Te has ido… mi amigo, mi Maestro. Qué rápido han pasado casi dos décadas. Dieciséis años desde que me contagiaste tu pasión por la fotografía, que del Jazz ya venía infectado. Generoso desde el primer momento, allí estabas para ayudarme con mi primera cámara digital… y la primera analógica también… y los objetivos… y la bolsa. Nunca te guardaste nada, todos los secretos de la Fotografía estaban a mi alcance, manaban de ti, y yo bebía a placer.
Fueron cientos de conciertos, en el Johnny, la Complutense, la Politécnica, Galapagar, sesiones en tu estudio… risas, música, fotos, cervezas. Aprendí de ti, además de tu perfeccionismo en la técnica, la humildad de reconocer y aplaudir en el otro el trabajo bien hecho, la paciencia, la perseverancia, el valor de una obra creada sin trampa ni cartón, y lo más importante, a amar y respetar a la música y los músicos por encima de todo… a pedir permiso, a cazar, con sigilo, en la oscuridad, a pasar desapercibido, a no arruinar un momento mágico por engordar el ego con un disparo “que nadie más tiene”, y vivirlo, sin más, en silencio, disfrutando de esa prebenda que nos otorga la cercanía al artista.
Qué anticuado suena todo esto, ¿verdad? Podría ser un código de honor de tiempos pasados, hoy, que bajo un escenario vale todo, hoy, que nuestro trabajo no vale nada… pero aún hoy esa ética y nuestras vivencias compartidas me convierten en el fotógrafo que soy, y por eso las atesoro con celo. Aun cuando todavía disfrutaba de tu compañía en los conciertos y nos robábamos mutuamente encuadres entre risas, antes de que nuestra profesión se perdiera en la irrelevancia, esa forma de proceder ya nos hacía diferentes… ya entonces éramos los últimos “Romantic Warriors”.
Estos últimos años, a pesar de tu ausencia, me enseñaste la última lección, la más dura, la más dolorosa: disfruta de la vida, apura cada minuto, mañana puede ser tarde. Un privilegio haber vivido tanto contigo, los que vienen detrás no alcanzan a imaginar lo que han perdido, porque yo sí soy consciente del inmenso vacío que dejas. Mi Maestro, mi amigo… te has ido.
© Sergio Cabanillas, 2017