la peripecia de todos aquellos factótums del free jazz cuando recalan, a finales de los 60 y obligados por las circunstancias, en París. Pero, y eso es algo de lo que no se habla tanto, aquí se intuyen las dificultades que para algunos de ellos, como Murray, acarreó esa reubicación, o al menos en un primer momento. Problemas sin duda de desajuste cultural, como por ejemplo los desencuentros que tuvo con productores y representantes franceses acostumbrados a hacer las cosas de “otra manera”. Aunque, bien es cierto que finalmente Murray acabó instalándose en París (no hay otro animal con la capacidad de adaptación del ser humano). Una cosa interesante del film es que entre los entrevistados no está Murray. Es decir, nos componemos una imagen del personaje sin contar con sus palabras, sino echando mano de las de otros que lo conocieron y trataron, y que tienen sus visiones particulares de Murray. Todas esas intervenciones lo que producen es un molde del personaje, dentro del cual hay un vacío que el espectador puede llenar con más o menos contribuciones de uno y otro. También hay aquí algunas filmaciones de archivo, y otras más recientes. Entre las primeras, algunas de los 70, especialmente una de una cadena de TV europea, donde puede apreciarse ese don explosivo que tenía a la hora de tocar la batería. Esa agitación constante, que se convertía en un zumbido, en un colchón sonoro sobre el cual iba trazando sus beats y figuras rítmicas, formulando su muy peculiar manera de entender el swing. Finalmente, en el documental también se apunta la decisiva influencia que Murray y los de su generación han tenido sobre el rock, una cosa que a los puristas a lo mejor no les parece destacable, pero que a mí me da que pensar.
Icons Among Us: Jazz In The Present Tense es un film encuesta sobre las distintas maneras y posiciones que un nutrido grupo de jazzmen actuales, principalmente norteamericanos (con la excepción de Bugge Wesseltoft y alguno más), tienen frente a la cuestión de qué hacer con el jazz hoy. Y, entre las dos posiciones más extremadas, seguir fieles a la tradición, como postula Wynton Marsalis, o mandarla al carajo, por lo que abogan un Matthew Shipp o un Robert Glasper, una amplia gama de opiniones proporcionadas por gente tan variopinta como Bill Frisell, Nicholas Payton, Donald Harrison, Terence Blanchard, Russell Gunn, John Medeski, Ravi Coltrane y un largo etcétera. Originalmente, Icons Among Us era una mini serie documental de unas 4 horas de duración, remontadas hasta la hora y 20 minutos de esta versión que se presentó en In-Edit. Y en esa excesiva compresión radica uno de los problemas de esta, por otra parte, interesante idea. Porque, exceptuando algún caso concreto, normalmente las intervenciones no respiran, son muy cortas y además aparecen muy juntas con otras, en un lenguaje más de reportaje que de documental. Falta espacio para desarrollar algo más algunos argumentos, mientras que en algún otro caso sobraría el argumento por pueril. Probablemente este aspecto está corregido en la versión larga, que sería interesante que alguna cadena pública española se hiciera el propósito de conseguir.
Sobre lo que dicen los músicos poco hay que añadir. Se expresan con más o menos gracia, más o menos soltura, más o menos acierto, pero hacen lo que se supone que deben hacer, defender su trabajo e intentar explicar sus deseos e intereses musicales. La mayoría, además, son bien conocidos por sus opiniones al respecto. Y, por lo general, la relación entre su música y sus ideas es clara y directa (aunque en algún caso extraordinario no sea así, pero dejémoslo ahora). Las cosas desde luego no son monolíticas, y el mosaico de entrevistas nos permite constatar algo muy natural, y es que muchas veces dos piensan lo mismo pero por razones distintas, lo que a veces es casi peor que no pensar lo mismo (y si no que se lo digan a la izquierda). En este sentido, me viene al recuerdo el ejemplo de los pianistas Glasper y Shipp, que coinciden en pasar de los “padres” pero que, mientras para el primero eso obedecería a algo así como una ley de supervivencia, en el caso del segundo es un deseo de renovación profunda el que le lleva a ver las cosas de ese modo. Es decir, hay una cuestión de matiz importante.
Como se ha dicho, hay dos ideas fuerza que discurren todo el tiempo como un leit motif. Una vendría representada por Marsalis, que se lamenta de que el jazz sea la única forma artística que conoce en la que la gente se empeña en olvidarse de lo que ha logrado. Muy discutible eso de que sea la “única”, por descontado, pero esa idea explica su posición mejor que nada. Ese clasicismo suyo nace como una reacción a eso que él entiende como desapego. Entre los que están en el “otro bando”, una idea general subyace en muchos de ellos aunque nadie la llegue a formular como tal. Se trata de que el verdadero problema que hay tras ese “conservadurismo aristocrático” no es otro que el de la estandarización. Es decir, los tiempos han cambiado y el principal inconveniente que tiene esa visión regeneracionista de Marsalis no es que sea buena o mala sino que, sencillamente, no es viable.
No puedo ni quiero dejar pasar por alto al crítico Paul de Barros, que aparece en calidad de correveidile del gran W. Se puede estar de acuerdo o no con Marsalis, yo no lo estoy, pero hay que admitir que no tiene un pelo de tonto. Aunque eche mano con grandilocuencia de Beethoven y Homero, tiene un discurso bien trabado, reaccionario pero sólido, y por eso no entiendo que los realizadores le hayan puesto a un palmero como el señor De Barros que, por otra parte se permite criticar la descontextualización, en términos de tradición e historia, en que anda sumido el jazz para acto seguido hablar de la comunión entre blancos y negros. Pero, vamos a ver, ¿este tío ha salido a la calle algún día en los últimos 30 años? Se puede defender una extracción popular del jazz, pero lo que no se puede es pretender fijarlo todo en un momento histórico con la intención de enseñar a las masas. Le diría al señor De Barros que cuando la Historia se convierte en un candelabro casa mal con la sociología, y eso lo sabe cualquier estudiante de primer curso de Humanidades. Y aún una cosa más respecto al cantamañanas este, y es cuando se manifiesta obsesionado en conectar la música con la cultura. Claro, es que la música es química, ¿no lo sabían?
Pero, dejando a un lado esto último, se trata de un documental que pese a algunos fallos tiene un interés indudable. Lo que ocurre es que de algún modo le deja a uno con la sensación de que, como suele pasar en política o religión, nadie va a cambiar las ideas que tenía antes de entrar a verlo. Eso es lo que tienen a veces los debates.
© 2009 Jack Torrance
Las fotografías son fotogramas pertenecientes a cada una de las películas comentadas. Cedidas por la organización del festival
Fecha: 29 de octubre a 8 de noviembre de 2009
Lugar:Cines Aribau Club y Rex (Barcelona)
Películas comentadas:
Charlie Haden. Rambling Boy, de Reto Caduff (Suiza, 2009; 86’)
Sunny’s Time Now, de Antoine Prum (Luxemburgo, 2009; 108’)
Icons Among Us: Jazz In The Present Tense, de Lars Larson, P.J. Vogt y Michael Rivoira (EE UU, 2009; 97’)